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lunes, diciembre 31, 2007

Parashat VaErá 5768

El auténtico coraje

En nuestra Parashá, las plagas comienzan a caer sobre Egipto. Primero fue la sangre, luego las ranas, luego los piojos, y así continuaría la historia con las siete plagas restantes.

Sin embargo, ocurría algo muy interesante en esta pulseada entre Moshé, Aharón y el faraón. Moshé y Aharón ejecutaban las plagas y los magos lograban imitarlo. Si Aharón golpeaba las aguas y las convertía en sangre, los magos del faraón hacían lo mismo. Si Aharón golpeaba el río con su vara y subían las ranas sobre Egipto, los magos del faraón también lo hacían.

Seguramente, el faraón y sus brujos creían que estaban poniendo en rídiculo a Moshé, a Aharón y al mismísimo Dios de Israel.

Pero después de la plagas de los piojos, esta la historia comienza a dar un giro sin retorno: los brujos del faraón viendo que la plaga de los piojos se volvía incontenible proclaman ante el faraón (Shemot 8, 15) Etzvá Elo-him Hi (Esto es el dedo de Dios).

¿Qué es lo que está ocurriendo aquí?

Los magos egipcios entienden que ellos pueden imitar las plagas, pero no pueden erradicarlas. Ellos pudieron imitar la plaga de la sangre y la plaga de las ranas. Pero erradicar la plaga ya era otra cuestión: sólo Di-s podía hacer eso. El poder de Dios tenía esa peculiaridad inimitable.

Los brujos egipcios logran comprender en la tercera plaga algo que al faraón le demandaría otras siete: el auténtico poder no se expresa trayendo la peste, sino erradicándola.

En el mundo de las relaciones internacionales ocurre algo similar. Hacer la guerra siempre ha sido un acto de coraje. Pero el auténtico coraje se expresa cuando toda esa energía que se deposita en la batalla, se vuelca para el lado de la paz.

Así como el poder de Dios se demostró cuando erradicó las plagas y no cuando las trajo, así también el auténtico poder de los gobiernos terrenales se aprecia cuando están dispuestos a erradicar la guerra y no a hacerla.

Estoy seguro que Itzjak Rabin Z’L, Menajen Beguin Z’L y tantos otros más líderes judíos y no judíos a lo largo de la historria, tuvieron que vencer más miedos al extender sus manos al enemigo del que tuvieron cuando empuñaron la espada para matarlo.

No se cuantas veces un gobernante fue asesinado por emprender un acto de guerra. Pero sí se de muchos que pagaron con su vida por haber emprendido un acto de paz.

A menudo pareciera que la resistencia de una sociedad a la sóla idea de la paz, es mucho más fuerte que la resistencia a hacer la guerra. A menudo siento que la palabra ‘Paz’ pasó de moda en nuestro país.
En los setenta y en los ochenta todo chico israelí le cantaba a la paz. Hoy quien habla de paz enseguida es tildado como un ‘romántico’ o –peor- como un ‘nostálgico’.

Hoy aprendimos en Israel a conformarnos con mucho menos. Un alto de fuego ya nos alcanza. Dormir tranquilos por las noches ya nos alcanza. Aprendimos a ser conformistas, que es mucho más triste que ser un ‘nostálgico’.

Quiera Dios dotarnos con el coraje de mirar hacia delante sin resignación y, a nuestros dirigentes, la valentía para hacer la paz sin cavilación y temor.