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domingo, diciembre 30, 2018

Parashat VaErá

Una mirada distinta

"Yo soy el Eterno; y os sacaré de bajo de los trabajos forzados de Egipto, y os salvaré de su servicio, y os redimiré con brazo tendido y con juicios y grandes castigos. Y os tomaré por mi pueblo, y seré para vosotros, Di-s" (Shemot 6:6-7).


Al inicio de Parashat VaErá, Dios presenta su promesa hacia los hijos de Israel sumidos en la esclavitud. El Talmud vincula estas cuatro promesas (Arvaá Leshonot shel Gueulá) con las cuatro copas que bebemos en la noche del Seder de Pesaj (TJ Pesajim 10, 1).

Ocurre algo sumamente interesante con este particular precepto. Un conocido principio halájico, afirma que las mujeres están eximididas de aquellos preceptos que solo pueden cumplirse en el marco de un tiempo determinado (mitzvot asé shehazman graman). No obstante, ésto no es aplicable a las cuatro copas que rememoran la salida de Egipto. La razón de esta excepción –afirma el Talmud- es que las mujeres fueron parte de aquel milagro (Pesajim 108a).

La mujeres fueron un factor clave de la redención de los hijos de Israel de la esclavitud. Ya afirman nuestros sabios que "por mérito de las mujeres virtusas fueron redimidos nuestros antepasados de Egipto" (Ialkut Shimoni, Salmo 68). Y el liderazgo femenino de aquella generación estuvo en manos de Miriam, hermana mayor de Moshé.

Nos cuenta el Midrash que Miriam, desde pequeña, supo aportar una mirada distinta ante la desazón de los hijos de Israel. Amram, su padre, era un hombre importante en su generación y cuando escuchó que los hijos varones debían ser arrojados al río Nilo (Shemot 1:22), perdió el deseo de traer nueva vida al mundo y decidió dar el divorcio a su mujer. El Talmud nos cuenta, que todos los hombres de su generación siguieron su ejemplo y divorciaron a sus mujeres.

Le dijo Miriam a su padre: ‘Tu decreto es más duro que el del faraón, ya que el faraón no decretó sino sobre los hijos varones y tú has decretado sobre los varones y sobre las mujeres; el faraón no decretó sino respecto a este mundo, y tú has decretado respecto a este mundo y respecto al mundo venidero; el faraón es un malvado, y tal vez su decreto se cumpla, tal vez no se cumpla; tú -que eres justo- de seguro se cumplirá tu decreto. Amrám se levantó entonces e hizo retornar a su esposa. Todos los hombres de su generación hicieron lo mismo (Sotá 12a).

¿Qué viene a enseñarnos este Midrash?

Posiblemente sea una muestra más de la actitud de Israel en tiempos de crisis y desesperanza. Quienes analizan livianamente el fenómeno del terrorismo palestino, afirman -de manera casi axiomática- que un pueblo sumido en la desesperanza caerá en la "tentación" de recurrir al terror. Los sabios de Israel aportan aquí un nuevo ejemplo -uno más entre cientos- que dicha aseveración es falsa. Miriam no sólo que no convirtió la desazón en terror, sino que la transformó en vida.

Moshé fue hijo de Amram e Iojeved. Pero nadie se equivocaría al decir que vio la luz del mundo gracias a su hermana. Como prólogo al nacimiento de Moshé, nos cuenta la Torá que "fue un varón de la casa de Leví, y tomó (por mujer) una hija de Leví" (Shemot 2, 1) "¿Adónde fue?", se pregnta el Talmud. Dice Rabí Iehudá hijo de Zvina: "Fue trás el consejo de su hija" (Sotá, ibid). A muy temprana edad, Miriam supo hacer entender a su padre que su elección era errada y sólo haría potenciar la desazón.

El pueblo judío se ha caído mil veces y otras mil se ha vuelto a levantar. Muchas veces lo hemos hecho desde la ruinas, allí donde otros hubieran caído en el más profundo de los abismos. Supimos analizar los hechos, hacer un examen de conciencia, enmendar errores y transformar las crisis en oportunidades. Tal vez sea por eso que nadie ha podido aun vencer nuestro espíritu. Hace casi dos mil años que el Templo de Jerusalem fue destruído, y aun hoy -dos mil años después- nos seguimos preguntando en qué nos habremos equivocado.

