Buscar este blog

lunes, agosto 27, 2007

Parashat Ki Tavó 5767

Baruj HaShem

La Parashá de esta semana habla sobre la mitzvá de los Bikurim.

Los primeros frutos de nuestro campo no debían ser comidos por aquellos que trabajaron la tierra. Debían colocarse en una canasta y llevarlos hasta el sacerdote quien los ofrendaba delante del altar divino.

Y en el momento de la ofrenda se deía decir:

‘Un arameo errante era mi padre, y descendió a Egipto y residió allí con poca gente, y se convirtió allí en un pueblo grande, fuerte y numeroso. Y nos maltrataron los egipcios, y nos oprimieron, y nos dieron trabajo duro. Y clamamos al Eterno, Di-s de nuestros padres y escuchó el Eterno nuestra voz y vio nuestra aflicción, y nuestro trabajo, y nuestra opresión. Y nos sacó el Eterno de Egipto, con mano poderosa, y con brazo extendido, y con terror grande, y con señales y con prodigios. Y nos trajo a este lugar, y nos dio este país, tierra que mana leche y miel. Y ahora he aquí que traje las primicias del fruto de la tierra que me diste, Eterno’.
Este pasaje, resume prácticamente la Torá en seis lineas. En seis versículos la Torá llega desde Iaakov y su llegada a Egipto, pasando por los cuarenta años en el desierto y llegando hasta las mismísimas puertas de la Tierra Prometida, lugar en el cual de desarrolla físicamente la Parashá de la semana.

En el momento del agradecimiento, en el momento en el cual se ve que la semilla dio frutos, las imágenes vienen a nuestra mente como un torbellino de ideas.

Pienso, por ejemplo, en un padre que ve a su hijo llegando a la edad de las mitzvot y que lo escucha por primera vez leyendo de la Torá. Allí, en ese momento, trece años de vida pasarán por su cabeza en veinte segundos, los mismos veinte segundos que tarda en leerse la declaración de los Bikurim y que resumen casi trescientos años de historia en seis renglones.

La gratitud es el motor de la solidaridad y de la entrega. Si ustedes ven una sociedad poco solidaria, de seguro que es una sociedad ingrata...

Por ello, no es casual que luego del pasaje de los Bikurim, la Parashá hable sobre la Tzedaká. La gratitud hace aflorar los sentimientos más nobles que yacen en nuestros corazones.

ViHi Noam HaShem Elokeinu Aleinu, Umaase Iadenu Konena Alenu, Umaase Iadenu Konenehu. Sea la gracia de Di-s sobre nosotros, afirmando con ella, las obras de nuestras manos. Afirma, Di-s, las obras de nuestras manos.

martes, agosto 21, 2007

Parashat Ki Tetze 5767

Un Pueblo de Paso

Hacia el final de Parashat Ki Tetzé se encuentra la mitzvá de recordar lo hecho por Amalek a nuestra salida de Egipto.

‘Recuerda la que te hizo Amalek en el camino a vuestra salida de Egipto. Que te encontró por el camino, y mató de ti, todos los débiles que iban tras de ti, y tú estabas cansado y fatigado; y no temió a Di-s’, leeremos mañana en la Torá (Devarim 25:17-19).

Todas las naciones del mundo sabían ya del poder de Di-s y temían por entonces a Israel. Amalek no.

Por eso RaSHI compara a Amalek con un hombre que se sumerge en una bañadera de agua hirviendo. Se quema hasta las pestañas, pero se la enfría a los demás. Amalek es quien inaugura la triste sucesión de ataques y traiciones que el pueblo judío vivió a lo largo de su historia.

Amalek no tenía miedo a Israel. No creía en Di-s, ni creía en la justicia, ni en los valores morales, no creía en nada.


No es casual que en gematria la palabra Amalek sume 240 al igual que la palabra Safek (duda).

Pero Amalek no ataca en cualquier lado; Amalek ataca ‘en el camino’. Y casi diría: Amalek ataca porque no puede soportar que Israel tenga un camino...

Israel tenía una razón de ser, una razón para luchar, una razón para creer y una razón para vivir. Amalek no.

