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miércoles, mayo 24, 2017

Parashat BeMidvar 5777

Ingreso a la adultez

Existe un libro del TaNaJ sobre el cual rara vez logro hablar en mi sinagoga. No es que no me guste, Di-s me libre; por el contrario, es uno de mis preferidos.

Ocurre que su lectura va acompañada de tanto ruido y euforia, que hablar de él en público se hace prácticamente imposible. Se trata del libro de Ester.

Meguilat Ester nos muestra al pueblo judío en peligro. Un cruel enemigo, de la estirpe de Amalek, Hamán el malvado, propone exterminar al pueblo judío al verse ninguneado por Mordejai HaIehudí.

La historia tiene un ritmo y una trama apasionante. Hamán decide sortear el día en el que serían exterminados los judíos de las ciento veintisiete comarcas del rey Ajashverosh y convence al rey de lo conveniente de la medida. Decide, al mismo tiempo, construir una horca para colgar al irreverente de Mordejai. Sin embargo, en un rápido giro de la trama, quien termina colgado en dicha horca fue el mismo Hamán.

Llama la atención el motivo de la ejecución del malvado. El rey Ajashverosh no cuelga a Hamán en la horca debido a que simpatizaba con Israel. Tampoco lo hace para cancelar el decreto de su encumbrado ministro. Ajashverosh decide colgar a Hamán, cuando ve a éste en una situación compometedora con su esposa, la reina Ester.

Hamán, entendiendo que la suerte ya estaba echada en su contra, decide volcarse sobre el lecho de Ester y suplicar por su vida. Lo hace con tanta mala fortuna que el rey ve la escena al ingresar a los aposentos reales. Preso de la furia le dijo: "¿Acaso quieres conquistar a la reina frente a mí en mi propia casa?" (Ester 7, 8). De allí a la horca hubo un sólo paso. Ajashverosh decide colgar a Hamán cuando ve que éste quiere tocar sus intereses, en este caso, a su reina.

De hecho, Ajashverosh nunca anula el decreto de exterminio a los judíos. Lo máximo que logrará la reina Ester, merced a sus encantos y a sus habilidades diplomáticas, será una misiva real por la que se autorizaba a los judíos a defender su vida el día trece del mes de Adar, día en el que el decreto de exterminio entraría en vigor (Ester 8, 11).

El final de la meguilá demuestra que los judíos supieron tomar sus destino en sus propias manos. Nadie los defendió, más que ellos mismos. Si bien la ejecución de Hamán expresó una fortuita coincidencia de intereses entre Israel y el rey de Ajashverosh, la redención de Israel fue fruto de la resistencia judía y de su disposición a presentar batalla ante los agresores.

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Volvamos ahora a la Torá y al libro de BeMidvar que comenzaremos a leer esta semana.

Los hijos de Israel comienzan a alistarse para la batalla. Se hallan a las puertas de la Tierra Prometida, y súbitamente, aquel pueblo de esclavos se transforma en un pueblo de soldados.

Al inicio de Parashat BerMidvar, Moshé y Aharón reciben la orden divina de censar a los hijos de Israel, a fin de formar las filas del ejército hebreo.

"Llevad cómputo del (censo) de toda la comunidad de los hijos de Israel por sus familias...de edad de veinte años y para arriba, todo el que sale al ejército en Israel, los listaréis para sus ejércitos, tú y Aharón" (BeMidvar 1, 2).

La conducción de los hijos de Israel en el desierto se apoyó, fundamentalmente, en milagros cotidianos. Sin embargo, con el ingreso de los israelitas a la Tierra Prometida dichos milagros comienzan a caducar.

El pozo de agua que acompañó a los hijos de Israel en el desierto sale de escena con la muerte de Miriam (véase Bemidvar 20, 1-2). Las nubes que los protegían de los embates enemigos abandonan a Israel con la muerte de Aharón (véase BeMidvar 20, 29; 21, 1). Y el man que caía del cielo deja de abastecer a Israel ni bien éstos cruzan el río Iardén (Ieoshúa 5, 12). Con el ingreso a la Tierra, ya no habría más nubes que escarmienten a los enemigos, ni agua milagrosa del pozo de Miriam, ni porciones diarias de alimento celestial.

No es que Di-s vaya a desaparecer de la escena bíblica; acompañará a Sus hijos en la conquista de la Tierra, y éstos gozarán aún de la ayuda celestial a través de Su permanente guía y de algunos milagros puntuales y ocasionales (véase Ieoshúa 10, 12, por ejemplo).

Sin embargo, el yugo de la conquista se apoyaría en el sudor y en el coraje de los hijos de Israel. Ellos serían quienes desenvainarían sus espadas a la hora de la batalla y, a la vez, ellos serían quienen irían a arar, sembrar y cosechar la tierra luego de que ésta fuera conquistada.

Es a ellos a quienes Di-s ordena censar, sugiriendo así que serán los hijos de Israel quienes tomen su destino en sus propias manos, tal como ocurriera en tiempos de Hamán el malvado. "Nadie hará la tarea por ustedes", pareciera decir Di-s. "Contarán con Mi ayuda y Mi guía, pero la labor será suya".  

El ingreso a la Tierra Prometida será para los hijos de Israel el ingreso a la adultez, el ingreso al mundo de real. La travesía del desierto se asemejó a la experiencia intrauterina de un bebé. Allí, en el vientre materno, recibe todas sus necesidades sin llorar, sin transpirar y sin hacer el mínimo esfuerzo. 

Pero todo tiene un final. Una nueva página se abrirá en la historia del pueblo judío con su ingreso a la Tierra Prometida.

El alistamiento de los hijos de Israel para la batalla es un claro indicador de que esta experiencia "intrauterina" está a punto de concluir. Al igual que en la historia de Ester, también aquí Israel comienza a comprender que el destino estará básicamente en sus manos. Di-s los guiará, pero serán ellos los que lucharán. Tal como ocurre en el moderno Estado de Israel.

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Se cuenta que el nieto de Rabí Iejezkel de Shinova había sido enrolado para el ejército de Frantz Iosef, emperador austro-hungaro.

Vino el hijo del Rabino y suplicó a su padre una plegaria para liberar a su hijo de semejante desgracia.

Cóntole Rabí Iejezkel la siguiente anécdota:

Años atrás estuve junto a Rabí Meir de Primishlán. Conversábamos hasta altas hora de la noche, cuando se le anunció que un soldado judío estaba pernonctando en Primishlán junto a su brigada y deseaba recibir una bendición del Rabino. Rabí Meir ordenó inmediatamente que se lo hiciera pasar, y luego de bendecirlo dijo a todos los presentes:

"Sepan ustedes, que la Redención no vendrá ni por ustedes ni por mí, ni por nadie como nosotros...sino por gracia exclusiva de los soldados de Israel".

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