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viernes, marzo 26, 2010

Parashat Tzav - Shabat HaGadol 5770

De Generación en Generación

Desde un punto de vista científico podemos afirmar –sin temor a equivocarnos- que somos entidades biológicas radicalmente diferentes a lo que fuimos siete años atrás.

Todas la células de nuestro cuerpo (a excepción de las neuronas y los ovulos, en las mujeres) se renuevan en su totalidad cada siete años, lo que demuestra que el "cuerpo" que tenemos a nuestra disposición hoy no es el mismo que tuvimos a nuestras disposición al momento de nacer.

Esta afirmación también podría extenderse a otros ámbitos de nuestra existencia. Muchos son los aspectos de nuestras vidas que cambian con el transcurso del tiempo.

Nuestro lugar de trabajo puede ser otro. Nuestro marco social también suele ser cambiante; tal vez, incluso, nuestras parejas. La familia se agranda y se achica simultáneamente. Algunos nacen; otros, a nuestro pesar, se van de nuestro lado.

¿Cómo es posible, entonces, que seamos tan diferentes y aun así sintamos ser las mismas personas que fuimos en el pasado?

Supongo que la respuesta está vinculada a la memoria. Los recuerdos son la columna vertebral que une las diferentes etapas de la vida de todo hombre.

Aun cuando hoy seamos radicalmente diferentes a lo que fuimos ayer, la memoria une al "Yo" del presente con aquel del pasado.

De igual manera podemos afirmar que los eslabones generacionales de un pueblo se reúnen por obra y gracia de la memoria colectiva.

El pueblo judío de la Edad Media es radicalmente diferente al pueblo judío de nuestros días. Los tiempos son otros y también han cambiado sus líderes y sus instituciones.

Sin embargo, los relatos, las costumbres y la pasión que escuchamos de nuestros ancestros y transmitiremos a nuestros hijos, son quienes transformarán diferentes generaciones en un sólo pueblo.

Recuerdo la primera vez que escuché a mi hija cantar el "Ma Nishtaná", las cuatro preguntas que sirven de disparador para el relato del éxodo de Egipto en la noche del Seder. Paralelamente a la emoción natural de todo padre, sentí una gran carga sobre mis espaldas.

Ella es mi próxima generación y recibirá mi "mochila". ¿Podré contarle la historia tal como la recibí yo? ¿Podrá ella conservarla tal como yo la conservé? ¿En cuánto depende ésto de ella y en cuánto depende de mí?

El Jafetz Jaim solía contar un hecho del que fue protagonista.

En el invierno de la ciudad de Radín -allí donde nació- solían calentar el agua de la mikve volcando un gigantesco termo de agua hirviendo dentro del agua helada.

Una gélida mañana invernal, el Jafetz Jaim preguntó al encargado de la mikve si había calentado el agua. Ante la respuesta afirmativa del balán, el Rabino ingresó al agua y notó que ésta estaba a punto de congelarse.

El Jafetz Jaim salió de la mikvé y fue corriendo a revisar la temperatura del termo. Introdujo su mano en él y notó que el agua del termo estaba tan sólo tibia.

Entonces dijo: "Hoy he aprendido una gran lección: Cuando el agua del termo esta hirviendo, el agua de la mikve estará tibia. Pero si el agua del termo estuviere tibia, el agua de la mikve sólo podrá estar helada".

Rabenu Tam solía decir: "Las palabras que salen del corazón, ingresarán al corazón. Pero aquellas que no salen del corazón -sino de la boca- no atravesarán siquiera el umbral del oído".

Quiera Di-s que podamos transmitir nuestro
fuego a las generaciones futuras a fin de que nuestras palabras logren entibiecer su corazón.

jueves, marzo 18, 2010

Parashat VaIKrá 5770

Espejo de Muchos

Una anécdota para esta época de año...

Hace algunos años, en un barrio ortodoxo de Jerusalem, un Rabino tuvo un inconveniente sanitario bastante habitual en toda casa unos pocos días antes de la festividad de Pesaj: la rajadura de un inodoro.

Viendo que el problema no tenía otra solución, decidió comprar un inodoro nuevo, sacando el inodoro viejo a la calle.

Los vecinos, alumnos del Rabino, al ver a su maestro sacando el inodoro a la calle, pensaron: ‘¡Cuán piadoso es el Rabino!
Se acerca Pesaj, y el se cuida de que no haya Jametz siquiera en el baño’.

A los pocos días, y para regocijo de los comerciantes de sanitarios, medio barrio había ya cambiado sus instalaciones, y una pila de inodoros poblaba ya las calles, esperando al camión recolector de desperdicios.

...

Dos son las conclusiones que extraigo de esta anécdota:

¡Cuán ciega es a menudo la dependencia de un líder, o de un maestro, dependencia que logra inhibir la propia capacidad de pensar y de decidir!