Algunos historiadores suelen decir que el pueblo judío es una especie de anomalía histórica. Todos los pueblos funcionan de forma bastante parecida. Nacen, se organizan, dejan algún legado para el género humano, y luego llega su ocaso.

En términos cósmicos, podríamos decir que duran en la historia tan solo un momento y solo podemos saber de ellos a través de sus ruinas, únicas testigos y guardianes del pasado.

En nuestro caso es diferente.
Los testigos de nuestro pasado somos nosotros mismos.

Somos parte de ese camino y de esa misión que le fuera conferida a nuestros patriarcas.
Somos eslabón y somos cadena...

El mensaje de Amalek es que el camino no importa.
Tampoco importa el propósito ni el futuro.

La Torá nos cuenta poco y nada de la vida de Amalek como pueblo.
No sabemos qué aporte hizo al género humano ni como vivían. Sólo sabemos cómo Amalek no dejaba vivir a los demás.

No se nos ordena recordar a Amalek sólo para rememorar su traición ni la de aquellos que siguieron y siguen sus huellas (que son muchos).

Se nos ordena recordar para rememorar siempre ese camino en el que fuimos atacados, para no desviarnos jamás de él y seguir conservando bien alto el orgullo de pertenecer a un pueblo con un camino y no simplemente a un pueblo de tránsito.
.

lunes, agosto 13, 2007

Parashat Shoftim 5767

La Torá del rey

Somos demasiado frágiles, y rara vez lo reconocemos. Sólo envueltos en el dolor y en la tragedia, tomamos conciencia de nuestras numerosas limitaciones. Sin embargo, cuando la suerte nos muestra su cara más bella creemos ser, tal vez por unos pocos segundos, los soberanos del universo.

Esta sensación de poder, no siempre es efímera. En los puestos dirigenciales, por ejemplo, se corre el riesgo de experimentar la omnipotencia durante un tiempo más prolongado.

Los reyes, en el mundo antiguo, pertenecían a esta clase de individuos. La vida y la muerte dependía de sus palabras y -por qué no- de sus caprichos. El pueblo de Israel, guardaba un enorme respeto por su monarca. La investidura real era respetada hasta en los detalles más pequeños. Resultaba fundamental, entonces, la imposición de una norma que ayude al rey a dominar sus impulsos de poder.

Es entonces que leemos en la Torá:
.
‘Y será cuando (el rey) se sentare sobre el trono de su reino, escribirá para él la copia de esta ley sobre un libro...y estará con él, y la leerá todos los días de su vida’ (Devarim 17, 18-19).

Este precepto, a mi entender, desea transmitir al monarca el siguiente mensaje: ‘En aquel momento que seas nombrado rey de Israel, escribirás esta ley sobre un libro, estarás con ella y la leerás todos los días de tu vida para recordar que tu poder es limitado, que hay un Di-s que está por encima tuyo y una ley que debe regir todas tus acciones de gobierno’.

Al cumplir este precepto el monarca debe comprender que existen pueblos sin rey pero no reyes sin pueblo y que toda su grandeza proviene de Di-s.

Ninguno de nosotros rige los destinos de Israel. Sin embargo, el poder también coquetea a nuestro alrededor en búsqueda de un alma pequeña que le quiera dar mal uso.

No es necesario ser rey de Israel, para caer en el pecado del autoritarismo. Podemos hacerlo desde un púlpito, desde el frente de un aula, detrás de un mostrador o sentados trás un escritorio. Podemos ser soberbios como padres o como hijos. Podemos cometer abusos como dirigentes o como pueblo. Podemos ser autoritarios como maestros o como alumnos.

Quiera Di-s concedernos en este santo Shabat la inspiración y la humildad suficiente para caminar con dignidad por Su mundo. VeTaher Libenu LeOvdeja BeEmet. Purifica nuestros corazones para servirte con sinceridad, devoción y modestia.
.

lunes, agosto 06, 2007

Parashat Reé 5767

Dos montes, dos mundos

Cuando hablamos de montañas celebres en la Torá, enseguida se nos viene a la mente el monte Sinaí o el monte Moriá. Sin embargos, las montañas bíblicas, son mucho más de lo que pensamos hoy cuando hablamos de montañas.

