Buscar este blog

lunes, junio 26, 2006

Parashat Jukat 5766

El Capitán y su Barco

Muchas fueron las explicaciones que se dieron por generaciones al pecado de Moshé en el episodio de Mei Merivá.

Shmuel David Luzzatto, dice en su comentario a la Torá: Durante toda mi vida me abstuve de ahondar en el análisis de este pasaje porque temí que pueda salir –Di-s no lo permita- un nuevo pecado sobre el soberano de todos los profetas.

Es por eso que hoy no quiero ahondar en el pecado de Moshé; sólo deseo reflexionar acerca del duro decreto celestial que impide a Moshé ingresar a la Tierra Prometida.

El Midrash Tanjuma compara la situación de Moshé con la de un pastor al que le fueron robadas las ovejas del rey. Cuando al cabo de unos días quiso el pastor ingresar al palacio, el rey le dijo: ‘Si llegas hasta el palacio sólo, la gente pensará has sido tú el que secuestró las ovejas’.

De la misma forma le dijo Di-s a Moshé: ‘¿Con que cara me pides ingresar a la Tierra Prometida? Has enterrado a 600.000 judíos en el desierto…¡y quieres ingresar a la tierra con una nueva generación!’.

Cuando le preguntaron al Prof. Ishaiahu Leibowitz Z’L por qué creía él que Moshé había sido condenado, él citó este midrash y dijo que ocurrió con Moshé lo mismo que ocurre con el capitán de un barco.

Cuando un barco se hunde -no importa por qué razones- el capitán es el último en salvarse. Son códigos navales, los conocemos…El último en subir al bote salvavidas deberá ser él. Pero si toda la tripulación muere…el capitán debe morir con ellos.

Con Moshé Rabenu ocurrió algo similar: Si Israel se quedaba fuera de la tierra, también Moshé debía quedarse afuera.

¡Cuántas tragedias en la historia de la humanidad se hubieran evitado si los gobernates hubiesen entendido que su destino personal va ligado al destino de sus dirigidos!

No importa quién tuvo la culpa. Tampoco importa la naturaleza del pecado de Moshé (si es que lo hubo). No importa si golpeó la roca en lugar de hablarle o si la golpeó dos veces en lugar de una. Lo que importa en serio es que el líder comparte el destino con su pueblo. Importa que líder y pueblo son inseparables, para bien o para mal.

Como el pastor y sus ovejas, como el capitán y su barco. Van de la mano, juntos,…o no van. Unos sin los otros, carecen de sentido…

martes, junio 13, 2006

Parashat Shelaj Leja 5766

Somos Muchos más que Diez

Parashat Shelaj Lejá que leemos esta semana, nos ilustra acerca de una de las instituciones centrales de tradición de Israel: el Minián.

Doce individuos, uno por cada tribu israelita, se dirigieron a la Tierra Prometida con la consigna de explorarla y traer información sobre aquella tierra que irían a heredar. Sin embargo, fallaron en su misión. De los doce enviados a explorar la tierra, sólo dos trajeron un informe objetivo. Los diez restantes trajeron un informe cargado de pesimismo y subjetividad. Hablaron de gigantes que habitaban Cnaan y provocaron la ira divina al difamar a la tierra diciendo que ésta devoraba a sus habitantes.

A estos diez enviados, Di-s los llama Edá (congregación).
Si tomamos a cada uno de ellos por separado, eran todos grandes personajes de las tribus de Israel. Sin embargo, JUNTOS se transformaron es pequeñas personas. Juntos se contagiaron miedos, y en lugar de sumar restaron.

Diez personas que se reúnen, son más que diez individuos…tienen un alma colectiva. Es por ello que Di-s se irrita tanto al escucharlos. De la misma forma, Di-s se alegra sobremanera al ver a diez judíos rezando. Diez judíos que rezan ya no son diez individuos…son una congregación.

Hoy son muchos los judíos que aun creyendo en Di-s aseguran que no necesitan ir a la sinagoga para hablar con Él. Y si bien es cierto que Dios no ‘atiende’ sólo en los Batei Kneset, también es cierto que la razón por la cual asistimos a la sinagoga no es porque creamos que sólo allí existe ‘discado directo’.

Venimos a la sinagoga para reunirnos y rezar juntos. Diez judíos que rezan juntos representan más para Di-s que diez judíos que rezan al mismo tiempo en diez casas separadas.

Porque Di-s siente dos clases de amor por nosotros. Uno, es el amor personal; cada criatura es especial para Él. Pero cuando nos ve reunidos, el amor que siente es diferente: allí siente amor al ver que todo Su desvelo por formar un pueblo se ha hecho realidad.

Y no importa cuán prestigiosos, cuán acaudalados y cuán sabios sean aquellos que se reúnen; sólo importa que sean diez. No olvidemos que diez zapateros forman un minián; pero nueve Rabinos, no.


lunes, junio 05, 2006

Parashat Behaalotja 5766

Contagiando la Pasión

De alguna u otra forma, todos somos educadores.

Está quien forma alumnos o está quien cría hijos (que es bastante parecido, al menos de acuerdo al Talmud). Pero educar es del mismo modo apasionante: quien educa se emociona ante cada nuevo paso y al observar que va dejando una huella en el otro.

Ahora...la pregunta es cómo se educa. Un padre puede pegarle a su hijo cada vez que este mete la mano en el enchufe. Pero si no le explica lo mucho que lo quiere y el daño que podría causarle esa conducta, va a lograr que ese chico vuelva a su rutina ni bien su padre se vaya.

Todos tuvimos alguna vez una profesora de historia que nos asustaba con lecciones orales, malas notas y exámenes sorpresa. Sin embargo, sólo recordaremos con cariño a aquellos maestros que vivían su tarea con pasión, ingresaban a clase con una sonrisa y entendían que nuestros tropiezos eran una nueva oportunidad para enseñar en lugar de una nueva oportunidad para castigar.

Parashat BeHaalotjá habla acerca del encendido del candelabro que día a día ardía en el Tabernáculo.

El candelabro, en la tradición talmúdica, simboliza a la sabiduría en general y a la Torá en particular y sus llamas representan la pasión por el estudio y la continuidad de nuestra tradición.

Pero existen dos formas de encender una vela. La una es tocar la mecha con la llama. A la mecha no le quedará otra que arder...

Pero la otra es ubicando la llama en la proximidad de la mecha. La mecha comenzará a levantar temperatura hasta que en un determinado momento arderá por sí sola.

De la misma forma ocurre con nosotros. Podremos obligar a nuestros chicos a ser judíos. Podremos enviarlos a una escuela judía y a ‘hacer’ el Bar Mitzvá. Podremos sermonearlos a diario acerca de la religión de su futura pareja. Podremos hablarles del Goldene Keit y de la importancia de sumarse a esa cadena milenaria de transmisión.

Nuestros hijos podrán arder por la fuerza, sin embargo no sabemos si su llama tendrá la fuerza necesaria para seguir encendiendo velas.

Sin embargo, cuando ese joven se enciende al sentir el calor del ejemplo la cosa cambia. Allí no fue el fuego -a menudo destructor- quien encendió, sino que fue el calor...Y quien ardió a partir del calor, también tendrá calor para transmitir. Porque la pasión no se impone...se contagia.