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viernes, febrero 22, 2019

Parashat Ki Tisá

Ensamble

En la noche de Iom HaKipurim se acostumbra a leer un misterioso preludio al Kol Nidrei:

"Con la aprobación del Omnipresente, y con la aprobación de la congregación, en la Asamblea celestial y en la asamblea terrena, nos es lícito rezar con los transgresores".

Muchas son las explicaciones que se le han dado a este curioso párrafo. Hay quienes ligan esta invocación a tiempos de la inquisición, en los cuales muchos judíos se vieron obligados a ocultar su origen. Según se cree, los criptojudios organizaban rezos comunales en Iom HaKipurim y por medio de esta invocación pedían a Di-s que sus plegarias sean escuchadas, aun cuando a lo largo del año se vieron obligados a transgredir la ley judía.

Esta explicación es de dudosa veracidad, dado que que esta fórmula aparece por primera vez en un libro de oraciones ashkenazí del siglo 13, previo a la expulsión de los judíos de España. No obstante, el motivo real de este pasaje no es el tema que me compete hoy.

Lo relevante es el mensaje que se desprende de dicho preludio: una congregación religiosa debe tener sus puertas abiertas a todo el pueblo de Israel, sin distinción de clases sociales ni de niveles de observancia.

Esta idea se halla sugerida también en Parashat Ki Tisá.

Entre la diversidad de temas que trae nuestra porción semanal -que incluye el precepto del medio shekel y el legendario relato del becerro de oro- la Torá menciona el precepto del incienso que se ofrecía en el Tabernáculo y, luego, en el Templo de Jerusalem.

Según la tradición talmúdica, el incienso estaba compuesto por once ingredientes diferentes. Diez de las especias, emitían un aroma agradable (se nos enseña que el aroma del incienso llegaba hasta Jericó). Sin embargo, uno de los ingredientes del incienso –el gálbano o Jelbená, en hebreo- emitía un olor diferente y –por cierto- bastante desagradable.

Enseña la Guemará en nombre de Rabí Shimón Jasidá:

"Todo ayuno comunal en el que no toman parte los transgresores de Israel, no es un ayuno (valido), dado que el gálbano emitía mal olor, y (aun así) las Escrituras lo contabilizaron entre los ingredientes del incienso" (Kritut 6b).

A propósito, se cuenta que en una ocasión Rabí Pinjás HaLeví Hurvitz convocó un minián en su casa. Al momento de completarse el quorum de congregantes, Rabí Pinjás notó que entre los asistentes, había uno que no contaba con la mejor de las reputaciones. Salió, pues, a la calle a buscar una nueva persona para el minián.

El hombre –¡transgresor pero ilustrado!- se acercó a Rabí Pinjás y le dijo: "Dígame Rabino: ¿Acaso no leémos en el Talmud que el gálbano también formaba parte del incienso?".

"Estás en lo cierto", asintió el Rabino sonriendo. "¡Justamente por ello los ingredientes del incienso son once!".

El Rab Kuk, solía decir que así como el vino no puede existir sin sedimentos, tampoco el mundo puede existir sin transgresores. Y si nos dejamos guíar por la sabiduría del hebreo, veremos que el vocablo TZiBUR (Congregación) está compuesto por las iniciales de las palabras TZadikim (Justos), Beinoniim (hombres comunes), y Reshaim (malvados). Dichas tres iniciales están ligadas por la letra vav, dando la pauta de que toda congregación debe es heterogénea en su esencia.

Éste es, de hecho, un motivo recurrente en la tradición judía. Las aravot también se contabilizan entre las cuatro especies de la festividad de Sukot, aun cuando no cuentan ni con aroma ni con sabor. También el hijo malvado se sienta con nosotros año trás año en la mesa del Seder

La Torá enseña que todo componente del pueblo de Israel resulta indispensable. Y posiblemente, éste sea uno de los mensajes más poderosos que enseñan todas las secciones de la Torá que tratan acerca de la construcción del Mishkán y de sus utensilios.

En la base de todas estas Parashiot, se encuentra el mismo mensaje: el ensamble. De éso se tratan todas estas secciones. Maderas, lanas y piedras preciosas se ensamblan para dar forma al Mishkán y a sus utensilios. Especies e hierbas específicas se ensamblan y resultan en incienso o en el mismo aceite de la unción. 

Es por éso que cada ingrediente –enseña la Torá- resulta indispensable. De otra manera, el ensamble es incompleto.

Así ocurre también con la congregación de Israel. Tal como enseñara alguna vez el Rabino Harold Kushner: Una congregación que reciba solamente santos, sería equiparable a un hospital que reciba sólo gente sana.


viernes, febrero 08, 2019

Parashat Trumá

La mesa del hogar judío 

En Parashat Trumá, comenzaremos a leer acerca de la construcción del Tabernáculo (mishkán) y la elaboración de sus utensilios.

