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lunes, enero 30, 2017

Parashat Bó 5777

Cuatro en uno

El Acta de la Independencia de Israel (Meguilat Ha-Atzmaut) estableció que la Constitución Nacional del joven estado debía entrar en vigencia a más tardar el día 1 de octubre del 1948. Los delegados de todos los partidos firmantes del acta se comprometieron a que ésto ocurra, pero desde entonces han pasado casi 68 años e Israel sigue en busqueda de  una Carta Magna y la comisión sigue sesionando...

La Comisión para la redacción de dicha Constitución comenzó a funcionar con el establecimiento del Estado de Israel. Sin embargo, desde entonces, ha resultado imposible zanjar las enormes diferencias ideológicas que separan a los diferentes partidos que conforman la democracia israelí.

Los partidos ultra-ortodoxos seguramente desean que la Constitución incluya un artículo que garantice la construcción del Tercer Templo cuando llegue la debida hora. Los partidos de izquierda, seguramente desean cambiar aquellos símbolos nacionales (Himno, Escudo, Bandera)  que no representan a las minorías (alguien dijo jocosamente hace un tiempo que, después de décadas de deliberaciones, la comisión solo ha acordado que el nombre del Estado debe ser "Israel").

Tomando en cuenta los abismos ideológicos que separan a compleja sociedad israelí, bien cabe preguntarse cómo es que Israel logró atravesar casi siete décadas de historia plagadas de innumerables amenazas a su seguridad nacional.

Posiblemente podamos hallar la respuesta en la Parashá de esta semana.

Hacia el final de Parashat Bó aparecen las primeras dos secciones de las cuatro que conforman el precepto de los tefilín (Kadesh Lí Kol BejorVe-Haia Ki Iaviaja).

Si bien los tefilín (el de la cabeza y el de la mano) paracen similares en su forma a simple vista, existen varias diferencias entre ambos.

Entre ellas, una de las más notables es que estas cuatro secciones están escritas en cuatro rollos separados en la tefilá de la cabeza, mientras que en la tefilá de la mano se hallan escritos en un sólo pergamino.

¿Por qué esta diferencia?

Posiblemente, esta particularidad sugiera una respuesta a nuestro interrogante inicial.

La cabeza representa el mundo de las ideas y de las cosmovisiones. Los cuatro compartimientos de la tefilá de la cabeza enseñan que la pluralidad de ideas es una de la varas con la que se mide la salud de una sociedad.

Sin embargo, esto cambia cuando llegamos a la mano, miembro responsable de la acción. Allí, la pluralidad de ideas deben confluir en un hacer común.

Israel logró atravesar la turbulentas aguas de su joven existencia, debido a que logró comprender la diferencia de naturaleza entre la cabeza y la mano, entre el universo de la ideas y el terreno de la acción.  Y a la hora de la verdad, allí cuando la hora lo exigió, Israel logró zanjar abismos ideológicos y dar forma a un estado pujante y vibrante, a pesar de sus innumerables desafíos. 

Esa ha sido y aun es nuestra mayor fortaleza. Ya la mitzvá de los tefilín nos enseñan que cuatro bien pueden transformarse en uno.




domingo, enero 22, 2017

Parashat VaErá 5777

Como perro y gato

Una vieja teoría afirma que los líderes pueden dividirse en dos grandes grupos: el grupo de los gatos, y el grupo de los perros.

Ciertos dirigentes expresan un liderazgo con ribetes caninos. Son cálidos, impulsivos, apasionados y necesitan vivir rodeados de personas. Sin embargo otros, desarrollan liderazgos "gatunos". El gato –a diferencia del perro- es una criatura solitaria, independiente, y tímida.
     
Un perro, amén que su dueño sea Juan Perez o el mismísimo presidente de los EEUU, siempre lamerá a su amo cuando este regrese a su hogar. Los gatos son diferentes: distantes y reservados.

Bajo esta óptica, podemos disponernos a analizar el liderzago de Moshé y de Aharón, quienes en nuestra Parashá se paran frente al faraón de Egipto para exigir la salida de los hijos de Israel hacia la libertad. Basta con analizar el texto bíblico y las fuentes rabínicas para entender rápidamente que el "perro" en esta historia es Aharón, y el "gato" es Moshé.

Aharón desarrolló un liderazgo "canino". Aun cuando intervino en algunos de los capítulos más controversiales de las Escrituras (el episodio del becerro de oro y la murmuración acerca de la mujer cushita que había tomado Moshé, por ejemplo), JaZaL definen a Aharón como un amante de la paz y de sus semejantes, quien perseguía la paz y acercaba a las criaturas a la Torá (Avot 1, 12). 