No solamente son el sitio elegido para la foto del viaje de alumnos, ni el lugar apto para unas formidables vacaciones de ski, sino el punto en donde la voluntad de Di-s y la devoción del hombre se unen.

No en vano Moshé sube a una montaña para recibir la Torá.

La porción semanal de la Torá, Parashat Reé, nos habla sobre la existencia de dos montes, bastante menos célebres, llamados Gerizim y Eival, que muestran un fuerte contraste en su apariencia.

Gerizim, al sur del valle de Shejem presenta un agradable declive verde que está cubierto, hasta la cumbre, por terrazas de frutas.

Eival, hacia el norte, es escarpado, infecundo y frío y ligeramente más alto que Gerizim.

Sin embargo, y esto resulta ser lo más llamativo, las dos montañas yacen una frente a la otra, se elevan sobre el mismo terreno, son regadas por las mismas lluvias y el mismo rocío, en ambas se respira el mismo aire, ambas ven flotar el mismo polen y -aún así- Eival es fría e infecunda mientras que Gerizim está vestida de vegetación hasta su cima.
.
De acuerdo a la Parashá, al momento de cruzar el río Jordán, aquellos dos montes serían el escenario elegido para el ritual de compromiso popular con las palabras de la Torá (véase Ieoshua 8:33-35).
.
El alma religiosa también puede compararse con estos dos montes.

La observancia ciega y compulsiva puede trastocarse en maldición y alimentar, en el ser humano, sentimientos de fanatismo, odio y violencia. Es entonces que el corazón pasa a ser terreno infecundo y escarpado, similar al monte Eival.

Pero la vida -gracias a Di-s- nos muestra la otra faceta. Un individuo regado por idéntica lluvia, y rodeado del mismo aire, puede transformar las palabras de la Torá en fuente de bendición y fertilizar su corazón para albergar sentimientos de amor y sensibilidad hacia Di-s y hacia Sus criaturas.

Recuerdo hace unos años, el Rabino Felipe Yafe, por entonces décano del Seminario Rabínico Latinoamericano, me conto una anécdota que resulta gráfica al respecto.

Años atrás, mientras el Rabino Yafe vivía en Israel, se encontraba caminando por las calles de Jerusalén en el preciso momento en el que el Shabat estaba finalizando.

Allí, un comerciante apurado por abrir su negocio, estaba levantando la cortina del mismo minutos antes de la hora exacta de la salida del Shabat. Fue entonces, cuando un grupo de judíos ultra-ortodoxos, indignados por su irreverencia, rompieron la vidriera de su comercio a piedrazos.

El Rabino Yafe, observaba la escena azorado. Vino a su mente la frase que su maestro, el Rabino Marshall Meyer, solía repetir día a día: Kol Israel Arevim Ze BaZe (Shvuot 39ª). (Cada judío es responsable por su prójimo).

Entendió, entonces, que permanecer callado era un acto de cobardía y se sintió comprometido a ayudar a aquel judío en desgracia. Se acercó al lugar de los hechos y, al pedir explicaciones a los fanáticos, ellos le respondieron con la misma frase que lo movilizó a él: Kol Israel Arevim Ze BaZe.
.
¿Cómo podía ser?, preguntó el Rabino. ¡Si fueran responsables por él, no le estarían destrozando el negocio!

‘Justamente por ello lo hacemos; rompemos su negocio porque somos responsables por él. Es nuestra responsabilidad judía enseñarle a ser un buen judío, y reprenderlo por el incumplimiento del Shabat’.

Hace años que atesoro esta anécdota en mi memoria. Supongo que logra graficar el increíble impacto que tiene la Torá en los judíos.

Lo que para uno representa vida, para el otro representa muerte. Lo que a uno lo mueve a crear, al otro lo mueve a destruír. Lo que a uno lo motiva a amar, al otro lo motiva a odiar. Lo que para uno es Gerizim, para el otro es Eival.
.