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miércoles, diciembre 20, 2017

Parashat VaIgash

Mirar hacia arriba

Cuando Antoni Gaudí comenzó con la construcción de su obra maestra, la basílica de la "Sagrada Familia" en Barcelona, sabía que no iba a lograr concluir con su tarea.

Efectivamente, eso es lo que ocurrió; la obra comenzó en el año 1882 y al día de hoy aun no ha concluído. Gaudí, que dedicó los últimos cuarenta y cuatro años de su vida a la construcción, nunca se mostró impaciente por terminarla. Cuando se le preguntó por la fecha de finalización del templo, Gaudí respondió lacónicamente: "Mi cliente no tiene prisa...".

No obstante, hubo un detalle que ocupó la atención del arquitecto catalán; Gaudí estaba obstinado en que su obra fuera la construcción más alta de Barcelona y que esta fuera reconocida por la basílica de su autoría.

Evidentemente, esta idea no fue exclusiva de Gaudí. Casi todas las religiones del mundo antiguo construyeron sus templos en lo más alto de sus ciudades. Ocurrió así con el Partenón de Atenas, el templo de Machu Pichu en Perú y, obviamente también, con nuestro Templo de Jerusalem erigido sobre el Monte Moriá.

Si repasamos la literatura rabínica, apreciaremos que la sinagogas jugaron históricamente un papel similar al de los antiguos templos. El Shulján Aruj dice: "La sinagoga no debe ser construída sino en lo más alto de la ciudad, y se la erige por encima de todas las casas habitadas de la ciudad" (Oraj Jaim 150, 2). Y luego, agrega: "Quien erigiera su casa por encima (de la altura) de la sinagoga, hay quien dice que se le debe obligar a reducirla" (ibid. 3).

El lugar asignado a dichos santuarios, tanto en la tradición judía como en otras tradiciones religiosas, conlleva un mensaje claro y contundente: dichos santuarios constituían el centro vital y primordial de aquellas sociedades.

El ingreso de la humanidad a la era industrial, hizo que la altura de dichos santuarios quede postergada por la altura de las chimeneas. Luego, aparecieron los rascacielos como símbolos visibles del progreso humano. Hoy en día, el punto más alto de las ciudades modernas, no está poblado por santuarios, ni por chimeneas, sino por antenas de telecomunicaciones.

Evidentemente, quien quiera apreciar el orden de prioridades y valores de una sociedad no debe, sino, mirar hacia arriba.

...

Eso es lo que creí la primera vez que llegue a Israel para estudiar en la Universidad de Haifa. Allí, en lo alto del monte Carmel, se erige de manera visible la torre central de la Univeridad. La imagen estaba cargada de simbolismo; una sociedad –supuse- que erige universidades en las alturas de sus ciudades debe otorgar a la educación un lugar central.

Sin embargo, con los años fui perdiendo la ingenuidad y comprendí que esa imagen era posiblemente un espejismo. La educación, lamentablemente, no es un valor primordial en el moderno Estado de Israel.

Si bien Israel no es tercer mundo en materia de educación, Finlandia y su revolucionario sistema educativo aun queda lejos. La falta de hincapié en valores judíos y universales, las aulas superpobladas, la planificación curricular -por momentos- irrelevante, y la una obsesión desmesurada por los resultados en detrimento del proceso de aprendizaje, son sólo algunas de las materias pendientes del sistema educativo israelí.

En Parashat Vaigash que leemos esta semana, se nos narra el descenso de los hijos de Israel a Egipto. La Torá nos cuenta que Iaakov, al momento de planificar su partida, envía a Iehudá a la cabeza a fin de enseñar el camino hacia Goshen (Bereshit 46, 28).

RaSHI, sensible al hecho de que la Torá utiliza el verbo Lehorot (Enseñar), agrega que Iehudá fue enviado por su padre a fin de establecer una academia de estudio en Egipto (Rashi, ibid.). RaSHI sugiere que Iaakov comprendió que sus hijos no tendrían porvenir en la tierra del Nilo, si la educación quedaba postergada.

El Talmud Ierushalmi narra la historia de Rabí Iehudá quien a principios del siglo tercero de la era común se dispuso a fortalecer el sistema educativo en la Tierra de Israel. Fueron Rabí Ami y Rabí Asi -alumnos de Rabí Iehudá- de poblado en poblado y pidieron conocer a los guardianes de la ciudad.

Cuando estos trajeron delante suyo a los soldados que cuidaban las murallas de la ciudad, los alumnos de Rabí los ignoraron diciendo que era a los maestros –y no a los soldados- a quienes ellos pedían conocer (Eijá Rabá, Petijta). No en vano han dicho nuestros sabios en el Talmud que Ierushalaim fue destruída a causa de la negligencia en la educación de los niños (Shabat 119b).

Cuando la educación fue postergada, el edificio se vino abajo.

Ese debiera ser el desafío. Hacer regresar la educación a la cima del monte. Así como lo entendió Iaakov al descender a Egipto. La educación es un asunto serio. 


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