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jueves, diciembre 18, 2008

Parashat VaIeshev 5769

Elogio a la Envidia

Hoy hablaré de un sentimiento humano que aflora incluso en los más nobles corazones, y que todos –absolutamente todos- hemos sentido en alguna oportunidad: Hablo de la envidia.

¿Es la envidia algo malo en sí mismo?
¿Hay una envidia buena y una envidia mala?

Nuestros sabios –así debiera entenderlo- suponen que sí. En dos lugares diferentes del Talmud, se observan dos posiciones claramente diferentes respecto de la envidia y sus derivaciones. En el Tratado de Baba Batra (21a) se nos dice: ‘Kinat Sofrim Tarvé Jojmá’ (La Envidia entre los sabios, incrementará la sabiduría). Allí el Talmud nos dice que se puede despedir de su trabajo a un maestro de niños, si se encontrara alguno mejor que él. El Talmud supone allí que el temor de aquel sabio a no ser humillado por su par, incrementará sus ansias de estudio y a superación.

Mientras tanto, en el capítulo cuarto de Pirkei Avot, se nos dice: HaKina VeHaTaavá VeHaKavod Motziín Et HaAdam Min HaOlam (La envidia, la codicia y la ambición comprometen la existencia del hombre).

La envidia es la "estrella" de nuestra Parashá, Parashat VaIeshev.

Iosef era el hijo preferido de su padre. Sólo a él Iaakov había regalado una túnica a listones, actitud que hizo montar en cólera a todos sus hermanos. Y agregado a ello, Iosef contaba a sus hermanos sus sueños, en los cuales éstos le rendían pleitesía y se arrodillaban delante suyo.

Sin embargo deseo referirme a otra envidia que encuentra su espacio en nuestra Parashá.

En el capítulo 40 del libro de Bereshit se narra la historia de Iosef en la prisión junto al jefe de los escanciadores del faraón y el jefe de los panaderos.

Iosef se hallaba injustamente en prisión, acusado de algo que no había cometido, y Di-s coloca en su camino a estos dos súbditos del faraón quienes buscaban con desesperación alguien que interprete sus sueños.

Sus sueños eran bien parecidos. El jefe de los escanciadores –tal era su oficio, el de servir bebidas- había soñado con una vid que contenía tres ramas. La vid floreció, maduraron sus racimos, y el jefe de las bebidas tomaba las uvas, las exprimía en el vaso del faraón y lo colocaba en manos del monarca.

Iosef le dijo: "Las tres ramas, son tres días. En el término de tres días el faraón te sacará de la cárcel y te devolverá a tu puesto".

El jefe de los panaderos, al apreciar las habilidades de Iosef, también aportó su relato.

"He soñado con tres canastos perforados sobre mi cabeza. Y en el canasto superior se hallaban todos los manjares de panadería del faraón, y un pajarito los comía del canasto que estaba sobre mi cabeza".

Iosef le dijo: "En tres días, el faraón te sacará de aquí y te colgará de un árbol".

El sentimiento de la envidia entrará en escena a la luz del comentario de RaSHI al versículo 6 de dicho capítulo. Allí dice RaSHI que cada uno había soñado con su sueño y con la interpretación del sueño de su compañero.

Ni uno ni el otro, sabía la interpretación de su propio sueño. Pero el jefe de los escanciadores conocía su sueño –y a la vez- sabía que el jefe de los panaderos iría a ser colgado, mientras que éste sabía también su sueño, y que el jefe de los escanciadores iría a ser retornado a su puesto.

¿Por qué iban a levantarse atribulados los dos?
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En realidad sólo el jefe de los escanciadores debería haberse levantado atribulado al ver que su compañero iría a ser colgado. Pero el jefe de los panaderos...¿por qué debería estar atribulado si sabía que el jefe de los escanciadores iría a ser retornado a su puesto?

Esto es envidia gratuita. Es la envidia que compromete la existencia de hombre, a la que se refiere Pirkei Avot. Es la envidia improductiva, que no motiva el crecimiento ni la superación. Es la envidia vana y estéril.

Una bella historia que he escuchado hace ya algunos años, puede graficar claramente esta clase de envidia. Se cuenta que Di-s se le apareció por la noche a un hombre y le dijo: ‘Puedes pedir todo cuánto desee tu corazón y te será concedido. Pero debes saber que aquello que tu recibas, también lo recibirá tu vecino...pero por partida doble’.

