Ingreso a la adultez
Existe un libro del
TaNaJ sobre el cual rara vez logro hablar en mi sinagoga. No es que no me
guste, Di-s me libre; por el contrario, es uno de mis preferidos.
Ocurre que su lectura
va acompañada de tanto ruido y euforia, que hablar de él en público se hace prácticamente
imposible. Se trata del libro de Ester.
Meguilat Ester nos
muestra al pueblo judío en peligro. Un cruel enemigo, de la estirpe de Amalek, Hamán
el malvado, propone exterminar al pueblo judío al verse ninguneado por Mordejai
HaIehudí.
La historia tiene un
ritmo y una trama apasionante. Hamán decide sortear el día en el que serían
exterminados los judíos de las ciento veintisiete comarcas del rey Ajashverosh
y convence al rey de lo conveniente de la medida. Decide, al mismo tiempo,
construir una horca para colgar al irreverente de Mordejai. Sin embargo, en un
rápido giro de la trama, quien termina colgado en dicha horca fue el mismo
Hamán.
Llama la atención el
motivo de la ejecución del malvado. El rey Ajashverosh no cuelga a Hamán en la
horca debido a que simpatizaba con Israel. Tampoco lo hace para cancelar el
decreto de su encumbrado ministro. Ajashverosh decide colgar a Hamán, cuando
ve a éste en una situación compometedora con su esposa, la reina Ester.
Hamán, entendiendo que
la suerte ya estaba echada en su contra, decide volcarse sobre el lecho de
Ester y suplicar por su vida. Lo hace con tanta mala fortuna que el rey ve la
escena al ingresar a los aposentos reales. Preso de la furia le dijo: "¿Acaso
quieres conquistar a la reina frente a mí en mi propia casa?" (Ester 7, 8).
De allí a la horca hubo un sólo paso. Ajashverosh decide colgar a Hamán
cuando ve que éste quiere tocar sus intereses, en este caso, a su reina.
De hecho, Ajashverosh
nunca anula el decreto de exterminio a los judíos. Lo máximo que logrará la
reina Ester, merced a sus encantos y a sus habilidades diplomáticas, será una
misiva real por la que se autorizaba a los judíos a defender su vida el día
trece del mes de Adar, día en el que el decreto de exterminio entraría en vigor
(Ester 8, 11).
El final de la meguilá
demuestra que los judíos supieron tomar sus destino en sus propias manos. Nadie
los defendió, más que ellos mismos. Si bien la ejecución de Hamán expresó una
fortuita coincidencia de intereses entre Israel y el rey de Ajashverosh, la
redención de Israel fue fruto de la resistencia judía y de su disposición a
presentar batalla ante los agresores.
....
Volvamos ahora a la
Torá y al libro de BeMidvar que comenzaremos a leer esta semana.
Los hijos de Israel
comienzan a alistarse para la batalla. Se hallan a las puertas de la Tierra
Prometida, y súbitamente, aquel pueblo de esclavos se transforma en un pueblo
de soldados.
Al inicio de Parashat
BerMidvar, Moshé y Aharón reciben la orden divina de censar a los hijos de
Israel, a fin de formar las filas del ejército hebreo.
"Llevad cómputo
del (censo) de toda la comunidad de los hijos de Israel por sus familias...de
edad de veinte años y para arriba, todo el que sale al ejército en Israel, los
listaréis para sus ejércitos, tú y Aharón" (BeMidvar 1, 2).
La conducción de los
hijos de Israel en el desierto se apoyó, fundamentalmente, en milagros
cotidianos. Sin embargo, con el ingreso de los israelitas a la Tierra Prometida
dichos milagros comienzan a caducar.
El pozo de agua que
acompañó a los hijos de Israel en el desierto sale de escena con la muerte de
Miriam (véase Bemidvar 20, 1-2). Las nubes que los protegían de los embates
enemigos abandonan a Israel con la muerte de Aharón (véase BeMidvar 20, 29; 21,
1). Y el man que caía del cielo deja de abastecer a Israel ni bien éstos
cruzan el río Iardén (Ieoshúa 5, 12). Con el ingreso a la Tierra, ya no habría
más nubes que escarmienten a los enemigos, ni agua milagrosa del pozo de
Miriam, ni porciones diarias de alimento celestial.
No es que Di-s vaya a
desaparecer de la escena bíblica; acompañará a Sus hijos en la conquista de la
Tierra, y éstos gozarán aún de la ayuda celestial a través de Su permanente
guía y de algunos milagros puntuales y ocasionales (véase Ieoshúa 10, 12, por
ejemplo).
Sin embargo, el yugo de
la conquista se apoyaría en el sudor y en el coraje de los hijos de Israel. Ellos
serían quienes desenvainarían sus espadas a la hora de la batalla y, a la vez,
ellos serían quienen irían a arar, sembrar y cosechar la tierra luego de que
ésta fuera conquistada.
Es a ellos a quienes
Di-s ordena censar, sugiriendo así que serán los hijos de Israel quienes tomen
su destino en sus propias manos, tal como ocurriera en tiempos de Hamán el
malvado. "Nadie hará la tarea por ustedes", pareciera decir Di-s.
"Contarán con Mi ayuda y Mi guía, pero la labor será suya".
El ingreso a la Tierra
Prometida será para los hijos de Israel el ingreso a la adultez, el ingreso al
mundo de real. La travesía del desierto se asemejó a la experiencia
intrauterina de un bebé. Allí, en el vientre materno, recibe todas sus
necesidades sin llorar, sin transpirar y sin hacer el mínimo esfuerzo.
Pero todo tiene un
final. Una nueva página se abrirá en la historia del pueblo judío con su
ingreso a la Tierra Prometida.
El alistamiento de los
hijos de Israel para la batalla es un claro indicador de que esta experiencia "intrauterina"
está a punto de concluir. Al igual que en la historia de Ester, también aquí Israel
comienza a comprender que el destino estará básicamente en sus manos. Di-s los
guiará, pero serán ellos los que lucharán. Tal como ocurre en el moderno Estado
de Israel.
...
Se cuenta que el nieto
de Rabí Iejezkel de Shinova había sido enrolado para el ejército de Frantz
Iosef, emperador austro-hungaro.
Vino el hijo del Rabino
y suplicó a su padre una plegaria para liberar a su hijo de semejante
desgracia.
Cóntole Rabí Iejezkel la
siguiente anécdota:
Años atrás estuve junto
a Rabí Meir de Primishlán. Conversábamos hasta altas hora de la noche, cuando
se le anunció que un soldado judío estaba pernonctando en Primishlán junto a su
brigada y deseaba recibir una bendición del Rabino. Rabí Meir ordenó
inmediatamente que se lo hiciera pasar, y luego de bendecirlo dijo a todos los
presentes:
"Sepan ustedes,
que la Redención no vendrá ni por ustedes ni por mí, ni por nadie como
nosotros...sino por gracia exclusiva de los soldados de Israel".
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