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jueves, enero 29, 2015

Parashat BeShalaj 5775

Cuando se apaga la luz

Rabino Gustavo Surazski

Vilfredo Pareto, fue un filósofo y economista italiano que desarrolló su actividad hacia la segunda mitad del siglo 19 y primeros años del siglo pasado.

Pareto es conocido por haber enunciado el principio que lleva su nombre (Prinicipio de Pareto) o "Principio del 80/20". El economista italiano sostiene que la sociedad se divide entre aquellos "muchos" que tienen "poco", y aquellos "pocos" que tienen "mucho". Originalmente su enunciado se aplicó a teorías de distribución de la riqueza. Sin embargo, con el devenir de los años, el "Principio Pareto" fue aplicado a innumerables terrenos

Si bien estas cifras son arbitrarias, el enunciado es bastante preciso.

Para ejemplificar el espíritu del "Principio de Pareto" se podría decir que un 20% de la población mundial posee el 80% de la riqueza mundial o que el 80% de la eficiencia laboral un trabajador, saldrá a la luz en el 20% de su carga laboral semanal.

(En una ocasión, un maestro aplicó el "Principio Pareto" al universo rabínico. Me dijo que los Rabinos comunitarios suelen dedicar el 80% de sus energías al 20% de sus congregantes. De ese 20%, la mitad son los que aman al Rabino y la otra mitad los que no lo pueden ver...).

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Si analizamos nuestra sección semanal, Parashat BeShalaj, veremos que el "Principio Pareto" también puede aplicarse aquí.

En las primeras lineas de nuestra sección se nos cuenta que los hijos de Israel salieron "Jamushim" de la tierra de Egipto (véase Shemot 13, 18).

El significado de la palabra "Jamushim" en este contexto ha sido motivo de un amplio rango de comentarios. Hay quienes entienden (RaSHI) que "Jamushim" significa "Armados". Otros (Ibn Ezra) dicen que "Jamushim" implica que salieron de Egipto con grandes riquezas.

No obstante RaSHI trae una segunda opinión que se vincula con el "Principio de Pareto". De acuerdo al exégeta, "Jamushim" se origina en el vocablo hebreo "Jamesh" (5) e implica que solo uno de cada cinco israelitas (el veinte por ciento) salieron de Egipto. El 80% de los esclavos hebreos, murió durante la plaga de la oscuridad, la novena de las diez plagas que cayeron sobre la tierra del Nilo.

RaSHI ya había mencionado algo similar, en relación a la sección que leímos la semana pasada, Parashat Bo.

"¿Y por qué trajo sobre ellos (la plaga de la) oscuridad? Dado que había malvados entre los hijos de Israel que no querían salir (en libertad), y todos (ellos) murieron durante los tres días de oscuridad, a fin de que los egipcios no vean su caída (su oprobio) y no digan: ¡También ellos (los israelitas) sufren (la plaga) como nosotros (los egipcios)!".

(Aplicando el "Principio Pareto" aquí, se podría decir que el 20% de los hijos de Israel poseían el 80% de la fé de aquella generación).

Resulta muy sugerente el comentario de RaSHI.

A su opinión, la plaga de la oscuridad no tuvo como objetivo principal el lastimar a los egipcios...¡sino el resguardar el honor de Israel! Di-s trajo la noche sobre los egipcios a fin de que éstos no vean como los israelitas descarriados morían durante aquellos días oscuros.

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Este comentario aborda un tema de poderosa actualidad.

Muchas son las injusticias que se cometen en el moderno Estado de Israel. El Estado de Israel no ha sabido ser todo lo sensible que debiera haber sido con los sobrevivientes de la Shoá, por ejemplo. Éso ha sido -y aun es- motivo de disputa en la sociedad israelí. Israel, tampoco ha dado un trato ejemplar a refugiados africanos de Sudán y Eritrea o a palestinos que -teniendo permiso para trabajar en Israel- sufren de un sinfin de trabas y dificultades en los pasos fronterizos. También en los múltiples conflictos bélicos contra el Hamás –sin duda- se pudo haber cometido más de un exceso.

Sin embargo, cabe destacar aquí que Israel no es una excepción en la materia.

