Parashat Ki Tisá contiene entre sus numerosos versículos el tristemente célebre relato del becerro de oro.
¿Hay alguna lección que podamos extraer de la participación de los hijos de Israel en este lamentable suceso?
Entiendo que sí. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que los judíos, casi TODOS, estuvieron dispuestos a apoyar económicamente un proyecto por deleznable que éste haya sido. Fuero sólo unos pocos los que se mantuvieron al margen del pecado.
Como decía, con no poca ironía, Rabí Aizel Jarif, Rabino de Slonim en el siglo 19: Nuestros antepasados -incluso cuando pecaban- estaban dispuestos a deshacerse de su oro y de su plata para hacerse un dios. Los judíos de nuestra generación, en cambio, se deshacen de su Di-s para hacerse de oro y de plata...
Al comienzo de nuestra Parashá leemos: ‘Esto dará todo el que pasa por el censo: medio siclo...ofrenda será para el Santuario’ (Shemot 30, 13).
Ese medio shekel, cumplía una doble función: Por un lado, servía para contar a los hijos de Israel. Por el otro, sirvió para construir los fundamentos del Mishkán. En una paradoja más que interesante, podríamos decir que en la misma Parashá el pueblo de Israel apuntala el más noble y el más infame de los proyectos. Pero con un factor común...Son emprendimientos colectivos; a pesar del becerro…Para bien o para mal ese pueblo se muestra unido. Actúa en bloque.
Al pararse al pie del Sinai, lo hicieron juntos. Pero a la hora de darle la espalda a Di-s, también lo harán juntos. A la hora de construir el mishkán, lo hacen juntos. Pero cuando lloren desesperados ante el informe de los espías, llorarán juntos.
Aquella era una generación que cometió cientos de errores, pero tuvo una virtud que pocas veces logró repetirse en la historia de nuestro pueblo. Era un pueblo unido, que tenía muy claro en dónde reside la fortaleza de un pueblo. Para bien o para mal. La unidad nacional –aun ante pecados tan groseros como el del becerro- era la razón de ser de toda aquella generación. Era la que dio cohesión y fuerza a aquellos esclavos que habían abandonado Egipto hacía unos meses.
Tal vez, esa sea la mejor lección que nos haya legado aquella generación del desierto. Fue una generación colmada de errores, dudas y falencias pero…¡Hasta el becerro lo hicieron entre todos!