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jueves, noviembre 30, 2017

Parashat VaIshlaj 5778

Luchar es triunfar

La Parashá de esta semana registra uno de los primeros combates en la historia de la humanidad. Una lucha desigual, desde los papeles. Por un lado, Iaakov, nuestro tercer patriarca. Un hombre delicado, de vida tranquila, morador de tiendas y con pocas ganas de buscar pelea. Su oponente, del otro lado del ring, un ángel venido del cielo, con todo lo que esto significa.

La pelea dura toda una noche. No hay pausas comerciales ni atractivas señoritas anunciando el inicio de los rounds. No hay juez siquiera en este combate; pareciera que todo vale.

La crónica de la pelea es bastante escueta. Sólo queda registrado un golpe. Viendo el ángel que no podía con Iaakov, golpea su muslo con fuerza y lo deja rengo.

Cuando despunta el alba, la pelea finaliza. No hay juez en esta lucha, pero el ángel da por vencedor a Iaakov por medio de una frase que lo dejará marcado por el resto de su vida:

VaIomer, Lo Iaakov Ieamer Od Shimja Ki Im Israel, Ki Sarita Im Elohim VeIm Anashim VaTujal. (Y le dijo el ángel: ‘No será llamado más tu nombre Iaakov, sino Israel; pues luchaste con Di-s y con hombres y venciste’ (Bereshit 32, 29).

Es llamativo y paradójico también. El vencedor es Iaakov, según el veredicto de su contrincante. Pero el que se va rengo del escenario de la pelea...¡también es Iaakov!
¿Cómo es posible? ¿De qué clase de victoria estamos hablando? ¿Cómo puede ser que el vencedor se vaya cojo y el perdedor se vuelva al cielo volando?

Seguramente, la victoria de Iaakov pasa por otro lado. Evidentemente, en esta pelea no gana el que el pega más; si fuese así, Iaakov hubiera perdido.

La victoria de Iaakov reside en que luchó. En la vida real, luchar es triunfar...

Se nos cuenta que un pequeño gusanito caminaba en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un grillo. ‘¿A dónde vas?’, le preguntó.

Sin dejar de caminar, la oruga contestó: ‘Tuve un sueño anoche, soñé que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo’.

Sorprendido, dijo el grillo mientras su amigo se alejaba: ‘¡Debes estar loco! ¿Cómo podrás llegar hasta aquel lugar? ¡Tú, una simple oruga! Una piedra será una montaña, un pequeño charco un mar, y cualquier tronco una barrera infranqueable’.

Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó; sus diminutos pies no dejaron de moverse. De pronto se oyó la voz de una langosta: ‘¿Hacia dónde te diriges con tanto empeño?’. Sudando, el gusanito le dijo jadeante: ‘Tuve un sueño y deseo realizarlo: subir a esa montaña y desde ahí contemplar todo nuestro mundo’.

La langosta no pudo soportar la risa, soltó la carcajada y luego dijo: ‘Ni yo, con patas tan grandes, intentaría una empresa tan ambiciosa’.

La langosta se quedó en el suelo tumbada de la risa mientras la oruga continuaba su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros.

Del mismo modo ocurrió con la araña, con el topo, con la rana y con la flor...Todos aconsejaron a nuestro amigo a desistir.

‘¡No lo lograrás jamás!, le decían. Pero en el interior de aquel gusano había un impulso que lo obligaba a seguir.

Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pasar la noche. Fue lo último que hizo; allí quedó tendido sobre las piedras...

Todos los animales del valle por días fueron a mirar sus restos; ahí estaba el animal más loco del pueblo. Su tumba era un auténtico monumento a la insensatez. 

Una mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos.

Pero de pronto todos quedaron atónitos. Aquella caparazón dura comenzó a quebrarse y, con asombro, vieron unos ojos y una antena que no podían ser las de la oruga a la que creían muerta. No hubo nada que decir, todos sabían lo que haría: aquella mariposa se iría volando hasta la gran montaña y realizaría un sueño; el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir. Todos se habían equivocado...Menos él...