Lenta y paulatinamente, la envidia comenzó a carcomer el corazón de aquel hombre, al apreciar que su vecino se beneficiaba doblemente con sus propios deseos.

Atribulado ante tal situación, elevó un último pedido. Sabía que cada deseo suyo tendría doble eco en su compañero, entonces pidió que le sea sacado un ojo.

Atendamos los móviles de nuestras envidias. No toda envidia nos hace sentir miserables. Escuchemos sus ecos, sus miedos, sus deseos.

Kinat Sofrim Tarve Jojmá. La envidia entre los sabios incrementa la sabiduría. La envidia sana, nos hace crecer; nos hace superarnos.

La envidia estéril compromete nuestra existencia.


miércoles, diciembre 03, 2008

Parashat VaIshlaj 5769

Miedo a matar, miedo a morir

Después de veintiún años de separación Iaakov está nuevamente a unos pocos kilómetros de Esav.

El aire puede cortarse con tijera. Iaakov se entera enseguida que Esav viene hacia él....¡Pero no sólo! Su hermano camina acompañado por cuatrocientos hombres. Iaakov tragó saliva. Un escalofrío comenzó a recorrer su cuerpo de cabeza a pies...Y tuvo miedo, y se angustió...

‘Y temió Iaakov mucho y se angustió’ (Bereshit 32, 8), nos dice la Torá.

Si preguntáramos por los motivos del miedo de Iaakov, la respuesta sería unánime y casi obvia. ¿Cómo no habrá de temer viendo que Esav y sus hombres podían matarlo?’. Pero si leemos el versículo detenidamente, veremos que Iaakov no tenía UN miedo; tenía DOS. Por un lado miedo: ‘VaIrá Iaakov Meod’ (Y temió Iaakov mucho). Por el otro angustia: ‘VaItzer Lo’ (Y se angustió).

RaSHI, nos trae la voz del Midrash (Bereshit Rabá 76, 2) y nos dice: ‘Temía ser matado, y se angustió por si matase él a otros’ (RaSHI a Bereshit 32, 8). Iaakov -nos dice RaSHI- tenía miedo de convertirse en lo que jamás quiso ser. La espada nunca fue su amiga...Esa había sido la bendición a Esav a quien su padre había dicho "Vivirás de tu espada" (ver Bereshit 27, 40).

Iaakov sabía que la espada no era SU asunto. Ese era el terreno de su hermano. Y temió invadir el terreno de la violencia física....que no era el suyo. Temió mucho morir...Pero tanto como morir, temió mucho y se angustió solo por el hecho de pensar en matar. Iaakov sabía que no estaba ‘programado’ para ello.

Cuando uno respira el clima por la calles en este convulsionado Medio Oriente observa que ciertas ‘fantasías’ ya no son solo patrimonio de fanáticos fundamentalistas. ¿¡Cuántos son lo que dicen que para finalizar el conflicto del Medio Oriente ‘hay que matarlos a todos’!? ¡Cuántas veces –para ser honestos- lo pensamos aun sin verbalizarlo?

Y éso también da miedo. Un miedo no menor al que provocan los cohetes kasamim que caen sobre nuestra región. Un nuevo miedo que va sumado a ese primer miedo de Iaakov. Me refiero al segundo miedo de Iaakov. Tenemos miedo en convertirnos en Esav. Y eso también asusta...y angustia.

Recuerdo la historia de aquel viejo profeta que llegó hasta una aldea en la cual la violencia y la criminalidad abundaban por doquier. El viejo profeta comenzó a gritar, pero nada allí cambió. Y siguió gritando, día a día...

‘Viejo tonto’, le dijo uno. ‘¿Por qué no te vas de aquí? ¿No ves que nadie te escucha ni nadie jamás te ha escuchado?’.

‘Te equivocas’, le dijo el profeta. ‘Cuando llegué aquí yo gritaba para cambiarlos a ustedes; ahora grito para que ustedes no me cambien a mí’.

Rezamos, sufrimos y lloramos para que esta situación de violencia, lágrimas y sangre pueda cambiar. Para que algún día podamos vivir juntos, uno al lado del otro, sin muerte y sin dolor. Sigamos rezando para que ese día llegue...No callemos nuestras voces. Pero agreguemos a este un nuevo grito, el grito del profeta. Recemos también para que esta situación no nos cambie a nosotros y para que no dejemos de ser quienes somos.
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