Considero que las "fallas de sistema" por estas tierras no son más numerosas que "las fallas de sistema" de cualquier otra democracia occidental (EEUU y Europa entre ellas). También en Europa y en EEUU no se le da a las minorías y a los inmigrantes un trato que se condiga con los estandares más elevados de humanidad. El ejército americano, francés o inglés tampoco podría mostrar pergaminos que certifiquen un desmpeño en el campo de batalla limpio de imperfecciones y excesos.

El punto aquí es como se trata de optimizar el desempeño del estado hebreo en la materia.

Queda claro que hay mucho por corregir. Sin embargo, se puede corregir de puertas hacia adentro o "ventilando" las fallas de Israel ante las cámaras de la BBC o de la CNN, como muchos israelíes o judíos de  extrema izquierda han elegido hacer en más de una ocasión (por aquí se recuerda aun el oprobioso informe del juez judeo-sudafricano Richard Goldstone al cabo de la operación Plomo Fundido en el 2008. El mismo juez terminó por contradecir gran parte de los argumentos que él mismo había redactado en dicho informe).

No se trata de ser hipócrita.

Se trata de que ahí afuera hay muchos ojos que estan sedientos de escuchar acerca de las "impefecciones" de Israel, y ver como la lupa de la opinión pública mundial se posa sobre Israel al presentarlo como violador serial de los derechos humanos elementales.

La ropa sucia hay que lavarla; es imperioso hacerlo. Pero se debe lavar en casa. Hay mucho antisemita suelto por el mundo esperando ser alimentado y nadie debiera ser útil a su causa ni darle de comer en la boca.

El comentario de RaSHI acerca de la plaga de la oscuridad nos da la pauta al respecto.

Aquel ochenta por ciento no debía salir en libertad, ni lo merecía. De hecho, tampoco salió...

Sin embargo, tampoco era necesario que los egipcios se enteren.


jueves, enero 22, 2015

Parashat Bo 5775

Cuando la verdad quema...
dedicado a la bendita memoria de Alberto Nisman Z"L

Parashat Bó, que leemos esta semana, trae -en su primera parte- el relato de las últimas tres plagas que cayeron sobre Egipto.

La anteúltima de dichas plagas –la oscuridad- tuvo un impacto real sobre el faraón y su pueblo. Sin embargo, el efecto de dicha plaga fue fundamentalmente simbólico.  El faraón de Egipto, "hijo" del dios sol en la tierra, ve a su divinidad, fuente de su poder terrenal, derrumbada ante el poder de Dios.  
Súbitamente la noche se pudo palpar, y Ra –dios egipcio del sol- quedó vacío de todo poder. Ya había pasado lo mismo con el río Nilo –también considerado una deidad por los egipcios- transformado en sangre y escupiendo ranas obedeciendo al Soberano del mundo. También ocurrirá lo mismo con los carneros ofrendados por los israelitas a su salida de Egipto. Los egipcios adoraban al carnero y es por eso que Moshé solicita al faraón permiso para ofrendar dichos animales fuerra de la tierra de Egipto (ver Shemot 8, 22).

Incluso ocurrió lo mismo con el mismísimo faraón. Cuando Moshé anuncia la venida de las plagas, Dios le pide que vaya a advertírselo al faraón temprano a la mañana, cuando éste bajaba al Nilo. 

RaSHI (ver comentario a Shemot 7, 15) comenta que el faraón hacía creer a sus súbditos que era un dios y –por ende- no tenía necesidades fisiológicas. Por esa razón, todas las mañanas bajaba temprano al río Nilo y hacía allí sus necesidades. Era en ese momento de tamaña "humanidad", que Moshé le transmitía el mensaje divino.  

La salida de Egipto, y la plagas que la antecedieron, no sólo liberó a Israel de la esclavitud sino que derrumbó cual castillo de naipes a aquel faraón opresor y embustero y a cada uno de los dioses en los cuales creían los egipcios.

Si abandonamos las páginas de nuestra Torá, veremos que "vencer" al sol nunca tan sencillo como lo fue para el Señor de todo lo existente en el relato del Éxodo.

La mitología griega cuenta la historia de Ícaro y Dédalo, retenidos por el rey Minos en un laberinto de la isla de Creta. Dedalo -padre de Ícaro y constructor de aquel laberinto-  elabora un plan para escapar de su presidio. Dado que Minos dominaba la tierra y el mar, Dédalo fabrica para él y para su hijo alas de plumas, unidas con cera, a fin de huír de la isla.

