B"H
No estamos solos
Recuerdo la primera vez que experimenté alguna sensación de soledad. Habré tenido seis años cuando pedí a mis padres que me revelen mi firma. En mi ingenuidad supuse que todo chico venía con una firma desde su vientre materno, pero mis padres me vacunaron contra la inocencia y me dijeron: ‘La firma, Gustavo, es algo tuyo...Nosotros no la conocemos’.
Hay momentos decisivos en la vida, en los que cada hombre se queda solo; y no porque no tenga quien lo acompañe, sino porque hay momentos que deben ser vividos en la intimidad…
Los Iamim Noraim son días en los que estamos solos. Curioso...porque la sinagoga está colmada.
Y a la hora de reconocer nuestros desaciertos y exteriorizar nuestra confesión en estos Iamim Noraim, sólo hallaremos consuelo al saber que aquel que está parado a nuestro lado, también se halla tan sólo como nosotros.
Nuestra sentencia estará sellada al final de estos días, pero Di-s no se sentirá sólo a la hora de elegir Su firma. Somos nosotros los que contribuiremos en esta rúbrica, tal como dijera Rabí Itzjak en el Tratado de Rosh HaShaná: Cuatro cosas cancelan la sentencia del hombre y éstas son: La tzedaká, la tefilá, el cambio del nombre y el cambio de conducta.
Esa firma -la de arriba, la que sellará la sentencia- también es algo nuestro, y nadie nos la puede enseñar. También tendremos que descubrirla en la intimidad; sólo nosotros la conocemos...
En estos días estaremos solos, y por éso es que seremos tantos. Vendremos a hacernos compañía en nuestra soledad. Pocas culpas –tal como dijera en una oportunidad el pensador judío Richard Rubinstein- son tan arduas de soportar como el sentimiento de que el individuo, en su transgresión, se halla totalmente aislado de sus pares.
El extraño que pase por la puerta de una sinagoga en estos días y observe tanta gente congregada, preguntará: ‘¿Qué es lo que están celebrando?’. Y la respuesta es sencilla: estamos compartiendo nuestro fracaso y -si se quiere- estamos celebrándolo. Porque sólo la persona que se sabe fracasada tiene posibilidad de reevaluar sus conductas y modificarlas.
No estamos en estos días juntos porque sí. Estamos reunidos porque queremos sentirnos acompañados en nuestro intento por nuestra renovación ética y por nuestra purificación. Estamos reunidos porque nuestra debilidad o nuestra pecaminosidad no puede expiarse en soledad. Estamos reunidos no porque hemos triunfado, sino porque hemos fracasado.
Quiera Di-s guiarnos en esta búsqueda y rubricarnos en el libro de la vida, la paz y el sustento.
Recuerdo la primera vez que experimenté alguna sensación de soledad. Habré tenido seis años cuando pedí a mis padres que me revelen mi firma. En mi ingenuidad supuse que todo chico venía con una firma desde su vientre materno, pero mis padres me vacunaron contra la inocencia y me dijeron: ‘La firma, Gustavo, es algo tuyo...Nosotros no la conocemos’.
Hay momentos decisivos en la vida, en los que cada hombre se queda solo; y no porque no tenga quien lo acompañe, sino porque hay momentos que deben ser vividos en la intimidad…
Los Iamim Noraim son días en los que estamos solos. Curioso...porque la sinagoga está colmada.
Y a la hora de reconocer nuestros desaciertos y exteriorizar nuestra confesión en estos Iamim Noraim, sólo hallaremos consuelo al saber que aquel que está parado a nuestro lado, también se halla tan sólo como nosotros.
Nuestra sentencia estará sellada al final de estos días, pero Di-s no se sentirá sólo a la hora de elegir Su firma. Somos nosotros los que contribuiremos en esta rúbrica, tal como dijera Rabí Itzjak en el Tratado de Rosh HaShaná: Cuatro cosas cancelan la sentencia del hombre y éstas son: La tzedaká, la tefilá, el cambio del nombre y el cambio de conducta.
Esa firma -la de arriba, la que sellará la sentencia- también es algo nuestro, y nadie nos la puede enseñar. También tendremos que descubrirla en la intimidad; sólo nosotros la conocemos...
En estos días estaremos solos, y por éso es que seremos tantos. Vendremos a hacernos compañía en nuestra soledad. Pocas culpas –tal como dijera en una oportunidad el pensador judío Richard Rubinstein- son tan arduas de soportar como el sentimiento de que el individuo, en su transgresión, se halla totalmente aislado de sus pares.
El extraño que pase por la puerta de una sinagoga en estos días y observe tanta gente congregada, preguntará: ‘¿Qué es lo que están celebrando?’. Y la respuesta es sencilla: estamos compartiendo nuestro fracaso y -si se quiere- estamos celebrándolo. Porque sólo la persona que se sabe fracasada tiene posibilidad de reevaluar sus conductas y modificarlas.
No estamos en estos días juntos porque sí. Estamos reunidos porque queremos sentirnos acompañados en nuestro intento por nuestra renovación ética y por nuestra purificación. Estamos reunidos porque nuestra debilidad o nuestra pecaminosidad no puede expiarse en soledad. Estamos reunidos no porque hemos triunfado, sino porque hemos fracasado.
Quiera Di-s guiarnos en esta búsqueda y rubricarnos en el libro de la vida, la paz y el sustento.