Una mirada distinta
"Yo soy el Eterno; y os sacaré de bajo de los trabajos forzados de Egipto, y os salvaré de su servicio, y os redimiré con brazo tendido y con juicios y grandes castigos. Y os tomaré por mi pueblo, y seré para vosotros, Di-s" (Shemot 6:6-7).
Al inicio de Parashat VaErá, Dios presenta su promesa hacia los hijos de Israel sumidos en la esclavitud. El Talmud vincula estas cuatro promesas (Arvaá Leshonot shel Gueulá) con las cuatro copas que bebemos en la noche del Seder de Pesaj (TJ Pesajim 10, 1).
Ocurre algo sumamente interesante con este particular precepto. Un conocido principio halájico, afirma que las mujeres están eximididas de aquellos preceptos que solo pueden cumplirse en el marco de un tiempo determinado (mitzvot asé shehazman graman). No obstante, ésto no es aplicable a las cuatro copas que rememoran la salida de Egipto. La razón de esta excepción –afirma el Talmud- es que las mujeres fueron parte de aquel milagro (Pesajim 108a).
La mujeres fueron un factor clave de la redención de los hijos de Israel de la esclavitud. Ya afirman nuestros sabios que "por mérito de las mujeres virtusas fueron redimidos nuestros antepasados de Egipto" (Ialkut Shimoni, Salmo 68). Y el liderazgo femenino de aquella generación estuvo en manos de Miriam, hermana mayor de Moshé.
Nos cuenta el Midrash que Miriam, desde pequeña, supo aportar una mirada distinta ante la desazón de los hijos de Israel. Amram, su padre, era un hombre importante en su generación y cuando escuchó que los hijos varones debían ser arrojados al río Nilo (Shemot 1:22), perdió el deseo de traer nueva vida al mundo y decidió dar el divorcio a su mujer. El Talmud nos cuenta, que todos los hombres de su generación siguieron su ejemplo y divorciaron a sus mujeres.
Le dijo Miriam a su padre: ‘Tu decreto es más duro que el del faraón, ya que el faraón no decretó sino sobre los hijos varones y tú has decretado sobre los varones y sobre las mujeres; el faraón no decretó sino respecto a este mundo, y tú has decretado respecto a este mundo y respecto al mundo venidero; el faraón es un malvado, y tal vez su decreto se cumpla, tal vez no se cumpla; tú -que eres justo- de seguro se cumplirá tu decreto. Amrám se levantó entonces e hizo retornar a su esposa. Todos los hombres de su generación hicieron lo mismo (Sotá 12a).
¿Qué viene a enseñarnos este Midrash?
Posiblemente sea una muestra más de la actitud de Israel en tiempos de crisis y desesperanza. Quienes analizan livianamente el fenómeno del terrorismo palestino, afirman -de manera casi axiomática- que un pueblo sumido en la desesperanza caerá en la "tentación" de recurrir al terror. Los sabios de Israel aportan aquí un nuevo ejemplo -uno más entre cientos- que dicha aseveración es falsa. Miriam no sólo que no convirtió la desazón en terror, sino que la transformó en vida.
Moshé fue hijo de Amram e Iojeved. Pero nadie se equivocaría al decir que vio la luz del mundo gracias a su hermana. Como prólogo al nacimiento de Moshé, nos cuenta la Torá que "fue un varón de la casa de Leví, y tomó (por mujer) una hija de Leví" (Shemot 2, 1) "¿Adónde fue?", se pregnta el Talmud. Dice Rabí Iehudá hijo de Zvina: "Fue trás el consejo de su hija" (Sotá, ibid). A muy temprana edad, Miriam supo hacer entender a su padre que su elección era errada y sólo haría potenciar la desazón.
El pueblo judío se ha caído mil veces y otras mil se ha vuelto a levantar. Muchas veces lo hemos hecho desde la ruinas, allí donde otros hubieran caído en el más profundo de los abismos. Supimos analizar los hechos, hacer un examen de conciencia, enmendar errores y transformar las crisis en oportunidades. Tal vez sea por eso que nadie ha podido aun vencer nuestro espíritu. Hace casi dos mil años que el Templo de Jerusalem fue destruído, y aun hoy -dos mil años después- nos seguimos preguntando en qué nos habremos equivocado.
Aun esperamos que nuestros vecinos -ante sus propias crisis- comiencen a formularse preguntas similares...