Dédalo advirtió a su hijo que volar demasiado alto podía hacer peligrar la integridad de sus alas. Sin embargo, Ícaro ascendió, y el sol derritió sus alas. El joven cayó al mar y murió. Desde entonces, aquel mar lleva su nombre: Mar Icario.

Apolo, dios griego del sol, era el patrono de la verdad. También Ra, dios egipcio del sol era el creador de todo lo existente y el dios de la verdad. Para la fé judía, sin embargo, Dios lo es todo. Él es el creador de todo lo existente, la fuente de toda abundancia terrenal, y el Señor de la suprema verdad.

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En el año 1979, el genial actor y cantante francés Yves Montand, rodó una película inspirada en aquel joven alado de la mitología griega. El film, dirigido Henri Verneuil por llevó por nombre "I...como Icaro".

En la película, el gobernante de un país ficticio había sido asesinado en medio de los festejos por su re-elección.

Una comisión es asignada a fin de investigar el asesinato. Al cabo de su labor, dicha comisión concluye que el asesinato fue perpretado por un lunático que había disparado al presidente desde un balcón para luego suicidarse.

Uno de los integrantes de esa comisión investigadora, el Fiscal Henri Volney (Yves Montand) se niega a firmar el informe y se da a la tarea de efectuar una nueva investigación que -a medida que progresa- lo llevan a descubrir la verdadera trama del complot y la identidad de los conspiradores. Volney terminó pagando con su vida.

Eso es lo que pasa cuando se esta demasiado cerca de la verdad. Le paso a Icaro, le paso a Montand y esta semana al fiscal Alberto Nisman Z"L en la Argentina real. 

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Cuenta el Midrash (Bereshit Rabá 8, 5) que cuando Dios se dispuso a crear al hombre, los ángeles celestiales comenzaron a discutir entr ellos.

El ángel de la piedad asintió con el proyecto divino y dijo: "¡Que sea creado porque hará actos piadosos!". El ángel de la verdad dijo: "¡Que no sea creado, porque vive mintiendo!". El de la justicia dijo: "¡Que sea creado, porque hace actos de justicia!", y el de la paz dijo: "¡Que no sea creado, porque vive peleando!".

La fuerza de la verdad de muy fuerte, y bien hubiera podido convencer a las demás. Fue entonces que Dios sacrificó su tesoro más valioso, y lo arrojó a la tierra, tal como dice el libro de Tehilim (85, 12): ‘Emet MeEretz Titzmaj’ (La justicia brotará desde la tierra).

Si la verdad brota de la tierra, significa que su semilla está sepultada en algún lugar. La semilla de la verdad existe, pues está aquí abajo entre nosotros.

No obstante,  20 años después, las únicas sepulturas que conocemos son otras...

Quiera Dios iluminar a todo hombre de buena voluntad que habite en suelo argentino para hallarla, remover la tierra de alimañas y permitirle brotar prontamente, a fin de honrar la memoria de aquellos que fueron arrancados de este mundo.

La verdad quema, pero finalmente brotará.




jueves, enero 08, 2015

Parashat Shemot

Cuestión de Honor

Hace algunos años ingresamos un nuevo Sefer Torá en la sinagoga de la que fui Rabino en Buenos Aires. Fue una celebración única; inolvidable y conmovedora. No obstante, un festejo tan trascendente, se vio empañado por un trámite bastante engorroso en el aeropuerto de Ezeiza.

El Sefer Torá había llegado embalado desde EEUU. Los empleados de la aduana miraban azorados a aquel exótico pergamino que recién había aterrizado en el país. Hacían fila para mirarlo.

Sin embargo había un impuesto por pagar. Los empleados miraban el Sefer como recién aterrizado de otro planeta. Lo analizaban...

‘¡Esto es una antigüedad!’, me dijo un empleado de la Aduana.

‘¿Cómo va decir que es una antigüedad?’ -le dije- ‘¡Hace dos semanas se terminó de escribir en los EEUU!’.

‘¡Aun así!’, nos dijo el hombre. ‘Es una antigüedad; y las antigüedades pagan el dos por ciento de impuesto. Es como importar un reloj de pie suizo’, nos dijo mientras echaba un vistazo a una interminable lista de tarifas aduaneras colgada en la pared.