Todo Israel amaba a Aharón...posiblemente más que a Moshé. Incluso cuando la Torá narra su fallecimiento, está escrito: "Y lloró a Aharón durante treinta días toda la casa de Israel" (BeMidvar 20, 29). No obstante, cuando al final de Sefer Devarim se nos narra la muerte de Moshé, dice la Torá: "Y lloraron los hijos de Israel" (Devarim 34:8).

Dice Avot deRabí Natán que Moshé solía hablar severamente a sus congéneres y era fiel a la justicia absoluta. Aharón, en tanto, no solía reprender a sus congéneres. Por ello a uno lo lloró "toda la casa de Israel", y al otro "los hijos de Israel", sólo los hombres (véase Avot deRabí Natán 12). Mientras que Moshé reprendía a los descarriados, Aharón perseguía la paz y oficiaba de mediador ante matrimonios en crisis.

El Midrash, va incluso más allá:

"¡Cuántos miles hay en Israel que se llaman Aharón!, pues de no ser por Aharón esos niños no habrían venido al mundo (ya que reconciliaba a los matrimonios en crisis)" (Avot deRabí Natán 12).

Con el nombre "Moshé" ocurrió algo muy extraño.

Casi no han habido personajes judíos que se llamaron "Moshé" luego de su muerte. No hay ningún tanaíta llamado Moshé. El RaMbaM (Rabí Moshé ben Maimón), dos mil quinientos años luego de la muerte de Moshé (!), fue el primer judío de renombre que llevó el nombre "Moshé".

De hecho cuando se dice –en referencia al RaMbaM- que "de Moshé a Moshé no hubo como Moshé", no se trata sólo de un elogio a la figura del notable sabio cordobés, sino de una verdad histórica: por miles de años no hubo judíos que se llamaron "Moshé".

De todos modos, y aun cuando desarrollaron dos estilos muy diferentes de liderazgo, Moshé y Aharón tenían un peso similar.

Éso es lo que dice RaSHI al referirse a ambos:

"En ciertos lugares (en la Torá) Aharón es mencionado antes que Moshé, y en otros lugares Moshé es mencionado antes que Aharón. Esto te enseña que ambos tenían un peso idéntico (RaSHI a Shemot 6, 26).

RaSHI nos dice en otra palabras, que ambos son valorados de igual forma. Sin embargo -y de la misma manera- podemos afirmar que el uno complementaba al otro.

Moshé y Aharón -en tanto estaban juntos- conformaban una combinación sólida y compacta porque lograban llevar a cabo una gestión global. La ausencia de alguno de los dos, hubiera deteriorado seriamente la calidad del liderazgo, transformándolo en una conducción parcial y limitada.

La actividad  de Moshé no estaba sujeta a estrictas normas rituales. La de Aharón, como Sumo Sacerdote, estaba regulada por meticulosas reglamentaciones.

Aharón era el encargado de encender las luminarias del candelabro. Moshé, el encargado de encender ‘la chispa’ en el corazón de cada israelita.

Moshé, sin Aharón, era mudo pero Aharón sin Moshé...¡era sordo!

Dice el Midrash Tanjuma que todos los hermanos en las Escrituras se odiaron entre ellos. Cain odió a Hevel...Ishmael odió a Itzjak...Esav odió a Iaakov...las tribus odiaron a Iosef. Sin embargo respecto a Moshé y Aharón esta dicho Hine Ma Tov Uma Naim Shevet Ajim Gam Iajad (Cuán bueno y agradable es que los hermanos vivan juntos) (Tehilim 133, 1).

Moshé y Aharón se querían el uno al otro y en aquel momento en el que Moshé tomó para sí el liderazgo y Aharón el sacerdocio no se odiaron sino que se alegró cada uno por la grandeza adquirida por el otro (Tanjuma, Shemot 27).

Posiblemente, entre los innumerables milagros mencionado en el libro de Shemot, este sea uno de los más extraordinarios y uno de los menos destacados: por primera vez desde la creación del mundo, dos hermanos logran convivir con sus respectivas singularidades, sin celos ni traiciones.

Tal vez no sea tan malo –entonces- llevarse como perro y gato.


jueves, enero 19, 2017

Parashat Shemot 5777

Amo y Señor

En el año 1922, Martín Búber escribió uno de los libros centrales del pensamiento judío contemporáneo llamado ‘Yo y Tú’.

