Como dos extraños
Uno de los preceptos mencionados en
la Parashá es el que prohibe arar con "buey y asno juntos" (Devarim
22, 10).
A la luz de este imperativo bíblico,
cabe formularse dos preguntas:
En primer lugar: ¿Cuál es el mensaje
que encierra este precepto?
Y en segundo término: ¿Qué puede el
hombre contemporáneo aprender de esta particular mitzvá?
En lo personal, es muy posible que nunca
tenga la posibilidad de cumplirla. No tengo campo, y tampoco sabría cómo
dedicarme a su cuidado.
(Toyota, Honda y otras empresas
automotrices, producen desde hace algunos años vehículos "híbridos"
que combinan gasolina y electricidad en su andar. Posiblemente esto sea lo más
cercano al espíritu bíblico que pueda encontrar en mi vida real).
RaSHI enseña que dicha prohibición
es también relevante para cualquier otro par de especies animales que sean
reunidas a fin de realizar una tarea en común.
Y Sefer HaJinuj agrega que esta
prohibición no se limita al arado del campo, sino también a su siembra o
incluso a la combinación de buey y asno con fines de transporte, por ejemplo.
¿Qué
es, en definitiva, lo que nos enseña este precepto?
Jizkuni aporta tres razones para
esta prohibición:
a. El buey es un animal rumiante y el
asno no lo es. Mientras uno continúa masticando (el buey), el otro (el asno)
sufre viendo que no tiene más comida.
b. Dado que el buey es el rey de las
bestias y su figura adorna el sitial divino (Iejezkel 1, 10) y el asno es un
animal despreciable. Por lo tanto, su reunión no resulta compatible.
c. Dios siente piedad por todas sus
criaturas, y la capacidad física de ambos animales es dispar.
Deseo ampliar el espectro de
respuestas planteados por Jizkuni, sirviéndome de una historia atribuída a Rabí
Simja Bunim de Peshisja:
Un hombre de negocios de fama
mundial oyó hablar de una gran feria de caballos que se llevaba a cabo en una lejana
ciudad.
Al saber que se trataba de una
exposición prestigiosa, tomó dos de sus caballos más preciados -el uno de raza
egipcia y el segunda de raza india- los ató a su carro y salió al camino.
No pasó mucho tiempo, hasta que el
hombre se encotró hundido en el barro con sus dos preciados corceles.
Furioso, el hombre tomó su látigo y
comenzó a golpear a los animales a diestra y siniestra. Sin embargo, todo fue
en vano. Los caballos no lograban salir del pantanal.
Agotado y preocupado, el hombre
permaneció en el lugar pensando en una solución alternativa. Fue entonces, que
al levantar la vista vio a un anciano cruzando el pantanal con un carro
desvencijado tirado por dos caballos viejos y demacrados.
El hombre no pudo creer lo que veían
sus ojos. ¿Cómo era posible que aquellos pobres animales lograban hacer lo que
sus preciados caballos no lograban?
Se acercó, pues, al anciano y le
preguntó por el don de sus escuálidos caballos.
El anciano, le preguntó a aquel
acaudalado hombre: "¿Y de dónde son tus caballos?".
Orgulloso, respondió hombre:
"El uno es egipcio, y el otro de raza india".
"Exactamente ahí reside la
diferencia", le dijo el anciano.
"Tus caballos son distinguidos por
separado, pero juntos no van a ningún lado. Los míos, en cambio, son hermanos;
crecieron en el mismo establo, bebieron del mismo estanque y se alimentaron del
mismo heno. Por ello cuando yo golpeo con el látigo a uno, enseguida el otro
acude a su ayuda para que su hermano no sufra. Los tuyos, mientras tanto, van
por la ruta como dos extraños...el uno tira para un lado y el segundo para el
otro y cada uno atiende su juego".
...
Posiblemente esta sea otra de las
razones para dicha prohibición bíblica. ¿Cómo pedirle a un buey que se
compadezca del sufrimiento de un asno?
No olvidemos que la esclavitud en
Egipto, finalizó cuando un joven llamado Moshé salió donde sus "hermanos y
vió sus trabajos pesados" (Shemot 2, 11). Cuando uno ve el rostro del
prójimo y ve a un hermano, el camino a la empatía y a la mancomunión es corto.
No solo se trata aquí, por lo visto,
de bueyes y asnos.
Se trata aquí de un fundamento que
es clave para la construcción de toda sociedad equitativa, justa y ordenada.
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