Dos por ciento era mucho dinero. Sin embargo, ya no era un tema económico...era una cuestión de honor. Pocas cosas podían herir más mi orgullo judío que el hecho de catalogar a una Torá como a una antigüedad.

¿Cómo explicarle a ese funcionario que los ecos del Sinaí resuenan hasta el día de hoy? ¿Cómo decirle –tal como nos cuenta la Parashá de esta semana- que la zarza ardía pero no se consumía?

VeHine HaSne Boer BaEsh, VeHaSne Einenu Ukal (Shemot 3, 2). La revelación es constante y permanente; no está allí lejos en el pasado. Cada día volvemos a pararnos al pie del Sinaí.

Unos pocos meses luego de aquel episodio en la Aduana visitaba la ciudad de Nueva York y me senté a cenar en un restaurant chino kasher. Era jueves de noche, y viendo que el Shabat se acercaba, me acerqué al mashguiaj del lugar y le pregunté por una sinagoga cercana.

El joven -un muchacho israelí ortodoxo- me sorprendió de entrada con su "menú": ‘¿Buscas una sinagoga ortodoxa, conservadora o reformista?’, me preguntó.

‘Soy todo oídos....’, le dije esperando escuchar su respuesta.

‘Mira...’, me explicó. ‘Acá a cinco cuadras hay una sinagoga hermosa; vale la pena que vayas...A la vuelta de tu hotel tenes otra, está más cerca...Una vez fui allá –me dijo. No vayas. No parece una sinagoga, parece un museo’.

Sus palabras me impactaron...‘Parece un museo’, me dijo. 

Pensar en la Torá como antigüedad y en una sinagoga como museo, equivale a firmar nuestra acta de defunción como pueblo.

No estudiamos la Torá porque así lo hacían nuestros padres. No venimos a la sinagoga porque así lo hacían nuestros abuelos. Es por nosotros que lo hacemos.

Eso, de hecho, esta sugerido al inicio de cada Amidá. Allí, al abrir nuestra plegaria, decimos "E-lohenu Ve-E-lohei Avotenu" (Dios nuestro –ante todo nuestro- y Dios de nuestros padres).

Cuando la Torá habla de aquella zarza que ardía y no se consunía, no está haciendo referencia exclusiva a un extraordinario proceso químico. Nos está enseñando que la revelación divina se prolonga con el correr de las genenaciones, tal como la voz del Shofar de Sinaí iba intensificándose mucho (Shemot 19, 19).

Dijo al respecto Rabí Leví Itzjak de Berditchev: Hay quien escucha el sonido del shofar de Rosh Ha-Shaná durante todos los días del año y hay quien escucha el sonido del shofar de Matán Torá durante todos los días de su vida.

Ni la Torá es una antigüedad, ni la sinagoga un museo.



jueves, enero 01, 2015

Parashat VaIejí 5775

Añoranzas

Existe una gran diferencia entre los cinco libros de la Torá y los libros de los Profetas.

La Torá es fundamentalmente un libro de añoranzas.

Expresiones como "Cuando entres a la tierra", o "cuando Di-s te traiga a la tierra", se repetirán decenas de veces a lo largo de la Torá y resaltarán el profundo sentimiento de nostalgia y esperanza que envuelve a la mayor parte de los libros de Moshé.

Sólo unas pocas secciones de Torá se desarrollan en la Tierra Prometida. El resto de la Torá acontece en el exilio –en Egipto- y fundamentalmente en el desierto.

La situación respecto a los libros proféticos es diametralmente opuesta.

Los acontecimientos relatados en el libro de Ieoshúa, Shoftim, Shmuel y Melajim -por ejemplo- ocurrieron aquí, a la vuelta de la esquina. Detrás de cada piedra de Israel se esconde un versículo diferente. Los pies de Ieoshúa bin Nun pisaron cada uno de los paisajes de la Tierra Prometida.

Sin embargo, los libros proféticos constituyen –muy a nuestro pesar- una auténtica excepción. Se podría decir que no sólo la Torá es un libro de añoranzas, sino que la religión judía es fundamentalmente una religión nostálgica. La añoranza envuelve también la inmensa mayoría de las páginas del Sidur, nuestro libro de rezos. Mientras que en la Torá se añora la Tierra que fuera abandonada en tiempos de Iaakov Avinu -cuando sus hijos descendieron a Egipto- en el Sidur se añora al Templo de Jerusalem y a la dinastía de David.
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En Parashat VaIejí que leemos esta semana ocurre algo particularmente llamativo.