Aun esperamos que nuestros vecinos -ante sus propias crisis- comiencen a formularse preguntas similares...


domingo, diciembre 16, 2018

Parashat VaIejí

Dos mujeres

La muerte de nuestra matriarca Leá, resulta ser uno de los grandes misterios de Sefer Bereshit.


La Torá no nos detalla lo que ocurrió al momento de su fallecimiento ni tampoco sabemos que es lo que sintió Iaakov a la hora de su muerte ni cuál fue el tenor de su funeral.

De hecho, sabemos del fallecimiento de Leá solo a posteriori. En nuestra Parashá, a la hora de su muerte, Iaakov pide a sus hijos ser enterrado en la cueva de Majpelá.

"Allí enterraron a Abraham y a Sará su mujer, allí enterraron a Itzjak y a Rivká su mujer; y allí enterré a Leá" (VaIejí 49, 31).

Llama poderosamente la atención que Iaakov no diga "y allí enterré a Leá mi mujer". Sí dirá que Sará fue "mujer" de su abuelo Abraham. También afirmará que su madre fue "mujer" de su padre. Sin embargo, Leá no es –aparentemente- merecedora de ese título.

¿Qué es lo que está pasando aquí?

La escritora israelí Noia Saguiv, sostiene que desde el momento de la creación de la mujer al inicio de Sefer Bereshit, su primera función fue la de ser pareja de Adam.

"Y dijo el Eterno, Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda para él...Y dijo el hombre: Esta vez es hueso de mis huesos, y carne de mi carne; a esta se llamará mujer (ishá) que del varón (ish) ella fue tomada" (Bereshit 2, 18; 2, 23).

Sólo más tarde, cuando hombre y mujer asimilan su mortalidad, Adam llama a su mujer "Javá", "madre de todo lo viviente (Jai)" (Bereshit 3, 20), haciendo esta vez hincapié -ya no en la "Ishá" -la pareja sexual- sino en "Javá" que es la faceta materna y reproductiva de la mujer.

El midrash y los comentaristas bíblicos nos cuentan que en tiempos del diluvio ambas funciones femeninas estaban claramente divididas en la piel de mujeres diferentes. 

La Torá nos cuenta que Lemej hijo de Metushael tomó dos mujeres, Ada y Tzila (Bereshit 4, 19). Dice el midrash que "los hombres de la generación del diluvio actuaban de este modo: Cada uno de ellos tomaba dos (mujeres), una para la procreación y la otra para el placer sexual" (Bereshit Raba 23:2). 

Si analizamos la dinámica entre Iaakov y sus dos mujeres, veremos que este hábito tuvo también sus "coletazos" en la era post-diluviana. 

Para Iaakov, Lea era tan sólo una procreadora, una "Javá"; su "Ishá" (mujer), era Rajel. 

Sólo hay que leer entrelineas, para confirmar que esto no es una mera presunción. Cuando en Parashat VaIgash se habla acerca de la descendencia de Iaakov, la Torá nos dice: "Estos son los hijos de Leá, que parió para Iaakov en Padam Aram..Hijos de Rajel, mujer de Iaakov, Iosef y Biniamín" (Bereshit 46, 15; 46, 19). La única "mujer" a los ojos de Iaakov fue Rajel. Leá fue para él una mera paridora. Se sentía "odiada" por su marido (Bereshit 30, 33). No era "mujer" de Iaakov sino mas bien hija de Laván. 

Noia Sagiv dice que Iaakov tuvo a su lado una "Javá" y una "Ishá". La Ishá, Rajel, ideal a sus ojos. Aquella por la cual era capaz de volar hasta el cielo para bajar de allí una estrella. La mujer cercana a su corazón pero inalcanzable en la vida, aquella que nunca termina de coresponder a Iaakov por el amor que este siente hacia ella. Tan inalzanzable fue, que será enterrada en el camino, sóla siendo la única de las matriarcas (y también de los patriarcas) que no fuera sepultada en la cueva de Majpelá (Bereshit 35, 19-20) 

La segunda, Leá es la que lleva el auto al taller. La que saca la basura a la mañana. La que se le quema el bizcochuelo en el horno. La que va del trabajo a hacer compras y se le caen las bolsas por el camino. La que se acuerda de todos los cumpleaños y los aniversarios. La que se despierta a la mañana despeinada y sin maquillar. La que prepara la vianda de los hijos antes de salir a la escuela. La que se queda al lado de su esposo por la noche mirando una película y hace fuerza por mantener los ojos abiertos. 

Con esa mujer, la más real de las mujeres, fue Iaakov sepultado finalmente.