En ese libro, Búber enseña que existen dos clases de relaciones entre las personas: La relación YO – ESO, es cuando tomamos al otro como a un objeto (una naranja por ejemplo, a la que podemos exprimir y beber su jugo).

Pero hay otra relación –dice Búber- que es la relación YO-TÚ. Cuando entramos en la relación Yo-Tú, el otro deja de ser una cosa entre las cosas, deja de ser un objeto…Uno empieza a vincularse con el corazón y el alma del otro.

Nos sentimos más cómodos en el mundo del ESO pues es un mundo que ofrece seguridad, satisfacción y que no exige compromisos.

El planteo de Búber no es una mera disquisición filosófica. Arroja luz y nos hace reflexionar acerca del universo de nuestras propias relaciones. No sólo nos hace pensar en qué clase de vínculo tenemos con nuestros hijos, padres, amigos y parejas, sino también con nuestros trabajos y también –por qué no- con nuestro país.


Cuando el faraón decide que hay que poner un límite al crecimiento demográfico de los hijos de Israel, llama a las parteras hebreas y les dice: ‘Cuando atiendan el parto de las hebreas, miraréis sobre los asientos de parto; si se trata de un varón lo mataréis, si es una niña que viva’ (Shemot 1, 16).

Para el tirano, sus súbditos son meros objetos inanimados, un número, un bien, un manojo de dolares. Todo el relato de la esclavitud en Egipto comienza con el temor del faraón a perder esa masa de mano de obra gratuita representada por los varones hebreos.

A perder a ese ESO, como diría Búber.

Leí hace unos días la razón por la cual Buber escribió el libro 'Yo y Tú'. Ni bien se instaló en Alemania, Búber recibió en su despacho la visita de un alumno que acababa de ser llamado a servir al ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial.

El joven tenía un terrible dilema: Por un lado era un alemán orgulloso y patriota y sentía que debía servir a su país. Pero por el otro lado, era un pacifista a ultranza y temía que lo mataran en el frente.

Entonces fue a ver a Búber y le preguntó qué debía hacer: ¿Debía servir a su patria a riesgo de morir en el frente o debía presentar una objeción de consciencia y dejar que otro –tal vez muera en su lugar?

Búber, cuando el joven entró a su despacho, se encontraba enfrascado en medio de una profunda reflexión teológica. Miró al joven y le dijo algo así como: ‘Terrible dilema; la respuesta está en tu manos’.


A los pocos días, el joven atormentado por sus dudas -y la falta de consejo de su maestro- se quitó la vida.

Búber sintió tanta culpa por haber tratado a este joven como a un estorbo en lugar de verlo como un alma en pena que decidío transformar ese sentimiento de culpa en esta obra llamada 'Yo y Tú'.

Esta idea del ‘Yo y Tú’ de Búber, nos puede ayudar a entender la naturaleza de la esclavitud de los hijos de Israel en Egipto, pero sobre todo nos ayuda a entender por qué esa generación jamás pudo confiar en ese Di-s redentor. Ocurre que cuando alguien trata a otro como a un algo, el alma se puede oxidar. El corazón de esa generación, de tanto ser ESO, se había atrofiado. A pesar de todos los milagros de los que había sido testigo. 


....

Una vez le preguntaron a Búber…¿se puede vivir sólo en el mundo del ESO? 

Y Búber respondió: ‘El hombre no puede vivir sin el ESO. Pero quien sólo vive con el ESO, no es un hombre’.


viernes, enero 06, 2017

Parashat VaIgash

Recibirse de líder

Hace unas semanas, leía una reseña escrita acerca de Saparmyrat Nyýazow preseidente de la República de Turkmensitán entre los años 1991 y hasta su fallecimiento en el año 2006.

Nyýazow fue uno de los líderes más excéntricos que conoció el siglo 20. Por lo pronto, Nyýazow cambió los nombres de los meses del año de de los días de la semana por su nombre y el de los miembros de su familia. Decretó que su cumpleaños sea una fiesta nacional. Erigió estatuas con su figura en cada rincón del país. Los alumnos del sistema escolar Turcomano le juraban lealtad cada mañana.

Esto ocurrió en el siglo 20 y -como sabemos- no ha sido el único caso. El caso de Turkmanistán no está tan alejado de lo que ocurre en el regimen tiránico de Corea del Norte, Irán o en algunos de los populismos que conoció América Latina en las últimas décadas.

