Que no se apague el fuego
No resulta sencillo hablar de amor cuando abrimos Parashat VaIkrá.
Cierto es que Parashat VaIkrá ofrece una minuciosa descripción de los
diferentes sacrificios que se ofrendaban en el Tabernáculo y –luego- en el
Templo de Jerusalem. Sin embargo, no es de eso de lo que quiero hablar. El amor
no es un sacrificio ni debiera serlo.
Deseo hoy hablar del fuego que ardía sobre el altar del Templo.
Al inicio de la Parashá dice: "Y pondrán los hijos de Aharón el
sacerdote un fuego sobre el altar y acomodarán leños sobre el fuego"
(VaIkrá 1, 7).
El fuego sobre el altar, de acuerdo a JaZaL provino del cielo en los
tiempos de Moshé y no abandonó el altar hasta los días del rey Shlomó en los
que, milagrosamente, pasó al altar de piedra que se construyera en el primer
Templo. Luego no abandonó el altar hasta los días del rey Menashé (Zevajim
61b).
Sin embargo, y aun cuando el fuego sobre el altar jamás debía extinguirse
(véase VaIkrá 6, 2), los sacerdotes ubicaban los leños sobre el altar y añadían
a diario fuego de origen profano. De allí el versículo al inicio de la Parashá.
El milagroso descenso del fuego celestial sobre el altar, al momento de
la inauguración del mismo, es mencionado expresamente en Parashat Sheminí:
"Y salió un fuego de delante del Eterno y consumió sobre el altar la
ofrenda de elevación y las grasas y vió todo el pueblo, y entonaron cánticos y
cayeron sobre sus rostros" (VaIkrá 9, 24).
Es decir que el fuego provino del Cielo, pero era misión de los
sacerdotes mantener vivo el fuego sobre el altar. Tal como dice el RaMbaM
(Hiljot Temidin Umusafin 2, 1): "Es un precepto positivo hacer que el
fuego arda permanentemente sobre el altar, tal como está dicho: "Un fuego
perpetuo permanecerá flameando sobre el altar" (VaIkrá 6, 6). Y aun cuando
el fuego provino del Cielo, es un precepto añadir fuego de origen profano, tal
como está dicho "Y pondrán los hijos de Aharón el sacerdote un fuego sobre
el altar y acomodarán leños sobre el fuego (VaIkrá 1, 7)".
Es aquí que regresamos al tema del amor.
En vísperas de mi segundo matrimonio nos reunimos junto a mi -por
entonces- futura mujer y un grupo de amigos quienes nos regalaron algunos
consejos para mantener vivo el matrimonio.
Algunos nos dijeron que es bueno traer el desayuno a la cama los viernes
de mañana. Otros nos recomendaron no irnos a dormir enojados luego de una
discusión. Las flores antes de Shabat, son un clásico. También aprender a
juzgar a la pareja de manera benevolente cuando creemos que se equivocó.
En síntesis, la conclusión es similar al precepto bíblico del fuego
sobre el altar.
La pareja suele originarse en un fuego que se origina en el cielo. Es la
etapa del enamoramiento, del canto espontaneo, de la euforia y la revolución
hormonal. En cuando se sienten mariposas en la panza y la pareja es apreciada
como el ser perfecto.
Es como los hijos de Israel al cruzar las aguas del mar: "Este es
mi Dios y lo alabaré" (Shemot 15,2). El enamoramiento es como el canto del
mar.
El amor es algo diferente. La hormonas
se traquilizan y la pasión va haciendo lugar a otros sentimientos más tiernos.
Y también comenzamos a ver como el objeto de nuestro amor no baja la basura por
las noches y cocina demasiado picante. Como se vuelve demasiado gastador, o
demasiado amarrete. Como duerme torcido en la cama y deja la toalla húmeda en
el piso después de la ducha.
Allí es cuando comienza el desafío del fuego del altar. Alimentarlo para
que este no se apague agregando leños cada día tal como hacían los sacerdotes a
diario en el sagrado Templo de Jerusalem.
Feliz aniversario, mi amor.
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