Ya habíamos leído hacia el final de Parashat Itró respecto al altar (mizveaj):

"Y si altar de piedra hicieres para mí, no las labrarás, porque tu cincel alzarías sobre ellas y las profanarías" (Shemot 20, 25).

Por lo pronto, resulta extraño que en la descripción de nuestra Parashá no se nos hable de un altar de piedra sino de un altar de madera recubierto de cobre (ver Shemot 27, 1-8).

Por lo visto, este altar estaba rellenado con tierra y –en una época más tardía- con piedras (véase Enciclopedia Mikrait, vol. 4, pag. 773).
 
Este altar de cobre, en tiempos del reinado de Ajaz sobre Iehudá (733 – 727 a.e.c.) fue desplazado hcia el norte del Templo y en su lugar se construyó un altar de piedra (véase Melajim II 16, 14).

En la literatura rabínica –y entre los exégetas bíblicos- existe un paralelismo explícito entre el altar del mishkán y del Templo de Jerusalem y la mesa del hogar judío.

Dice la Mishná que la razón por la cual las piedras del altar no se labran con cincel, es que el hierro está destinado a acortar los días del hombre (dado que con él se fabrican las armas), mientras que el altar, prolonga los días del hombre. No corresponde, pues, alzar el hierro sobre el altar (Mishná Midot 3, 4).

Por la misma razón solemos esconder los cuchillos metálicos durante el recitado del Birkat HaMazón dado que la mesa del hogar judío prolonga los días del hombre, mientras que el cuchillo los acorta (Sefer HaRokeaj 332).

¿De dónde viene este paralelismo entre el altar y la mesa del hogar?

A partir del capítulo 40 del libro de Iejezkel, leemos una extensa profecía en la cual se describe al profeta la naturaleza del futuro Templo junto a sus utensilios y sus medidas.

Al llegar a la descripcion del altar, leemos:

"El altar, de tres codos de altura, y de dos codos de longitud, era de madera, como así también sus ángulos, su superficie y sus muros. Y él me dijo: "Esta es la mesa que está delante del Eterno" (Iejezkel 41, 22).

Como podemos apreciar, el altar es también llamado "mesa" en dicho versículo. Esta curiosidad motivó una célebre conclusión entre nuestros sabios:

"En tiempos del Templo, es el altar quien expía por el hombre. Ahora (que no está el Templo en pie), es la mesa del hombre la que expía por él" (Jaguigá 27a).

El Talmud nos enseña aquí una máxima de profunda belleza.

Desde aquel momento en que el Templo fue destruído, son las buenas obras que practica el hombre las que expían sus trangresiones.

La mesa del hogar judío es el lugar donde sentamos a nuestros invitados y cumplimos con el precepto de Hajnasat Orjim. Es allí donde alimentamos al hambriento. Donde nos alegramos en Shabat y Fiestas. Donde encendemos la llama en las futuras generaciones durante la noche del Seder y la lectura de la Hagadá.

La mesa del hogar judío es la "cocina" de nuestra milenaria cadena de transmisión y buenas obras.

Cuenta el Rab. Isajar Frand que en la antigua Francia, existía una costumbre por la cual se enterraba a los muertos en ataúdes elaborados con la madera de la mesa del difunto. Esto enseñaba que nada podía llevarse el hombre de este mundo, a excepción de las buenas obras y la merced que practicó sobre su mesa.

Imaginémonos, dice el Rabino Frand, a aquellos hombres que acompañaban al difunto en su último viaje y veían a este envuelto por aquella vieja mesa sobre la que  cantó, leyó la Hagadá y sobre la cual comieron sus invitados.

¿Cuál es el mensaje aquí?

Por lo visto es aquel que nos da Rabí Iosi ben Kisma hacia el final de Pirkei Avot (6, 9):

Dijo Rabí Iosi Ben Kisma: cierta vez marchaba yo por el camino y se encontró conmigo un hombre, y me dio la paz, y le regresé la paz.
Me dijo: “Rabí, ¿de dónde eres?”.
 Le dije: “De una ciudad grande en sabios y escribas soy”.
Me dijo: “Rabí, que sea tu voluntad que more con nosotros en nuestro lugar, y yo te daré mil millares de dinares de oro, piedras preciosas y perlas”.
Le dije: “Aun si me dieses toda la plata y el oro, las piedras preciosas y las perlas del mundo, no moraría sino en un lugar de Torá”.
Pues así hallamos en el libro de Tehilim de David, rey de Israel: “Mejor es para mí la
Torá de Tu boca que miles en oro y plata” (Tehilim 119:72).
Y no solo ello, sino que a la hora del licenciamiento del hombre del mundo no lo acompaña ni la plata, ni el oro, ni las piedras preciosas, ni las perlas, sino la Torá y las
buenas obras.