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miércoles, febrero 26, 2014

Parashat Pekudei 5774

Todo concluye al fin...

Escuché ace un tiempo una anécdota deliciosa acerca de Albert Einstein.

Se cuenta que en una ocasión, un alumno de nombre Frantz le preguntó a Einstein si podía resumir su Teoría de la Relatividad en pocas palabras.

Einstein le dijo: "Dime Frantz...si te sentaras sobre brasas ardiendo durante una hora...¿cuánto crees que duraría para tí ESA HORA? "

Frantz le respondió: "Esa hora duraría para mí una eternidad".

¿Y que ocurriría si pasaras una hora entera junto a Frida (la joven mas hermosa de la clase)? ¿Cuánto duraría ESA HORA?

"Esa hora, duraría para mi UN SEGUNDO".

A lo que Einstein respondió: "Has resumido la Teoría de la Relatividad en unas pocas palabras".

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Todos tenemos a menudo la sensación de que las cosas lindas (la crianza de los hijos, paseos, vacaciones, etc.) duran poco tiempo, mientras que las experiencias duras de la vida duran una eternidad.

Sin embargo, no somos los primeros en experimentar esa sensación. El final de Parashat Pekudei nos cuenta acerca de la travesía de los hijos de Israel por el desierto. Se describe allí una circunstancia que bien podría catalogarse como un precedente de los modernos sistemas de navegación. Olvídense del GPS. La Torá nos cuenta que una nube era la que guíaba a los hijos de Israel por el desierto.

"Y cuando se alzaba la nube de encima del Tabernáculo, los hijos de Israel partían en todas sus jornadas. Pero si no se alzaba la nube, entonces no se movían hasta el día en que ella se alzaba. Porque la nube del Eterno permanecía sobre el Tabernáculo de día, y de noche había fuego en él, a los ojos de toda la casa de Israel, en todas sus jornadas". (Shemot 40, 36-38).

Los hijos de Israel no temían errar el camino, dado que el Santo Bedito "en persona" iba delante de ellos.

Pero ocurría algo interesante con dicha señal. Nadie –excepto Di-s- sabía el lugar exacto del nuevo campamento. Cuando la nube se levantaba, el pueblo cargaba los bultos y cuando volvía a descender y a posarse sobre el mishkán, Israel rearmaba sus tiendas y sentaba sus reales en un nuevo territorio del desierto.

El RaMbaN (Najmánides) nos cuenta, en su comentario a la Torá a Parashat BeHaalotjá (BeMidvar 9, 19), que estos movimientos eran sorpresivos y erráticos y a menudo generaban mucha impaciencia en el seno del pueblo. Ocurría, a menudo, que la nube descendía en un lugar horrendo...El pueblo hubiera querido quedarse allí sólo por un par de horas, pero la nube se quedaba en su lugar y se mantenía allí por meses e incluso años y el pueblo no podía moverse de allí. Pero por momentos, ocurría lo contrario. La nube descendía en un lugar hermoso y apacible. El pueblo hubiera querido quedarse allí por años, pero a la mañana siguiente la nube volvía a levantarse y el pueblo se veía obligado a partir.

El RaMbaN sugiere algo similar a la historia de Albert Einstein. Desde nuestra percepción, las cosas buenas duran poco mientras que las malas se prolongan por mucho tiempo.

La pregunta es por qué Di-s eligió un camino errático y tan poco prolijo para conducir a Sus hijos por el desierto.

Tal vez el mensaje sea que en la vida debemos aprender a jugar con las cartas que nos tocan en suerte. Puede sonar conformista, pero la idea de que no somos nosotros los que elegimos la gran mayoría de las cartas que estarán en nuestras manos, nos ayuda a mirar la vida en su debida proporción.

Permítanme utilizar un ejemplo bien moderno (aunque en estos tiempos de los modernos Playstation, bien podría definirse como un ejemplo pre-histórico). Seguramente conocerán el célebre video-juego llamado Pac-man. Si prestaron atención, en ese juego existen sólo dos situaciones: perseguidor o perseguido. Por momentos, somos nosotros los que dominamos al juego, pero súbitamente el juego comienza a dominarnos a nosostros.

Mucha gente vive con la sensación de que la vida se asemeja a este juego. La realidad es "blanca" o "negra". Sin embargo -alguna vez me dijo un colega amigo- la vida no es un Pacman...¡Es un Tetris!

Las piezas van cayendo desde arriba y nosotros debemos tener la pericia para darle a cada una de ellas su debido lugar.

Es cierto que a menudo tenemos la sensación de estar sentados sobre brasas ardiendo. Los malos momentos –tenemos esa percepción- duran una eternidad. Esos son los momentos duros, de temor y angustia, cunado percibimos que las piezas caen demasiado rápido y no podemos controlarlas. 

Pero esa nube, siempre se levantará por sobre nuestra cabeza y nos conducirá –tal como ocurriera con nuestros antepasados en el desierto- a un sitio mejor, donde podamos re-encontrarnos con la tranquilidad y el sosiego y hallar calma y reposo para nuestro espíritu.
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