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miércoles, diciembre 13, 2017

Parashat Miketz (Januká)

Soñadores, Intérpretes y Realizadores

Cada mañana, al colocarnos los Tefilin, atendemos tres puntos neurálgicos de nuestro cuerpo humano. Comenzamos ubicando la Tefilá Shel Iad en el brazo y la orientamos de cara al corazón. Luego, colocamos la segunda Tefilá alrededor de nuestra cabeza y, por último, enrollamos la primera en nuestra mano.

Cuando analizamos la historia de Iosef, vemos cómo su vida siguió ese mismo trayecto. La Parashá pasada, fue la sección del Corazón. Iosef, era una soñador de sueños de grandeza alojados en un rincón de su alma.

Al inicio de esta Parashá entra en juego la Cabeza. Iosef deja de soñar y pasa a interpretar. Es el propio faraón el que sueña e Iosef analiza sus sueños y asume al cargo de virrey de Egipto.

Iosef estaba ‘hecho’ con eso; pero no se contentó. La economía más importante del mundo estaba tambaleando e Iosef propone y ejecuta un plan de ‘ajuste’ para sacar a flote la dramática situación...Allí entró en escena la Mano.

Corazón, Cabeza y Mano. Están quienes se contentan con soñar. Viven recostados sobre esos sueños y alimentan su alma con ilusiones. Otros gustan de interpretar, y allí se quedan. Aman la dialéctica, el ejercicio intelectual y la charlatanería. Por último, están los realizadores. Los que logran volcar todos esos sueños y esa dialéctica en acción.

Por mucho tiempo Iosef fue recordado. A tal punto fue así, que la esclavitud de Egipto se inicia cuando asume un nuevo faraón Asher Lo Iadá Et Iosef. Un faraón que no recordaba ni sabía todo lo que había significado Iosef para Egipto.

Pero Iosef no fue recordado por lo que soñó...Tampoco por lo que interpretó...Iosef fue recordado por ser un realizador.


Algo similar ocurrió con la familia de los makabim, que recordamos en estos días de Januká. No los recordamos por sus sueños ni por su ilusión por restablecer el Reino de Di-s en una Tierra de Israel azotada por el paganismo y la asimilación. Los recordamos por haber tomado ‘el toro por las astas’ y transformar el mundo que los rodeaba.

Una abismo salvaje separa a la palabra de la acción. Iosef es quien nos enseña que el corazón (lo que se sueña), la cabeza (lo que se piensa) y la mano (lo que se hace) deben estar tan cerca en nuestro quehacer cotidiano como lo están en nuestro cuerpo humano.

Cada mañana, al colocarnos los Tefilín, lo recordamos.