Pero al mismo tiempo...¡Cuán grande es la responsabilidad de un líder o de un maestro! Debe saber el líder, que esta dinámica, podrá gustarle o no, pero lo catapultará a desempeñar el rol de ejemplo, y será el espejo en el que buscará reflejarse su gente.

Parashat Vaikrá, que abre el tercer libro de la Torá, habla de los sacrificios.

En tiempos en que el Templo de Jerusalem, estaba en pie, toda persona que transgredía involuntariamente tenía que ofrendar un animal a Di-s, sacrificio de expiación que recibía el nombre de Jatat.

Hoy día, los mecanismos de expiación no resultan tan claros. ¿Qué puedo hacer yo si involuntariamente cometo una transgresión en Shabat, por ejemplo?

No queda otra opción que entregarse a la gracia de Di-s o bien seguir el camino de Rabí Ishmael ben Elisha que cuando transgredía involuntariamente, sacaba una libretita del bolsillo y escribía: ‘Cuando se reconstruya el Beit HaMikdash habré de traer al Templo un animal relleno a modo de Jatat (Shabat 12b).

Lo cierto es que mientras el común de la gente debía traer como ofrenda una ovejita la Torá nos dice: ‘Si el sacerdote ungido (es el que) pecare para culpa del pueblo, ofrecerá por su pecado que pecó, un novillo si defecto al Eterno, como expiación’ (VaIkrá 3, 3).

La relación existente entre una oveja y un novillo, guarda evidente relación con las responsabilidades del uno y del otro. Cuando un particular se equivoca, los coletazos de su error serán menores, pequeños como una oveja.

Ahora, cuando el que se equivoca es un Rabino, un maestro, un sacerdote, o el presidente de los EEUU, los coletazos de un error traen consecuencias más graves.

Todos, absolutamente todos, somos ejemplo para alguien. Algunos tal vez, para mayor cantidad de gente; otros, tal vez para unos pocos.

Podemos ser modelos, como maestros, padres o hermanos mayores, y lo que es peor, no podemos evaluar a priori los alcances de nuestras conductas en aquellos que nos toman como espejos.

Un padre no puede sentarse delante de su hijo y preguntarle: ¿Cómo repercutirá en ti, hijo mío, el día de mañana, el que me haya quedado con un vuelto en el trabajo? O un líder religioso preguntarle a su feligresía: ¿Cómo repercutirá en ustedes, el que me hayan sorprendido transgrediendo los preceptos en público?

Y ese es justamente el mensaje de la Torá en este pasaje. Cuanto mayor sea tu responsabilidad, mayor repercusión tendrán tus errores y tus faltas.

No es lo mismo una oveja que un novillo...



miércoles, marzo 03, 2010

Parashat Ki Tisá 5770

Decisiones con Eco

La Historia es una sucesión de hechos que se van encadenando; una seguidilla de causas y efectos. Y esto ocurre con los pueblos e -incluso- con nuestras propias historias familiares.

No es casual que mi padre haya trabajado durante más de treinta años en una fábrica de tejidos en la Argentina. Él lo hizo, porque su padre ya trabajaba con telas y telares en Polonia. Y mi bisabuelo, a su vez, también heredó ese oficio de su propio padre.

Tampoco es casual que yo sea la primera generación de mi familia paterna -¿en más de ciento cincuenta años!- que NO tenga una fábrica de tejidos. Mi abuelo vino de Europa a la Argentina sin saber que, a cincuenta de su llegada, mantener una fábrica en ese país sería una proeza similar al lanzamiento de un transbordador al espacio.

¿Y qué tiene que ver esto con la Torá?

Tres mil quinientos años atrás, un hombre subió durante cuarenta días a un monte para recibir las Tablas de la Ley. Un pueblo impaciente lo esperaba allí abajo y, creyendo que su líder jamás regresaría, tuvo la ocurrente y desgraciada idea de construir un becerro de oro para reemplazar a su demorado maestro.

Sólo una de las tribus -la tribu de Leví- se mantuvo ajena a esta empresa. Y esa virtud le fue recompensada tiempo después con el privilegio de acompañar el culto a Di-s en en el mishkán (el Tabernáculo) y luego en el Beit HaMikdash (el Templo de Jerusalem).

De esta tribu (y no de otra) surgen los cohanim, los sacerdotes designados para el servicio de Di-s.

En nuestra Parashá podemos apreciar que existe un desequilibrio notable en la distribución de las aliot a la Tora. La primera aliá tiene cuarenta y cinco versículos y la segunda cuarenta y siete. Las siguientes cinco aliot son llamativamente más cortas, algunas de ellas con sólo cinco versículos. Es decir que la primera y la segunda aliá de la Parashá cubren dos terceras partes de la sección semanal, que contiene ciento treinta y nueve versículos.

