Hay un pasaje en la Torá que me conmueve muy especialmente y que abre Parashat Masei. No es el pasaje más reconocido de la Torá ni mucho menos. Tal vez sea por eso que me conmueve tanto.
Al inicio de Parashat Masei se exhibe una larga lista de los cuarenta y dos lugares por los que el pueblo de Israel acampó en su travesía por el desierto. La Torá cuenta que Di-s ordenó a Moshé escribir esta lista y Moshé lo hizo.
‘¿Qué tiene esto de conmovedor?’, alguien me podría preguntar.
Y he aquí mi respuesta: Nadie recuerda hoy a Moshé por haber escrito las marchas de los hijos de Israel en el desierto, mientras que todo el mundo sabe que fue él quien pasó los mandamientos de Di-s a la letra escrita.
Escribir la Torá era un acto que pasaría inmediatamente a la inmortalidad. Es fácil aceptar esa tarea…por ardua y extensa que sea. (Imagínate que Di-s se te aparece en una zarza y te dice: ‘Quiero decirle algo al mundo y me gustaría dictártelo’). ¿Quién podría decir que no? Sin embargo no tenemos en claro cuál es la utilidad de escribir esta lista de nombres.
Muchos son los hombres que evaden aquellas tareas que no hacen ruido, no les dan prestigio y no les acarician el ego. Moshé, sin embargo, obedeció y acató la orden divina en ambas. Escribió la Torá. Pero también escribió este listado de estaciones en apariencia ‘intrascendente’.
Algo similar, nos cuenta el midrash, ocurría con Ieoshúa. Los jajamim se preguntan por qué fue merecedor de suceder a Moshé Rabenu.
Y nos cuentan que la razón de su elección fue porque no se le cayeron los anillos a la hora de acomodar los bancos y extender las alfombras en el Beit HaMidrash (BeMidbar Rabá 21, 14).
No se nos dice que fue elegido porque defendió el honor de la Tierra Prometida mientras los meraglim difamaban contra ella. Ni siquiera se nos dice que fue elegido sucesor de Moshé por haber sido un Talmid Jajam.
Fue elegido por entender que el auténtico servicio se hace sin ruido, desde el silencio y el anonimato.
De seguro que Ieoshúa habrá sido un gran personaje si fue elegido entre los espías que llegarían hasta la Tierra Prometida. Pero esa no fue su verdadera grandeza según el midrash. Su grandeza radicó en acomodar los bancos y las alfombras para que otros se sientan a gusto estudiando.
Eso es auténtico servicio.