Existe una evidente correlación
entre el comienzo y el final de Parashat BeHar. Y, al mismo tiempo, entre éstos
y Parashat BeJukotai -que leeremos la semana que viene- la cual regula el camino hacia la bendición.
Al inicio de Parashat BeHar –en el
marco de las leyes del año sabático- nos dice la Torá: "Y la tierra no
será vendida a perpetuidad, porque Mía es la tierra" (VaIkrá 25,
23). Y en el último versículo de la Parashá, nos dirá la Torá: "Mis
sábados cuidarés, y mi santuario temeréis. Yo soy el Eterno" (VaIkrá
26, 2).
Ambos pasajes nos brindan una enorme
lección. De acuerdo a la Torá, ni la tierra ni el tiempo nos pertenecen. La tierra
no es nuestra...¡es Suya! Los shabatot –y por ende, el tiempo- tampoco
nos pertenecen, sino que son de propiedad celestial.
Muchos son los hombres que dicen: el
tiempo es mío, me pertenece y hago con él lo que me plazca en gana.
Quien ha experimentado los vaivenes de la vida, sabe que no existe nada más lejano de la realidad.
Desde el Cielo se nos ha regalado una porción de tiempo que nunca podremos
saber cuándo caducará. Y de tanto pensar que el tiempo nos pertenece, muchas
veces postergamos sueños, proyectos y decisiones que jamás podremos ver
realizados...¡porque no tendremos tiempo!
Otros hombres dicen: Mis bienes me
pertenecen, y haré con ellos lo que tenga ganas. Tal vez ésto sea cierto; pero ninguno
de estos bienes nos acompañará en nuestra morada eterna.
(Se cuenta que dos hombres vinieron a disputar una finca delante de Rabí Leibli de Bialystok.
El Rabí pidió ver la tierra con sus propios ojos y salió al campo junto con los dos litigantes. Al llegar al lugar, los dos hombres continuaban peleando: ‘¡La tierra me pertenece!’, ‘¡La tierra me pertenece!’. Al verlos discutir, el Rabí acercó sus oído a la tierra y dijo: ‘Ustedes dicen que la tierra les pertenece; pero la tierra sostiene que ustedes le pertenecen a ella’).
En el antiguo Egipto se acostumbraba
a sepultar a los faraones con sus alhajas de oro y plata. Se creía que éstos irían
a disfrutar de ellas en el más allá. Descubrimientos arqueológicos han
demostrado que los únicos que partieron al más allá fueron los faraones. Las
joyas quedaron el el Museo Británico y en el Museo Metropolitano de Nueva York.
Muchos son los hombres que dirán: "Mis hijos me pertenecen. Yo les he dado la vida y podré moldearlos como arcilla
en manos del alfarero".
No obstante -tarde o temprano- todo
padre entiende que él podrá amar, aconsejar y orientar, pero así como a los
hijos se les da raíces, también se les debe proporcionar alas. Y el progenitor llegará a la inevitable
conclusión de que nada nos asegura que éstos sigan por la senda que hemos planeado
con tanto esmero.
Otras parsonas dirán: Mi pareja me pertenece y estará a mi lado por siempre y en toda circunstancia. Si he logrado su
atención y su amor, nada la hará cambiar de opinión y de elección. No es
necesario abundar de palabras para desarticular esta concepción equivocada del
amor.
¿Y entonces? Si ni el tiempo, ni nuestros
bienes, ni nuestros hijos ni nuestras parejas nos pertenecen...¡¿qué queda en nuestro poder?!
Lo único que nos pertenece es la
determinación de transformar nuestro tiempo en bendición o –Di-s libre- en una
pesadilla.
La lucidez para transformar nuestro bienestar
económico en un un medio y no en un fin en sí mismo.
La sensatez para transformar a nuestros hijos en
continuidad y no en rehenes.
La prudencia para transformar a nuestras parejas en
compañeros de ruta y no en bienes adquiridos.
Tenemos en nuestras manos la
elección de vivir una vida en movimiento colmada de buenas obras.
El midrash lo dice de manera
gráfica y contundente:
Tres grandes amigos tiene el hombre:
su familia, sus bienes y sus buenas obras.
Cuando el hombre se acerca a la
muerte, llama a su familia y le suplica que lo salven del fatal desenlace. Pero
éstos le dicen que no pueden ayudar. Luego el hombre le suplica a sus
bienes que intercedan por él. También éstos le indican al hombre que no pueden
interceder. Es entonces que el hombre se dirige
a sus buenas obras y les suplica salvación. Sus buenas obras le dicen al
hombre: puedes partir en paz; nosotros somos tu única adquisición (adaptado de Pirkei deRabí Eliezer, cap. 34).
La Torá nos brinda este mensaje al
inicio y al final de Parashat BeHar. Ni la tierra ni el tiempo nos
pertenece. Sólo nos pertenece la elección de vivir una vida de significado y
bendición. Y la clave de dicha elección se
encuentra en Parashat BeJukotai, que cerrará en una semana el libro de VaIkrá.
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