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miércoles, octubre 02, 2013

Parashat Noaj 5774

Alto en la Torre

Todo nuevo olé que ha llegado a Israel ha sufrido algún episodio de índole lingüístico. Es inevitable. Uno se integra a una cultura nueva, en la que la barrera idiomática es sólo un eslabón de una larga cadena de diferencias. Gestos, tonos al hablar y conductas distintas, hacen que la integración definitiva al país se extienda por años. Tal vez nunca concluya...

Recuerdo una historia que se contaba en el Merkaz Klitá de la ciudad Raanana hacia el año 2002.

Uno de los primeros trámites que todo olé debe efectuar al arribar a Israel es asociarse a una cobertura de salud. Una pareja de olim -con un hebreo muy elemental- caminaban rumbo a las oficinas del seguro médico. No tenían la dirección precisa del lugar, y decidieron consultar a un agente de policía que pasaba por el lugar. El uniformado notó que se trataba de nuevos inmigrantes, y gesticulando con las manos les dijo que la oficina del seguro médico se hallaba "BaRejov Ha-Makvil" (En la calle paralela a la avenida por la cual caminaban). Estos olim comenzaron a buscar en los carteles de la vía pública una calle llamada "HaMakvil". Al llegar a calle siguiente, notaron que el nombre de la calle no coincidía con el nombre buscado. Nuevamente detuvieron a un transeúnte y le preguntaron: "¿Dónde queda el "Rejov Ha-Makvil"?". Este hombre, también gesticulando con las manos, les señaló que el "Rejov HaMakvil", era la calle paralela a aquella por la que venían caminado. El periplo, finalmente, duró más de dos horas; siempre el "Rejov Ha-Makvil" va a encontarse a una cuadra de distancia.

Vivir en una sociedad multicultural y multilingüística puede transformar nuestra cotidianeidad en una aventura -en el mejor de los casos- o en una pesadilla, en el peor de los escenarios. 

Recuerdo a aquel olé que recién llegado al país tuvo el antojo de comer un caqui. La única que hablaba algo de hebreo era su pequeña hija de 8 años. Fue así que le pidió ingresar a la frutería y comprar un kilo de caquis. La niña, orgullosa de comunicarse por primera vez en hebreo, se dirigió al frutero y le dijo: "Aní Rotzá Kaki" ("Quiero caqui"). El frutero le señaló la puerta del baño. "Caqui", en hebreo, se dice "afarsemón"...

¡¿Cuántos papelones y malos ratos se hubieran evitado de no ser por la Torre de Babel?!

Todos esos malentendidos idiomáticos tuvieron origen en aquella generación llamada Dor Ha-Palagá (La generación de la división) que decidió edificar aquella torre.

¿Cuál fue el pecado de aquella gente? Aquella generación –finalmente- sólo quería acercarse a Di-s a su manera. Tal vez la forma no fue la ideal, pero no parece ser un pecado tan grave el querer construir una torre para acercarse al Cielo.

Explica el Prof. Ishaiahu Leibovitz Z"L:

Entiendo que el decreto de dispersión (de aquella generación) no fue un castigo, sino más bien una enmienda en favor de la humanidad. El mensaje fundamental de la sección de la Torre de Babel nada tiene que ver con la construcción de la torre en sí. Más bien tiene que ver con lo que dice al inicio de la sección: Que toda la tierra –la renovada humanidad post-diluviana- poseía una "sóla lengua y similares palabras" (Bereshit 11, 1). Luego del fracaso en la construcción de la torre surgieron diversos idiomas  y –por ende- palabras diferentes. Entiendo que el fundamento del pecado de la "Generación de la División" consiste en haber querido concentrar artificialmente a todos sus miembros a fin de sostener la realidad de "una sola lengua y similares palabras", algo que en términos modernos solemos llamar "Totalitarismo".

El Prof. Leibovitz Z"L describe una sociedad en donde el individuo no tiene cabida, sino que es preso de un modelo que lo supera, controlando su vida y su forma de expresión. Un modelo en el cual la diversidad es poco menos que una mala palabra.

El pueblo judío y el moderno Estado de Israel se han enriquecido enormemente con la multiculturalidad. A lo largo de nuestras diásporas, hemos aprendido sabiduría babilónica, escatología persa, filosofía griega, matemática árabe, y academia alemana y norteamericana.

Y aun cuando no hayamos aprendido –aún- a preparar asado como argentinos, podemos asegurar que la multiculturalidad, el haber estado en contacto con sociedades diferentes, con distintos idiomas y distintas palabras, sólo nos ha beneficiado.

Posiblemente, sin estas diásporas, aun seguiríamos sentados en tiendas como lo hicieron nuestros antepasados.




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