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martes, junio 25, 2013

Parashat Pinjás 5773

Sobreviviendo

‘Y dijo Dios a Moshé: Sube a este monte de Abarim y ve la tierra que di a los hijos de Israel. Y la verás y serás juntado a tu pueblo, como fue juntado Aharón tu hermano...Y habló Moshé a Dios diciendo: ‘Disponga el Eterno...un hombre sobre la comunidad...y no sea la comunidad como las ovejas que no tienen pastor’ (BeMidvar 27, 12; 27, 16-17).

En una oportunidad preguntaron al Rabino David Golinkin si -de acuerdo a la Halajá- se le podía anunciar el crudo pronóstico a un enfermo terminal o si acaso es preferible ocultárselo. Uno de los argumentos del Rabino para responder afirmativamente, fue que aquel enfermo sólo podrá tomar decisiones trascendentes si conoce la verdad.

Moshé aquí está en una situación similar.

Tiene el extraño y dudoso "privilegio" de saber que va a morir y con resignación se dispone a tomar una última decisión: quiere un sucesor. Está dispuesto a que su vida quede trunca, pero no a que quede trunca su misión.

¿A qué se parecía Moshé?, pregunta el Midrash.

A un fiel pastor al que le dijo el dueño de su ganado: ‘Apártarte de mi ganado’.
Dijo: ’No me apartaré hasta que me digas quién va a ser el que me vas a nombrar después de mí (Ialkut Shimoni).

Si bien nunca podremos saber lo que ocurrirá en el mundo venidero después de nuestra partida, hay ciertas decisiones en la vida que hacen que sigamos viviendo aun después de nuestro final. De la misma manera que uno puede ir al banco y abrir una caja de ahorro en la cual acumular bienes materiales, debiéramos esmerarnos para dar forma a nuestro legado ético-espiritual.

Moshé quiere que se lo recuerde por lo que fue y sabe que su existencia tendrá continuidad en la existencia de su sucesor que no será otro que Ieoshúa bin Nun.

Leí en una oportunidad sobre una pesadilla que tuvo el filósofo Bertrand Rusell. Veía a un bibliotecario con uno de sus más afamados libros en la mano, tratando de decidir si lo dejaba en el estante o lo tiraba para hacer lugar a libros más recientes.

Lo que estaba en juego en esta pesadilla era nada menos que la trascendencia del filósofo.

¿Acaso las generaciones futuras podrán recordarnos por algo? ¿Trascenderemos nuestra propia muerte?

Si no logramos transmitir nuestros sueños, nuestra enseñanzas, nuestros desvelos a alguien que venga detrás nuestro, nuestra vida habrá de perder gran parte de su sentido.

La trascendencia nos desvela, bien nos puede quitar el sueño.

¿Queremos vivir o tan sólo sobrevivir?

Así como un niño travieso al ver el cemento fresco en la acera se ve tentado a dejar allí su huella marcada, Moshé desea dejar su huella en Ieoshúa para reconocerse a través suyo.

‘Y apoyó sus manos sobre él y lo ordenó’ (BeMidvar 27, 23).
Ya podía morir en paz.



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