Mirar hacia arriba
Cuando Antoni Gaudí
comenzó con la construcción de su obra maestra, la basílica de la "Sagrada
Familia" en Barcelona, sabía que no iba a lograr concluir con su tarea.
Efectivamente, eso es
lo que ocurrió; la obra comenzó en el año 1882 y al día de hoy aun no ha
concluído. Gaudí, que dedicó los últimos cuarenta y cuatro años de su vida a la
construcción, nunca se mostró impaciente por terminarla. Cuando se le preguntó
por la fecha de finalización del templo, Gaudí respondió lacónicamente:
"Mi cliente no tiene prisa...".
No obstante, hubo un
detalle que ocupó la atención del arquitecto catalán; Gaudí estaba obstinado en
que su obra fuera la construcción más alta de Barcelona y que esta fuera
reconocida por la basílica de su autoría.
Evidentemente, esta
idea no fue exclusiva de Gaudí. Casi todas las religiones del mundo antiguo
construyeron sus templos en lo más alto de sus ciudades. Ocurrió así con el
Partenón de Atenas, el templo de Machu Pichu en Perú y, obviamente también,
con nuestro Templo de Jerusalem erigido sobre el Monte Moriá.
Si repasamos la
literatura rabínica, apreciaremos que la sinagogas jugaron históricamente un
papel similar al de los antiguos templos. El Shulján Aruj dice: "La
sinagoga no debe ser construída sino en lo más alto de la ciudad, y se la erige
por encima de todas las casas habitadas de la ciudad" (Oraj Jaim 150, 2).
Y luego, agrega: "Quien erigiera su casa por encima (de la altura) de la
sinagoga, hay quien dice que se le debe obligar a reducirla" (ibid. 3).
El lugar asignado a
dichos santuarios, tanto en la tradición judía como en otras tradiciones
religiosas, conlleva un mensaje claro y contundente: dichos santuarios
constituían el centro vital y primordial de aquellas sociedades.
El ingreso de la humanidad
a la era industrial, hizo que la altura de dichos santuarios quede postergada
por la altura de las chimeneas. Luego, aparecieron los rascacielos como símbolos
visibles del progreso humano. Hoy en día, el punto más alto de las ciudades
modernas, no está poblado por santuarios, ni por chimeneas, sino por antenas de
telecomunicaciones.
Evidentemente, quien
quiera apreciar el orden de prioridades y valores de una sociedad no debe,
sino, mirar hacia arriba.
...
Eso es lo que creí la
primera vez que llegue a Israel para estudiar en la Universidad de Haifa. Allí,
en lo alto del monte Carmel, se erige de manera visible la torre central de la
Univeridad. La imagen estaba cargada de simbolismo; una sociedad –supuse- que
erige universidades en las alturas de sus ciudades debe otorgar a la educación
un lugar central.
Sin embargo, con los
años fui perdiendo la ingenuidad y comprendí que esa imagen era posiblemente un
espejismo. La educación, lamentablemente, no es un valor primordial en el
moderno Estado de Israel.
Si bien Israel no es
tercer mundo en materia de educación, Finlandia y su revolucionario sistema
educativo aun queda lejos. La falta de hincapié en valores judíos y universales,
las aulas superpobladas, la planificación curricular -por momentos- irrelevante,
y la una obsesión desmesurada por los resultados en detrimento del proceso de
aprendizaje, son sólo algunas de las materias pendientes del sistema educativo
israelí.
En Parashat Vaigash que
leemos esta semana, se nos narra el descenso de los hijos de Israel a Egipto.
La Torá nos cuenta que Iaakov, al momento de planificar su partida, envía a
Iehudá a la cabeza a fin de enseñar el camino hacia Goshen (Bereshit 46, 28).
RaSHI, sensible al
hecho de que la Torá utiliza el verbo Lehorot (Enseñar), agrega que Iehudá fue
enviado por su padre a fin de establecer una academia de estudio en Egipto
(Rashi, ibid.). RaSHI sugiere que Iaakov comprendió que sus hijos no tendrían
porvenir en la tierra del Nilo, si la educación quedaba postergada.
El Talmud Ierushalmi
narra la historia de Rabí Iehudá quien a principios del siglo tercero de la era
común se dispuso a fortalecer el sistema educativo en la Tierra de Israel. Fueron
Rabí Ami y Rabí Asi -alumnos de Rabí Iehudá- de poblado en poblado y pidieron
conocer a los guardianes de la ciudad.
Cuando estos trajeron
delante suyo a los soldados que cuidaban las murallas de la ciudad, los alumnos
de Rabí los ignoraron diciendo que era a los maestros –y no a los soldados- a
quienes ellos pedían conocer (Eijá Rabá, Petijta). No en vano han dicho
nuestros sabios en el Talmud que Ierushalaim fue destruída a causa de la
negligencia en la educación de los niños (Shabat 119b).
Cuando la educación fue
postergada, el edificio se vino abajo.
Ese debiera ser el desafío.
Hacer regresar la educación a la cima del monte. Así como lo entendió Iaakov al
descender a Egipto. La educación es un asunto serio.