Iaakov Avinu deja este mundo y sus hijos suben a la Tierra Prometida a sepultar sus restos.

Lo interesante es que al arribar a la Tierra de Iaakov da la sensación que la ven como una tierra ajena. Los hijos de Iaakov suben a la Tierra Prometida, le dan sepultura a su padre, lo lloran, y retornan a Egipto. ¿Qué mejor para hombres de ganado que establecerse en la tierra de Goshen, descrita en las Escituras como "lo mejor de la tierra" (Bereshit 47, 6)?

Se cuenta que en tiempos de la cuarta aliá -cuando una gran cantidad de judíos polacos llegaban a la Tierra de Israel- preguntaron a Rabí Meir Shapira de Lublín por qué no iba -aunque más no sea- a visitar la Tierra de Israel.

Dijo Rabí Meir: ‘Para subir a Israel aún me quedan fuerzas, pero...¿de dónde sacaré fuerzas para regresar de allí?’.

Los hijos de Israel no tuvieron ese problema. Fácilmente encontraron las reservas anímicas para desprenderse de la tierra de sus antepasados. De hecho, la Tierra de Israel se había transformado para ellos en éso: en la Tierra de su padre.  

Se podría argumentar que en la Tierra Prometida había hambre y sequía y que en Egipto no faltaba la comida. Sin embargo, el hambre en Cnaan duró unos pocos años...¡Iosef vivió cuarenta años luego de muerto su padre Iaakov! ¿Por qué los hijos de Israel no regresaron a su tierra entonces?

Tal vez la respuesta a este interrogante este sugerida por una particularidad que esconde nuestra Parashá.

Parashat VaIejí es la única sección stumá (cerrada) de la Torá.

¿Qué significa ésto?

Significa que en el texto bíblico no existe ningún espacio entre nuestra Parashá y la sección previa (VaIgash), cuando habitualmente se deja un espacio en blanco entre sección y sección.

El Rabino Beni Lau, siguiendo el razonamiento de nuestros Sabios, explica esta particularidad:

"En tanto Iaakov estaba vivo, alguien unía a la familia con sus raíces. Muerto el padre de familia, aquella raíz se cortó y las nuevas ramas echaron raíces en la tierra de Egipto...La familia se posesesionó de la tierra de Egipto y comenzó a prosperar en ella sin experimentar sensación alguna de "diáspora".

De hecho, así concluye Parashat VaIgash que leímos la semana pasada: "Y residió Israel en tierra de Egipto, en tierra de Goshen; y posesionáronse de ella; y fructificaron y multiplicáronse mucho" (Bereshit  47, 27).

E inmediatamente luego de aquel cierre, sin mediar ningun espacio, comienza la nueva Parashá –VaIejí- una Parashá stumá (cerrada). Por lo visto, los que se cerraron fueron los ojos de los hijos de Israel. Al cabo de unos años, ni añoranzas les quedaban...

En unos pocos días nacerá Moshé Rabenu. El habrá de recordarles a los hijos de Israel quién era el Di-s de sus padres; él habrá de explicarles el origen de sus raíces.

Muchos de nuestros hermanos, a los largo de nuestra historia, quedaron en el camino olvidando sus raíces. Otros se aferraron a la esperanza de que un día llegará y podrían regresar a su  tierra.

Nosotros nos contamos entre estos afortunados. Tuvimos la gracia de nacer en una generación que pudo cristalizar el sueño de millones de judíos a lo largo de la historia y podemos moldear nuestras vidas sobre la Tierra de Israel, en un Estado complejo...pero propio.

Por primera vez en dos mil años, la Tierra de Israel no es sólo añoranza sino una realidad palpable y pujante. No es sólo la Tierra de nuestros antepasados, sino la nuestra. Ésto supone también un desafío dado que hoy no soñamos con la Tierra, sino que la construímos.

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Leí en una oportinidad que se le preguntó al Rabino Shlomo Carlebach Z"L en qué época le hubiera gustado nacer si de él dependiera la cosa. Y él respondió que por ninguna razón del mundo cambiaría el destino que cayó en sus manos: haber nacido es ésta, nuestra generación.

La verdad, yo tampoco.