La muerte de Nadav y Abihu, hijos de Aharón HaCohen, resulta ser uno de los pocos pasajes del libro de VaIkrá dueños del mismo dramatismo que solemos encontrar en los otros libros de la Torá. De hecho, la inmensa mayoría del libro de VaIkrá está dedicada a leyes referidas a los sacrificios, la santidad, la pureza y la impureza.
Sin embargo, el pasaje
del trágico deceso de los hijos de Aharón encierra un mensaje diferente.
"Tomaron los
hijos de Aharón, Nadav y Abihu, cada cual su incensario y pusieron en ellos
fuego sobre el cual colocaron el incienso y ofrecieron ante el Eterno fuego
profano, lo que Él no les había prescripto. Empero salió un fuego de ante el
Eterno y los consumió y ellos murieron ante el Eterno...Y calló Aharón"
(VaIkrá 10, 1-3).
El pecado de los hijos
de Aharón ha sido motivo de innumerables interpretaciones a lo largo de los
siglos. Posiblemente, junto al pecado de la piedra de Moshé, sean las transgresiones
más comentadas entre los exégetas bíblicos. La razón de esta multiplicidad de
comentarios, es que la Torá –sugestivamente- calla y no explicita la naturaleza
de estos pecados.
Al igual que la Torá,
también Aharón calla. No busca explicaciones. Un silencio que posiblemente
sintetice la incapacidad humana de hallar respuestas ante el dolor.
....
Existe un triste
fenómeno en el judaísmo contemporáneo de rabinos que buscan respuestas ligeras
ante tragedias incomprensibles. Resultará irrelevante si se tratan de mezuzot
en mal estado, o de conductas sexuales inadecuadas. Los profetas modernos
parecen conocer a la perfección el manual divino de recompensa y castigo. Accidentes
de tránsito, enfermedades terminales y muertes prematuras -o la misma Shoá que
recordamos hoy- encontrarán siempre una explicación oportuna cuando se trata de
estos personajes.
Frente a semejante
imprudencia moral que ofrece –cual verdad absoluta- la justificación terrenal del dolor, el
silencio de Aharón resulta digno de mención. Cuando no se entiende, mejor
permanecer callado.
"Mis
pensamientos no son vuestros pensamientos, ni son vuestros caminos Mis caminos,
dice el Eterno",
leemos en el libro de Ishaia (55, 8). De allí que suela decirse que los caminos
de Dios son ocultos ante nuestros ojos y cualquier intento de hallar respuestas
ante el mal será vano.
Sin embargo, si nos
dirigimos a las Escrituras y a la literatura rabínica, veremos que nuestros
antepasados eran bastante más "insolentes" ante la adversidad y el
dolor de lo que somos nosotros en nuestros días. Desde el mismísimo Abraham que
-ante la inminente destrucción de Sedom y Amorá-dijo a Dios "¿Acaso
destruirás al justo con el perverso? (Bereshit 18, 23) y hasta Moshé que pide
ser borrado de la Torá ante el deseo divino de castigar el pecado del becerro.
Sin embargo, esta
osadía ante los decretos divinos no es exclusivamente bíblica. En tiempos de la
destrucción del segundo Templo el versículo "¿Quien se iguala a Tí,
Eterno, entre los dioses?" (Mi Jamoja Ba-elim Ad-nai) se interpretó
como "¿Quien se iguala a Tí, Eterno, entre los mudos?" (Mi
Jamoja Ba-Ilmim Ad-nai) (Guitín 56b).
¿Cómo pudo callarse
Dios al ver la afrenta que provocó Tito al destruir Jerusalem?, se preguntaban
en la Academia de Rabí Ishmael.
Respecto al versículo
"el Dios grande, el poderoso y el terrible" (Devarim
10, 17) -fuente bíblica del inicio de la Amidá- enseñan nuestros sabios
que al ver el profeta Irmiah a los idólatras bailando en el Santuario se
preguntó: "¿Que se hizo del temor que (Dios) debiera
infundir?" y omitió la palabra Terrible en su oración (ver Irmiah
32, 18). Luego vino Daniel y al ver a sus hijos esclavizados por los idólatras
dijo: "¿Qué se hizo de Su poder?" y omitió la palabra Poderoso
en su oración (ver Daniel 9, 4). Sólo
cuando vinieron los hombres de la Gran Asamblea reinsertaron dichas palabras en
la oración, pero justificaron la re-inclusión diciendo: Su poder reside
en el hecho de que logra controlar su ira ante los malvados, y si no fuera por
el temor que infunde...¿cómo hubiera podido Israel subsistir entre
idólatras?
El Talmud pregunta a continuación cómo es posible que Irmiah y
Daniel cambiaron las palabras propuestas por Moshé en Devarim. Y responde Rabí
Eleazar: Dado que Dios se apega a la verdad y odia la mentira, Irmia y Daniel
no querían mencionar atributos que no veían manifestarse (ver Iomá 69b).
Cientos de años más tarde, Rabí Leví Itzjak solía reprocharle a Dios con idéntica osadía. Cuando llegaba al versículo que dice ‘A ninguna viuda y huérfano atormentaréis’ (Shemot 22, 21), levantaba sus ojos al cielo y decía con el corazón quebrado: ‘¡Soberano del universo! Más de una vez nos has advertido en tu sagrada Torá de no atormentar a la viuda y al huérfano. Y he aquí que nosotros, Tu pueblo Israel, estamos en un estado de horfandad, como dijo el profeta de las lamentaciones: ‘Nos hemos vuelto huérfanos. No tenemos padre’ (Eijá 5:3). Hoy estoy aquí parado como representante de Israel para preguntarte: ‘¿Dónde ha quedado la piedad que sueles manifestar hacia tus huérfanos sumidos en la angustia? ¿Por qué nos dejas en estas tierras extrañas durante dos mil años? Ha llegado el momento -Soberano del universo- de que nos saques de este prolongado exilio en el que estamos sumergidos y hagas realidad aquel versículo que dice: ‘A ninguna viuda y huérfano atormentaréis’.
Nadie podrá acusar a los protagonistas de estas historias –desde Abraham
Avinu y hasta Rabí Leví Itzjak- de carecer de fé por indagar y cuestionarse
sobre los atributos y los decretos divinos. Por el contrario: quien es dueño
de semejante fe no tiene miedo de perderla al indagar sobre Dios.
(A menudo me pregunto
cómo es posible que un acontecimiento histórico como la Shoá no haya sacudido
los cimientos teológicos del judaísmo)
El silencio de Aharón
es digno de mención. Es el dolor de la víctima que sufre y no tiene fuerzas para
indagar por la razón de su dolor.
Sin embargo, la osadía
judía para desafíar a Dios y "ponerlo entre las cuerdas" jamás debe
ser olvidada. Finalmente, esa insolencia fue la que logró redefinir la fe judía
ante la tragedia, logrando mantener vivo el mensaje del Dios vivo.
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