¿Acaso este detalle tiene alguna explicación?

Posiblemente la razón sea que los sabios de Israel distribuyeron las aliot de tal forma que sea justamente un leví quien lea la segunda aliá en la cual se nos cuenta acerca del pecado de beccero de oro.

Cuenta una anécdota que Rabí Shimon, un joven Rabino, había visitado al célebre Rabí Israel Meir HaCohen (más conocido como el Jafetz Jaim, autor del Mishná Brurá) durante un Shabat.

En un cierto momento, durante ese Shabat, Rabí Israel Meir le preguntó a este joven Rabino si era Cohen o Leví.

Rabí Iaakov le dijo que no, que era Israel, a lo que el Jafetz Jaim (que era Cohen) dijo tajantemente: ‘Pronto el Templo será reconstruido y todos los judíos irán hacia él. Un guardián los recibirá en la puerta y te hará la misma pregunta que yo te he formulado (¿Eres Cohen o Leví?). Es una pena Rev Shimon que seas Israel, ya que el guardián solo permitirá el ingreso de cohanim y leviim; tú te quedarás afuera como todos los demás...’, dijo con antipatía el Jafetz Jaim.

‘¿Sabes por qué o eres Cohen?’, le preguntó a Rabí Shimon. Rabí Shimo respondió lo obvio: ‘¡No soy cohen porque mi padre no fue cohen!’.
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‘¿Y sabes por qué tu padre no fue cohen?’.

Rabí Iaakov entendió entonces que el Jafetz Jaim no se estaba refiriendo a una cuestión de linaje; comprendió que detrás de esa pregunta había una enseñanza mucho más profunda.

Entonces continuó el Jafetz Jaim: ‘¿Sabes por qué mi padre FUE cohen y tu padre NO FUE cohen?. Porque miles de años atrás, cuando Moshé bajó del monte, vio el becerro y preguntó ‘Mi LaHaShem’ (¿Quién está del lado de Di-s?), mi abuelo respondió el llamado, y el tuyo NO’.

El Jafetz Jaim -espero lo hayan comprendido- no estaba ‘chapeando’ con su linaje con intención de humillar a su invitado. Estaba diciéndole que en la vida hay decisiones que repercuten en las generaciones futuras.

Decisiones claves, que a menudo tomamos livianamente pensando que solo habrán de repercutir sobre nosotros sin tomar en cuenta que también habrán de dejar huella en las futuras generaciones.

El leví que este próximo shabat suba a la Torá, recibirá dicho honor por la sencilla razón de que su abuelo supo mantenerse al margen del fervor popular que llevó a la construcción del becerro. 

Cuando hablamos de desiciones que dejan huella, estamos hablando de nosotros y de nuestras propias historias. Estamos hablando de la educación judía y de la centralidad que le asignamos en nuestras vidas. Estamos hablando de nuestro apego por los valores morales que emanan de nuestra Torá. Estamos hablando de nuestro egoísmo y la miopía que muchas veces nos ataca y nos impide mirar más allá de nuestras narices.

Éso también habrá de repercutir en las generaciones futuras, porque nuestras decisiones –las acertadas y las erradas- tienen eco por cientos de años.

Recuerdo uno de los días más tristes de mi vida.

Tenía 12 años cuando mis padres decidieron que la escuela secundaria que escogí para asistir junto con todos mis amigos "no era para mí". Desde mis tempranos ocho años quise ser arquitecto y asistir a una escuela con dicha especialidad.

Mis padres, por razones que por entonces desconocía, decidieron que mi futuro se encontraba en una escuela judía en el centro de Buenos Aires, donde el 90% de los alumnos eran...alumnas.

Lloré toda la noche. No tenía amigos allí, mis amigos se burlaban de mí diciendo que iba a una escuela de mujeres. Pero fundamentalmente lloré porque quería ser arquitecto...¡no estudiar judaísmo! Sólo hoy, a la edad de 39 años, entiendo cuán justificada fue la decisión de mis padres y cuántas implicancias tuvo en mi vida. Si no fuera por aquella decisión hoy sería, probablemente, un arquitecto desocupado más manejando un taxi por las calles de Buenos Aires.

Si no fuera por la decisión de mis padres, el próximo sábado a las 5 de la madrugada estaría terminando mi turno nocturno con el taxi y otro Rabino estaría escribiendo esta columna semanal de Parashat HaShavúa.

Pero como ustedes saben, las cosas no funcionan de esa manera. La Historia es una sucesión de hechos que se van encadenando; una seguidilla de causas y efectos. Y en lugar de manejar mi taxi, hoy soy Rabino en Kehilat Netzach Israel en la ciudad de Ashkelon (Israel).

Ciertas decisiones, tienen eco para toda la vida.
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