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domingo, mayo 11, 2008

Parashat BeJukotai 5768

Sueños de Paz

Nos dice la Guemará que "un sueño que no es interpretado es similar a una carta que no es leída" (Berajot 55a).

Mucho antes que venga Freud y profundice en su teoría de la interpretación de los sueños, el Talmud comprende que todo sueño tiene un propósito, o –al menos- un sentido.

Los sueños son algo más que el entretenimiento de nuestra mente durante la noche o durante las benditas siestas del Shabat por la tarde. Un sueño no viene porque sí, un sueño tiene una historia por detrás.

El acontecimiento que durante el día nos perturbó, nos emocionó, nos asustó a la noche reaparecerá disfrazado, camuflado y nos llenará de nuevas preguntas. Y eso es lo que debe interpretarse...

El Talmud nos cuenta que el pobre rey David, jamás tuvo en su vida un buen sueño (Berajot 55b). Es tan placentero tener un lindo sueño, que tener un mal sueño es casi una maldición.

Pero si dijimos que todo sueño tiene una historia por detrás, entenderemos por qué el Talmud infiere que David jamás soñó algo lindo. Todos sus años de reinado estuvo en guerra, rodeado de muerte, estrategias militares, sangre...¡¿Cómo iba a tener un buen sueño?!

Si hasta Di-s le anuncia que no podrá construir el Templo en Jerusalem sino que lo construirá su hijo...

No se puede tener un buen sueño en circunstancia semejantes...

Leemos esta semana Parashat BeJukotai, una dura sección que contiene una severa admonición de Dios para el caso de que no sean respetadas sus leyes.

Tan severa es esta porción que cuando se lee en la Torá, se suele leer en voz baja, por el miedo que provoca.

Sin embargo, antes de esta sección de reprensión la Torá presenta la bendición que Di-s derramará sobre Su pueblo en caso de que éste sí escuche y respete Sus palabras.

Y allí se nos dice: VeNatatí Shalom BaAretz Ushjavtem VeEin Majarid (Y daré paz en la tierra y se recostarán y nadie estremecerá (26:6)

En apariencia este versículo es redundante, ya que si Di-s habrá de darnos la paz, de seguro nadie estremecerá.

Pero tal como ocurre siempre con la Torá, este versículo sólo es redundante en apariencia.

Existen dos clases de paz. Una de ellas es la paz de las armas, cuando un pueblo permanece armado, preparado y dispuesto a rechazar a cualquier enemigo que se les acerque.

La segunda paz, es cuando no hay enemigo.
La paz de las armas no da descanso desde hace sesenta años a Israel, y la otra paz aún es una quimera pero está allí, en la Parashá de está semana, y nos ayuda a mantener la esperanza de que algún día llegará esa paz que permita cerrar los ojos por las noches y tener dulces sueños.