El gran hermano y el Gran Padre
Encender la TV por las noches me da un poco de miedo. Cámaras de TV en todos los rincones de una isla, o en las habitaciones de una casa, en la cocina, en el dormitorio, en un bar, en el baño.
Uno mira hacia el techo y se fija si no hay alguna cámara en nuestro propio dormitorio que esté transmitiendo al aire nuestra propia intimidad (E incluso, si queremos escaparnos y salir de casa con el auto, también allí nos estarán vigilando las cámaras y sus benditas multas fotográficas).
¿Cómo preservar la intimidad en un mundo en el que la intimidad ya es compartida por TV?
Un Gran Hermano virtual, que dicta las reglas del juego, que premia, castiga y escucha confesiones está mirando. Él tiene la medida de lo bueno y lo malo. Él tiene licencia para indagar e inquirir. Él es el dueño de la casa.
Pero eso es sólo un juego mediático. Fuera de esa realidad hay otro mundo y otro juego.
En este juego no hay competencia, no hay ganadores ni perdedores...pero Alguien nos vigila también.
Él dicta las reglas del juego, el tiene la medida de lo bueno y lo malo, él tiene licencia para indagar e inquirir. Él es el dueño de este mundo.
Y las reglas de este juego se encuentran mayormente concentradas en la Parashá que leemos está semana. Parashat Kedoshim, una de las secciones más conmovedoras de toda la Torá, aboga por la conducta ética personal y popular. Nos enseña a vivir juntos esta aventura a la que fuimos llamados desde el momento en que vimos la luz de este mundo.
‘Santos seréis, porque santo Soy Yo’, nos dice Di-s al comienzo de la Parashá.
Kedoshim Tihiu Ki Kadosh Ani.
Allí se nos exige compasión hacia los desprotegidos y el desarraigo de toda clase de idolatría, se nos advierte contra la distorsión de la justicia, el robo y el engaño, se nos previene de hacer falsos juramentos, se condena nuestra inacción cuando nuestro prójimo está en peligro, se nos ordena amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, en lo que fue definido por Rabí Akiva como el principio más importante de la Torá.
Pero este juego, es diferente. Nadie puede abandonarlo voluntariamente, ya que en este juego no hubo casting. Nadie nos preguntó siquiera si queríamos jugar ese juego; nuestros padres nos soñaron y nos trajeron a este mundo y a jugar se ha dicho...
Leí en una ocasión la historia de un hombre que murió, y llegó hasta la presencia de un portero que con cara de aburrido le decía:
‘Elige, la puerta a la derecha es el cielo; la otra es el infierno’.
‘¡En serio!', dijo el hombre...¿la elección está en mis manos?’. ¿Acaso no hay juicio? ¿A nadie le importa lo que hice de mi vida?’.
‘¡No señor!’ -respondió el portero- ‘No hay juicio, y elija la puerta rápido que mucha gente está muriendo y viene detrás suyo’. ‘Pero yo quiero confesarme, quiero quedar limpio, quiero estar puro’ -insistió el hombre. ‘No hay tiempo para eso ¡elija una puerta y entre de una buena vez!’.
Queremos ser juzgados. Necesitamos sentir que nuestras conductas son trascendentes, que a Alguien le importan. Necesitamos sentir el rigor de un juicio; necesitamos sentir que Alguien pesa nuestros errores y nuestros aciertos; necesitamos sentir que a Alguien no le resulta indiferente nuestra virtud, nuestro pecado, nuestra humildad o nuestra soberbia. Necesitamos sentir la presencia de Alguien que nos vigile.
Uno de los nombres de Di-s es HAMAKOM, que literalmente significa ‘El Lugar’.
El midrash explica la razón de este nombre. Hu Mekomo Shel Olam, VeEin HaOlam Mekomó. No es Di-s el que esta ubicado en el mundo; el mundo está ubicado en Él...
Nosotros somos los que estamos ubicados en el mundo y somos parte de esta aventura. Las reglas del juego están en Parashat Kedoshim. Sólo se nos pide cumplirlas mientras dure la aventura; el Gran Padre nos mira...