Sobreviviendo
‘Y dijo Dios a Moshé: Sube a este monte de
Abarim y ve la tierra que di a los hijos de Israel. Y la verás y serás juntado
a tu pueblo, como fue juntado Aharón tu hermano...Y habló Moshé a Dios
diciendo: ‘Disponga el Eterno...un hombre sobre la comunidad...y no sea la
comunidad como las ovejas que no tienen pastor’ (BeMidvar 27, 12; 27, 16-17).
En una oportunidad preguntaron al Rabino
David Golinkin si -de acuerdo a la Halajá- se le podía anunciar el crudo pronóstico
a un enfermo terminal o si acaso es preferible ocultárselo. Uno de los
argumentos del Rabino para responder afirmativamente, fue que aquel enfermo
sólo podrá tomar decisiones trascendentes si conoce la verdad.
Moshé aquí está en una situación similar.
Tiene el extraño y dudoso "privilegio"
de saber que va a morir y con resignación se dispone a tomar una última
decisión: quiere un sucesor. Está dispuesto a que su vida quede trunca, pero no
a que quede trunca su misión.
¿A qué se parecía Moshé?, pregunta el
Midrash.
A un fiel pastor al que le dijo el dueño de
su ganado: ‘Apártarte de mi ganado’.
Dijo: ’No me apartaré hasta que me digas
quién va a ser el que me vas a nombrar después de mí (Ialkut Shimoni).
Si bien nunca podremos saber lo que
ocurrirá en el mundo venidero después de nuestra partida, hay ciertas
decisiones en la vida que hacen que sigamos viviendo aun después de nuestro
final. De la misma manera que uno puede ir al banco y abrir una caja de ahorro
en la cual acumular bienes materiales, debiéramos esmerarnos para dar forma a
nuestro legado ético-espiritual.
Moshé quiere que se lo recuerde por lo que
fue y sabe que su existencia tendrá continuidad en la existencia de su sucesor
que no será otro que Ieoshúa bin Nun.
Leí en una oportunidad sobre una pesadilla
que tuvo el filósofo Bertrand Rusell. Veía a un bibliotecario con uno de sus
más afamados libros en la mano, tratando de decidir si lo dejaba en el estante
o lo tiraba para hacer lugar a libros más recientes.
Lo que estaba en juego en esta pesadilla
era nada menos que la trascendencia del filósofo.
¿Acaso las generaciones futuras podrán
recordarnos por algo? ¿Trascenderemos nuestra propia muerte?
Si no logramos transmitir nuestros sueños,
nuestra enseñanzas, nuestros desvelos a alguien que venga detrás nuestro,
nuestra vida habrá de perder gran parte de su sentido.
La trascendencia nos desvela, bien nos
puede quitar el sueño.
¿Queremos vivir o tan sólo sobrevivir?
Así como un niño travieso al ver el cemento
fresco en la acera se ve tentado a dejar allí su huella marcada, Moshé desea
dejar su huella en Ieoshúa para reconocerse a través suyo.
‘Y apoyó sus manos sobre él y lo ordenó’
(BeMidvar 27, 23).
Ya podía morir en paz.