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lunes, octubre 12, 2009

Parashat Bereshit 5770

Bajos instintos

Mi padre suele decir que todos los conflictos existentes en nuestro mundo comenzaron aquel día en el que un hombre se levantó por la mañana y dijo: "¡Ésto es mío!".
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Esta aseveración no es una declaración comunista en contra de la propiedad privada, sino –mas bien- una referencia a uno de los instintos fundamentales inherentes a la raza humana. Un niño alcanza este conocimiento en una edad cercana al año y medio, cuando es capaz de defender sus juguetes y su "propiedad privada" con sudor y -sobre todo- con muchas lágrimas.

En la Torá, este fenómeno ve la luz en el contexto de la fascinante historia de Caín y Abel. Este relato, ubicado en el cuarto capítulo de Sefer Bereshit, adolece de detalles fundamentales que dificultan su entera comprensión. Allí no se nos cuenta lo ocurrido entre Caín y Abel en los instantes previos al crimen, ni tampoco la motivación que tuvo Caín a la hora de asesinar a su hermano. Tampoco se nos explica la forma en la que los hermanos comprendieron que sólo la ofrenda de Abel había sido grata a los ojos de Di-s.
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Entre los detalles faltantes en el relato, quisiera mencionar uno muy llamativo. El asesinato propiamente dicho ocure en el versículo octavo de dicho capítulo: "Y dijo Caín a Abel, su hermano; y fue estando en el campo que levantóse Caín contra Abel su hermano, y lo mató" (Bereshit 4, 8).
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Este versículo ha intrigado a los Sabios de Israel, ya que en ningún momento se explicita el contenido del diálogo entre los hermanos. El Midrash completa lo que el relato bíblico calla, y ofrece el detalle de la conversación entre Caín y Abel en los minutos previos al crimen.

¿Por qué se estaban peleando? [¿Por qué razón se inició el incidente?]. Dijeron: ‘Ven y dividámosnos el mundo’. Uno tomó las tierras y el otro tomó los bienes muebles [Y acordaron que ninguno de ellos reclamaría los bienes del otro].

Uno dijo: ‘¡La tierra sobre la que estás parado me pertenece!’. El otro dijo: ‘¡Lo que estás vistiendo, me pertenece!’.

Uno dijo: ‘¡Sácate la ropa!’. El otro dijo: ‘¡Elévate por el aire [para no pisar su tierra]!’.

Por ello, ‘levantóse Caín contra Hevel su hermano, y lo mató’ (Bereshit Raba 22:7).
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Los Sabios de Israel nos enseñan que el contexto del incidente está relacionado con el apego a la propiedad privada. Aquella fue la primera vez en la que un hombre se levantó y dijo implícitamente: "¡Ésto es mío!".
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Esta declaración implícita abrió la puerta a un sinnúmero de conflictos fraternales a lo largo de la historia de la humanidad. ¿Acaso ésto podría haberse evitado?
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Creo que la respuesta es negativa. Este incidente, como ya he dicho, es sólo una expresión de uno de los más básicos instintos inherentes al ser humano. Y este instinto no podrá jamás ser neutralizado en su totalidad. De no haber ocurrido con Caín y Abel, hubiera ocurrido tiempo después (posiblemente, no mucho tiempo después) y en el seno de alguna otra familia.
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Pero aun cuando la Torá no pretende neutralizar este instinto, nos enseña a convivir con él de manera armónica.
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Nuestros sabios en Pirkei Avot (5, 13) nos enseñan que existen cuatro categorías entre los hombres. El que dice lo mío es mío, y lo tuyo es tuyo, es el hombre de caracter mediocre (algunos creen que este fue el defecto de los habitantes de Sedom). El que dice: lo mío es tuyo y lo tuyo es mío, es el ignorante. El que dice: lo mío es tuyo y lo tuyo es tuyo, es el piadoso. Finalmente, el que dice lo tuyo es mío y lo mío es mío, es el malvado.

La primera categoría es descrita como propia de los hombres mediocres. A primera vista, pareciera ser ésta una declaración políticamente correcta. Yo me ocupo de lo mío, tú te ocupas de lo tuyo. Ni lo mío es de tu incumbencia, ni lo tuyo es de la mía. En apariencia, quien diga ésto, no está pecando ni de envidia ni de codicia. Sin embargo –tal como dijera alguna vez el Rab. Abraham Twerski- sería impropio creer que este rezonamiento es legítimo, por no codiciar el hombre los bienes de su prójimo (lo tuyo es tuyo). Por el contrario: su falta de estímulo por pensar en el prójimo (lo mío es mío), puede terminar destruyendo su alma, erosionando también seriamente el tejido social.

Es por ello que la Mishná agrega que éste fue el defecto de los habitantes de Sedom (y muy posiblemente, también haya sido el defecto del propio Caín quien acuñaría una frase que se trasnformaría con las generaciones en el lema de la indiferencia social: "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?").

La segunda categoría (lo mío es tuyo y lo tuyo es mío), es la de los hombres ignorantes. Ésta es la categoría de los necios que creen poder neutralizar este instinto humano con frases rimbombantes y ostentosas. Para quienes pertenecen a esta segunda categoría la propiedad privada no existe. Todo pertenece a todos (lo mio es tuyo, y lo tuyo es mío) y posiblemente –al final- nada pertenezca a nadie. Un niño de un año y medio, ya sabe que este razonamiento es impracticable.
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En cuanto a la cuarta categoría, no es necesario abundar en palabras. La persona que dice "lo tuyo es mío y lo mío es mío" bien merecido tiene el mote de malvado. Sólo una persona con corazón de piedra, puede manifestar semejante desprecio por los bienes ajenos.

De acuerdo a Pikei Avot, la persona piadosa es aquella que pertenece a la tercera categoría (lo mío es tuyo y lo tuyo es tuyo).

JaZaL no quieren enseñarnos con ésto que el hombre debe entregar todo su patrimonio a los demás. Lo que nos enseñan es que aquel que lleva adelante una vida de entrega se elevará por encima de aquel instinto.

Es cierto que un niño de un año y medio ya sabe delimitar su territorio y comprende cuál es su propiedad privada. Pero no menos cierto, es que ese mismo niño sabe sonreír cuando decide dar de lo suyo a los demás.

JaZaL nos enseñan que –aun cuando el instinto nos empuje hacia otra dirección- bien vale conservar siempre esta virtud de entrega. Quien lo logre será fuente de luz y habrá de desparramarla por el mundo.