La
perfección es del Cielo
Los
primeros versículos de Parashat Jukat tratan sobre el particular ritual de la
vaca roja.
El texto bíblico describe los detalles más
pequeños de aquel ceremonial.
La
Torá impone la búsqueda de una vaca perfecta, completamente roja (en realidad,
se trata de pelaje amarronado), sobre la que no haya subido yugo alguno. Luego
se habla del modo en que aquella vaca era degollada, cómo su sangre se vertía
siete veces frente a la Tienda del Plazo, y como su carne y su piel eran
quemadas con madera de cedro, hisopo e hilo carmesí a fin de servir como agente
purificador de aquellos que habían estado en contacto con muertos.
En
definitiva, se trataba de un ritual sumamente extraño que, ni siquiera, la mismísima
sabiduría del Rey Salomón logró desentrañar (BeMidvar Rabá 19).
Muchos
han sido los comentaristas que a lo largo de las generaciones han intentado
descifrar el mensaje oculto trás el ritual de la vaca roja.
¿Por
qué razón la Torá nos impone la búsqueda de una vaca tan perfecta que
díficilmente logremos hallar?
Ante
todo, la vaca debía ser absolutamente roja, y resultaba inválida con sólo dos
pelos negros (véase el comentario de RaSHI a BeMidvar 19, 2). Luego, la vaca no
debía poseer ningún defecto ni haber cargado yugo alguno. Tampoco podía
tratarse de un buey ni de un becerro; sólo vacas rojas perfectas eran aptas
para dicho ritual.
El
Rabino Harold Kushner propone una interesante interpretación al respecto en su
libro "¿Debemos ser perfectos?". A su entender, la ofrenda de aquel
animal demuestra que la perfección no tiene cabida en este mundo. Las criaturas
perfectas deben estar en el Cielo, no en
la Tierra. Este mundo es para aquellos que lidiamos con nuestros defectos y
nuestra imperfección.
La
perfección no es un mandato bíblico. El imperativo bíblico es ascender en la
escala de nuestros atributos y pulir a diario nuestro carácter. Intentar cada
día ser mejor de lo que fuimos ayer.
Posiblemente,
a la luz de este imperativo, logremos entender el mensaje de otro relato
crucial que forma parte de nuestra Parashá. Me refiero al episodio
protagonizado por Moshé Rabenu en Mei Merivá.
Moshé
decide golpear a aquella roca en lugar de hablarle, lo que despertó el enojo divino.
¿Realmente
fue tan grave lo que hizo Moshé?
Posiblemente
la respuesta es que para nosotros -hombres comunes y corrientes -
un desliz como
el cometido por Moshé Rabenu podría ser trivial y cotidiano. Todos tenemos alguna
vez un momento de enojo o un pequeño ataque de ira.
Sin
embargo, Moshé tenía una estatura moral muy diferente a la nuestra.
Si
un hombre anda por la vida maltratando y golpeando a sus vecinos o a sus compañeros
de trabajo y un buen día decide volcar su violencia sobre las rocas, podríamos
afirmar que su conducta ha mejorado.
Pero
no es ésto lo que ocurrió con Moshé. Para él,
dada su paciencia y su habitual espíritu calmo, este acto tuvo una gravedad mucho
mayor de la que tendría para cualquiera de nosotros.
Personas
como Moshé,
evidentemente, son medidas con una vara diferente.
Tampoco
Moshé estaba obligado a ser perfecto. Nadie lo está. Sin embargo no estaba
eximido –como
tampoco nadie lo está- de pulir su carácter y ascender en su escala de
atributos. Para Moshé aquel arranque de ira constituía, sin duda alguna, un
paso para atrás.
La
perfección no existe en este mundo. Ni en el universo de los seres vivos, ni en
el universo de las relaciones interpersonales, ni entre los Rabinos u hombres
sabios.
La
perfección de la vaca roja, pertenecía a los Cielos no a la tierra. Por ello
era ofrendada a Di-s.
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