Afrontando nuestros éxodos
A inicios de los años 90' me
desempeñé como capellán judío en la cárcel de Devoto, la penitenciaría más importante
de la Ciudad de Buenos Aires.
Era por entonces muy joven, y estaba
dando mis primeros pasos en el Seminario Rabínico. Sin embargo, atesoró esa
experiencia de casi tres años como una de las más profundas lecciones que me ha
dado mi carrera de Rabino.
Entre los internos del penal, solía
visitar a un hombre de gran porte apellidado Vaisman. Se trataba de un hombre diabético
de algo más de sesenta años. Llevaba casi diez años en el penal -y aun así-
había logrado encontrar su lugar en aquel oscuro lugar. Los agentes
penitenciarios lo conocían, y lo llamaban por el nombre. Solía trabajar en la
cantina del penal. Y los presos –por su parte- lo respetaban, a pesar de su
condición judía. Era un hombre alegre, inteligente y con mucha
"calle", como solemos decir en Buenos Aires.
Vaisman salió finalmente en libertad
al cabo de diez años. Estuve con él ese día esperándolo en la calle. A su
salida, nos sentamos a tomar un café en el bar de la esquina de la cárcel y
noté una mueca de preocupación en su rostro. Algo desentonaba. No era la mueca
que esperaba ver en un hombre que había pasado diez años de su vida detrás de
esos muros.
Vaisman sobrevivió tres semanas
fuera de la cárcel. Un infarto fulminante lo sorprendió un domingo de mañana.
Recordé a Vaisman esta semana cuando
repasé la historia del éxodo de Egipto. Vaisman ya estaba acostumbrado a esa
realidad gris. Afuera no lo esperaba ni familia, ni pareja, ni trabajo. Allí adentro,
atrás de esas rejas, Vaisman había logrado ser alguien. ¿Cómo llenar ese vacío
que se generó al cruzar la puerta de Devoto con contenido y entusiasmo
renovado?
Posiblemente ésta haya sido la mayor
grandeza de Moshé. Todos sabemos que Moshé no logró traer a aquella generación
a la Tierra Prometida. Sin embargo consiguió algo no menos importante: logró
que aquella generación no regresara a Egipto. Y la razón de su logro, es
que supo llenar el vacío que se generó al cruzar la frontera egipcia. Supo
brindarles a ese grupo de esclavos una nueva razón para vivir, llenando sus
vidas con la Torá que recibiera de manos de Di-s en el monte Sinaí.
Resulta interesante que el relato
del éxodo de Egipto, reseñado en la Hagadá, comienza con la historia de
Iaakov. De acuerdo a la gran mayoría de los comentaristas, a él se refiere la
Torá cuando dice "Aramí Oved Avi" (Un arameo errante era mi
padre) (Devarim 26, 5).
¿Por qué empezar justamente con él?
Tal vez para contrastar la realidad
de Iaakov Avinu con la de la generación del desierto.
Iaakov afrontó los
"éxodos" de su vida en la más absoluta de las soledades. Lo hizo sólo
cuando salió de casa de su padre y cruzó el Iardén. Y también cuando escapó de
casa de su su suegro Laván.
Posiblemente su pelea con el ángel
sea el ejemplo más acabado de aquella soledad existencial que Iaakov supo
afrontar. "Y quedó Iaakov a solas" (Bereshit 32, 25), dice la Torá
como prólogo a su lucha. No es que Iaakov no haya tenido familia o seres
queridos a su lado; los tenía. Ocurre que, a menudo, ciertas crisis en la vida se
afrontan en soledad. Iaakov, a diferencia de la generación del desierto, no
tuvo ningún Moshé que le sirva de brújula.
Todos tenemos algún "éxodo"
en nuestras vidas. En la enorme mayoría de los casos, más de uno. Cambiar de
país, sin duda es un éxodo. Pero también lo puede ser cerrar un negocio a mitad
de la vida. O renunciar a un trabajo ingrato después de años de dedicación. O
salir de prisión, como Vaisman. O divorciarse.
Divorciarse -y lo digo por haber
atravesado esa amarga experiencia hace algunos meses- se parece bastante al
éxodo de Egipto (con la salvedad de que aquí no se sale con "Rejush
Gadol" –con grandes bienes- ni se dispone de un profeta que camine
delante nuestro). Pero en todo los demás, ambas experiencias son equiparables. Y
posiblemente, todo "éxodo" es equiparable al Exodo de nuestros
antepasados.
Al inicio, el deseo de salir y –al mismo
tiempo- el deseo de quedarse. Luego, el pasado que te va pisando los talones. Y
el mar que brama por delante y nadie sabe cuando se abrirá. Y el vacío que debe
llenarse con nuevo contenido.
Ésa fue la auténtica grandeza de
Moshé, que desde entonces guía con su impronta a todo quien afronte algún éxodo
en su vida y está en búsqueda de una brújula. Es Moshé quien impulsa a llenar ese
vacío con esperanza y contenidos renovados, y –lo más importante- quien enseña
que a Egipto no se debe regresar nunca más.
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