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miércoles, junio 12, 2013

Parashat Jukat 5773

La perfección es del Cielo

Los primeros versículos de Parashat Jukat tratan sobre el particular ritual de la vaca roja.

El  texto bíblico describe los detalles más pequeños de aquel ceremonial.

La Torá impone la búsqueda de una vaca perfecta, completamente roja (en realidad, se trata de pelaje amarronado), sobre la que no haya subido yugo alguno. Luego se habla del modo en que aquella vaca era degollada, cómo su sangre se vertía siete veces frente a la Tienda del Plazo, y como su carne y su piel eran quemadas con madera de cedro, hisopo e hilo carmesí a fin de servir como agente purificador de aquellos que habían estado en contacto con muertos.

En definitiva, se trataba de un ritual sumamente extraño que, ni siquiera, la mismísima sabiduría del Rey Salomón logró desentrañar (BeMidvar Rabá 19).

Muchos han sido los comentaristas que a lo largo de las generaciones han intentado descifrar el mensaje oculto trás el ritual de la vaca roja.

¿Por qué razón la Torá nos impone la búsqueda de una vaca tan perfecta que díficilmente logremos hallar?

Ante todo, la vaca debía ser absolutamente roja, y resultaba inválida con sólo dos pelos negros (véase el comentario de RaSHI a BeMidvar 19, 2). Luego, la vaca no debía poseer ningún defecto ni haber cargado yugo alguno. Tampoco podía tratarse de un buey ni de un becerro; sólo vacas rojas perfectas eran aptas para dicho ritual.

El Rabino Harold Kushner propone una interesante interpretación al respecto en su libro "¿Debemos ser perfectos?". A su entender, la ofrenda de aquel animal demuestra que la perfección no tiene cabida en este mundo. Las criaturas perfectas deben  estar en el Cielo, no en la Tierra. Este mundo es para aquellos que lidiamos con nuestros defectos y nuestra imperfección.

La perfección no es un mandato bíblico. El imperativo bíblico es ascender en la escala de nuestros atributos y pulir a diario nuestro carácter. Intentar cada día ser mejor de lo que fuimos ayer.

Posiblemente, a la luz de este imperativo, logremos entender el mensaje de otro relato crucial que forma parte de nuestra Parashá. Me refiero al episodio protagonizado por Moshé Rabenu en Mei Merivá.

Moshé decide golpear a aquella roca en lugar de hablarle, lo que despertó el enojo divino.

¿Realmente fue tan grave lo que hizo Moshé?

Posiblemente la respuesta es que para nosotros -hombres comunes y corrientes- un desliz como el cometido por Moshé Rabenu podría ser trivial y cotidiano. Todos tenemos alguna vez un momento de enojo o un pequeño ataque de ira. 

Sin embargo, Moshé tenía una estatura moral muy diferente a la nuestra.

Si un hombre anda por la vida maltratando y golpeando a sus vecinos o a sus compañeros de trabajo y un buen día decide volcar su violencia sobre las rocas, podríamos afirmar que su conducta ha mejorado.

Pero no es ésto lo que ocurrió con Moshé. Para él, dada su paciencia y su habitual espíritu calmo, este acto tuvo una gravedad mucho mayor de la que tendría para cualquiera de nosotros.

Personas como Moshé, evidentemente, son medidas con una vara diferente.

Tampoco Moshé estaba obligado a ser perfecto. Nadie lo está. Sin embargo no estaba eximido –como tampoco nadie lo está- de pulir su carácter y ascender en su escala de atributos. Para Moshé aquel arranque de ira constituía, sin duda alguna, un paso para atrás.

La perfección no existe en este mundo. Ni en el universo de los seres vivos, ni en el universo de las relaciones interpersonales, ni entre los Rabinos u hombres sabios.

La perfección de la vaca roja, pertenecía a los Cielos no a la tierra. Por ello era ofrendada a Di-s.






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