Dos montes, dos mundos
Cuando hablamos de montañas celebres en la Torá, enseguida se nos viene a la mente el monte Sinaí o el monte Moriá. Sin embargos, las montañas bíblicas, son mucho más de lo que pensamos hoy cuando hablamos de montañas.
No solamente son el sitio elegido para la foto del viaje de alumnos, ni el lugar apto para unas formidables vacaciones de ski, sino el punto en donde la voluntad de Di-s y la devoción del hombre se unen.
No en vano Moshé sube a una montaña para recibir la Torá.
La porción semanal de la Torá, Parashat Reé, nos habla sobre la existencia de dos montes, bastante menos célebres, llamados Gerizim y Eival, que muestran un fuerte contraste en su apariencia.
Gerizim, al sur del valle de Shejem presenta un agradable declive verde que está cubierto, hasta la cumbre, por terrazas de frutas.
Eival, hacia el norte, es escarpado, infecundo y frío y ligeramente más alto que Gerizim.
Sin embargo, y esto resulta ser lo más llamativo, las dos montañas yacen una frente a la otra, se elevan sobre el mismo terreno, son regadas por las mismas lluvias y el mismo rocío, en ambas se respira el mismo aire, ambas ven flotar el mismo polen y -aún así- Eival es fría e infecunda mientras que Gerizim está vestida de vegetación hasta su cima.
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De acuerdo a la Parashá, al momento de cruzar el río Jordán, aquellos dos montes serían el escenario elegido para el ritual de compromiso popular con las palabras de la Torá (véase Ieoshua 8:33-35).
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El alma religiosa también puede compararse con estos dos montes.
La observancia ciega y compulsiva puede trastocarse en maldición y alimentar, en el ser humano, sentimientos de fanatismo, odio y violencia. Es entonces que el corazón pasa a ser terreno infecundo y escarpado, similar al monte Eival.
Pero la vida -gracias a Di-s- nos muestra la otra faceta. Un individuo regado por idéntica lluvia, y rodeado del mismo aire, puede transformar las palabras de la Torá en fuente de bendición y fertilizar su corazón para albergar sentimientos de amor y sensibilidad hacia Di-s y hacia Sus criaturas.
Recuerdo hace unos años, el Rabino Felipe Yafe, por entonces décano del Seminario Rabínico Latinoamericano, me conto una anécdota que resulta gráfica al respecto.
Años atrás, mientras el Rabino Yafe vivía en Israel, se encontraba caminando por las calles de Jerusalén en el preciso momento en el que el Shabat estaba finalizando.
Allí, un comerciante apurado por abrir su negocio, estaba levantando la cortina del mismo minutos antes de la hora exacta de la salida del Shabat. Fue entonces, cuando un grupo de judíos ultra-ortodoxos, indignados por su irreverencia, rompieron la vidriera de su comercio a piedrazos.
El Rabino Yafe, observaba la escena azorado. Vino a su mente la frase que su maestro, el Rabino Marshall Meyer, solía repetir día a día: Kol Israel Arevim Ze BaZe (Shvuot 39ª). (Cada judío es responsable por su prójimo).
Entendió, entonces, que permanecer callado era un acto de cobardía y se sintió comprometido a ayudar a aquel judío en desgracia. Se acercó al lugar de los hechos y, al pedir explicaciones a los fanáticos, ellos le respondieron con la misma frase que lo movilizó a él: Kol Israel Arevim Ze BaZe.
El alma religiosa también puede compararse con estos dos montes.
La observancia ciega y compulsiva puede trastocarse en maldición y alimentar, en el ser humano, sentimientos de fanatismo, odio y violencia. Es entonces que el corazón pasa a ser terreno infecundo y escarpado, similar al monte Eival.
Pero la vida -gracias a Di-s- nos muestra la otra faceta. Un individuo regado por idéntica lluvia, y rodeado del mismo aire, puede transformar las palabras de la Torá en fuente de bendición y fertilizar su corazón para albergar sentimientos de amor y sensibilidad hacia Di-s y hacia Sus criaturas.
Recuerdo hace unos años, el Rabino Felipe Yafe, por entonces décano del Seminario Rabínico Latinoamericano, me conto una anécdota que resulta gráfica al respecto.
Años atrás, mientras el Rabino Yafe vivía en Israel, se encontraba caminando por las calles de Jerusalén en el preciso momento en el que el Shabat estaba finalizando.
Allí, un comerciante apurado por abrir su negocio, estaba levantando la cortina del mismo minutos antes de la hora exacta de la salida del Shabat. Fue entonces, cuando un grupo de judíos ultra-ortodoxos, indignados por su irreverencia, rompieron la vidriera de su comercio a piedrazos.
El Rabino Yafe, observaba la escena azorado. Vino a su mente la frase que su maestro, el Rabino Marshall Meyer, solía repetir día a día: Kol Israel Arevim Ze BaZe (Shvuot 39ª). (Cada judío es responsable por su prójimo).
Entendió, entonces, que permanecer callado era un acto de cobardía y se sintió comprometido a ayudar a aquel judío en desgracia. Se acercó al lugar de los hechos y, al pedir explicaciones a los fanáticos, ellos le respondieron con la misma frase que lo movilizó a él: Kol Israel Arevim Ze BaZe.
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¿Cómo podía ser?, preguntó el Rabino. ¡Si fueran responsables por él, no le estarían destrozando el negocio!
‘Justamente por ello lo hacemos; rompemos su negocio porque somos responsables por él. Es nuestra responsabilidad judía enseñarle a ser un buen judío, y reprenderlo por el incumplimiento del Shabat’.
Hace años que atesoro esta anécdota en mi memoria. Supongo que logra graficar el increíble impacto que tiene la Torá en los judíos.
Lo que para uno representa vida, para el otro representa muerte. Lo que a uno lo mueve a crear, al otro lo mueve a destruír. Lo que a uno lo motiva a amar, al otro lo motiva a odiar. Lo que para uno es Gerizim, para el otro es Eival.
¿Cómo podía ser?, preguntó el Rabino. ¡Si fueran responsables por él, no le estarían destrozando el negocio!
‘Justamente por ello lo hacemos; rompemos su negocio porque somos responsables por él. Es nuestra responsabilidad judía enseñarle a ser un buen judío, y reprenderlo por el incumplimiento del Shabat’.
Hace años que atesoro esta anécdota en mi memoria. Supongo que logra graficar el increíble impacto que tiene la Torá en los judíos.
Lo que para uno representa vida, para el otro representa muerte. Lo que a uno lo mueve a crear, al otro lo mueve a destruír. Lo que a uno lo motiva a amar, al otro lo motiva a odiar. Lo que para uno es Gerizim, para el otro es Eival.
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