A la luz de estos modernos ejemplos, sólo podemos imaginar cuán obsceno habrá sido el culto a los monarcas en el mundo antiguo.

Cuando Iehudá se para frente a Iosef e intercede por la liberación de su hermano Biniamín, cree estar parado ante uno de estos líderes. Iosef era la mano derecha de aquel que decía ser –no sólo monarca- sino dios del antiguo Egipto.

Hacia el final de Parashat Miketz, Iosef había tomado cautivo a Biniamín como consecuencia del "robo" de su copa de plata.

Iehudá se para frente a Iosef como auténtico guardián de su hermano (un final perfecto para el libro de Bereshit que había comenzado con Caín preguntando "¿Acaso soy yo el guardían de mi hermano?"). Súbitamente, Iehudá se pone en los zapatos del "hermano responsable" que viene a cumplir con la palabra que le había dado a su padre Iaakov (ver Bereshit 43, 9). Sabía que sin Biniamín, su padre moriría de pena...

El alegato de Iehudá al inicio de Parashat Miketz resulta ser el punto de inflexión de la saga. Su valiente actitud terminó quebrando a Iosef quien ya no pudo ocultar más su identidad.

Iehudá, a priori, pareciera ser tan solo una figura secundaria en el libro de Bereshit. Sin embargo, resulta sugestivo la cantidad de datos biográficos que sabemos sobre su vida. Entre los hijos de Iaakov, sólo acerca de Iosef conocemos más detalles.

Hemos leído acerca del nacimiento de Iehudá y del por qué de su nombre. Sabemos acerca de su intervención en el episodio de la venta de Iosef. Leímos sobre su matrimonio. Se nos ha narrado el nacimiento de sus tres primeros hijos, y  la muerte de los dos mayores. Los días de su viudez y su vinculación con su nuera Tamar, también son descritos por la Torá. De la misma forma, se nos cuenta acerca del nacimiento de sus dos hijos con Tamar (Peretz y Zeraj). Y por último, nuestra Parashá señala el coraje que puso de manifiesto a la hora de interceder ante Iosef por su hermano Biniamín.

Rabí Iehudá nos cuenta en el midrash que en dicho momento, Iehudá estaba presto para salir a la guerra en contra de Iosef (Bereshit Rabá 93, 6).

Resulta asombroso. Iehudá está parado ante uno de los hombres más poderosos de la tierra, aquel que tiene en sus manos la vida y la muerte, y necesita interceder por su hermano.

¿Qué haríamos en su lugar? ¿Llorar? ¿Suplicar? ¿Adular?

Posiblemente todas las respuestas sean válidas, menos la propuesta por Rabí Iehudá. ¡¿Salir a la guerra?! ¿Acaso nos iríamos a las manos con uno de los hombres más poderosos del mundo?

Y sin embargo, parece que fue así. O al menos, que esa fue la lectura que Iosef hizo del coraje de Iehudá.

....

Existe una anécdota fantástica acerca del Rabino Marshall Meyer Z"L, del cual se ha cumplido -por estos días- otro aniversario de su desaparición física.

En el año 1977, cuando miles de argentinos desaparecieron y –posteriormente- fueron asesinados por la Junta militar que gobernó Argentina entre los años 1976-1983, llegó a oídos del Rabino Meyer que Jacobo Timerman -un prestigioso periodista judeo-argentino- se hallaba entre los "detenidos".

Marshall viajó entonces a La Plata, decidido a verle la cara al mismísimo diablo y llegóse hasta el despacho del comisario Miguel Etchecolatz, mano derecha del general Camps, jefe del aparato represivo en la provincia de Buenos Aires por esos años.

"¿Y usted, "cura", quién es?", le preguntó el comisario al Rabino Meyer.

Marshall, como Iehudá en nuestra histora, no se asustó. Se paró a pocos centímetros de Etchecolatz y le dijo: "Este "cura" es una pastor que busca a una de las ovejas de su rebaño y se que vos te la robaste. Soy el pastor de Jacobo Timerman y no me muevo de acá hasta que no me devuelvas a mi oveja".

De seguro que el Rabino Marshall sabía con quien estaba hablando. En las manos de dichos criminales estaba la vida de millones de argentinos, y sin embargo no se amilanó.

Hay momentos en la vida que no toleran la neutralidad.  
Son los momentos en los que la jutzpá (el descaro) es la única respuesta posible y, es allí y sólo allí, cuando un hombre común súbitamente puede recibirse de líder.

No es casual que Iehudá haya sido el primer eslabón de la dinastía davídica.