Así también somos nosotros, o -al menos- así deberíamos serlo. Y si luchamos por aquello que amamos y por aquello en lo que creemos y nos damos cuenta que no podemos, quizá también necesitemos hacer un alto en el camino y experimentar un cambio radical en nuestras vidas.

Iaakov triunfó porque luchó, no porque pegó...Iaakov triunfó porque cambió.

Iaakov el oportunista, aquel que había birlado la bendición de su hermano, regresa a su tierra con veinte abriles más a cuestas, habiéndose dedicado a un trabajo honesto, habiendo amasado una pequeña fortuna y habiendo criado una familia.

¡Si hasta el nombre que llevará por el resto de su vida será testimonio de ello! El ángel lo llama 'Israel'...Ki Sarita, 'Porque luchaste'...(no le dice 'Porque venciste'). El ángel privilegia el don de lucha del patriarca.

Porque en el salvajismo del boxeo, triunfa el que más pega. En la vida real, el auténtico vencedor no es quien golpea certeramente a su compañero, sino el que sabe luchar.

viernes, noviembre 17, 2017

Parashat Toldot

La génesis del consumismo

Leí hace algunos días la biografía de Eduard Bernays, sobrino de Sigmund Freud y –posiblemente- el primer relacionista público de la historia y cerebro del consumismo contemporáneo.

Aplicando las enseñanzas de su célebre tío, Eduard Bernays comprendió que lo hábitos de consumo de los seres humanos están motivados fundamentalmente por impulsos y deseos inconscientes. Bernays aplicó el psicoanálisis a la comunicación de las masas y fue asesor de varios presidentes de los EEUU y de algunas de las empresas más famosas del mundo. En definitiva, logró convencer a las corporaciones americanas de que los hombres podían querer productos que no necesitaban.

Posiblemente el logro más célebre de Bernays haya sido el de lograr crear el hábito de fumar entre las mujeres. Uno de sus clientes, George Hill, era dueño de la American Tobacco Corporation, una de la tabacaleras más importantes del mundo. Hill acudió a Bernays diciéndole que estaba perdiendo la mitad del mercado debido a que el cigarrillo era tabú entre las mujeres.

Bernays decidió dar un golpe mediático.

En un multitudinario desfile a favor del sufragio femenino en la ciudad de Nueva York, Bernays convenció a un grupo de celebridades que encendieran cigarrillos ante una mera señal suya.

Cuando las cámaras y la prensa estaban expectantes y apostadas en su sitio, el sobrino de Freud dio su señal y las mujeres encendieron sus cigarrillos. Al día sigiente, la imagen fue portada en los diarios más renombrados de los EEUU.

El acto de"rebeldía" femenina ante el tabú del cigarrillo, recibió el particular nombre de las "Antorchas de la libertad". El fumar se transformó en un grito de liberación femenina ante el "dominio" masculino, y el resto es historia. Bernays logró que las mujeres arruinen sus pulmones en igual o mayor medida que los hombres para satisfacción de su acaudalado cliente.

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La Torá nos cuenta en Parashat Toldot que Itzjak Avinu, amaba especialmente a Esav "pues caza (había) en su boca" (Bereshit 25, 28), sugiriendo que era Esav el encargado de la alimentación de su padre.

Sin embargo, RaSHI enseña que lo que intentaba Esav era "cazar" a su padre con preguntas sofisticadas para quedar –a sus ojos- como observante de los mandatos divinos aun en sus detalles más insignificantes.

Esav preguntaba a su padre, por ejemplo, si debía separar el diezmo de la sal, de la misma forma que separaba el diezmo de los productos de la tierra (Rashi a Bereshit 25, 27). Y mientras tanto, se aprovechaba de la ceguera de su padre y le daba de comer carne de perro (Targum Ionatan a Bereshit 27, 31).

Pocos versículos más tarde, RaSHI comparará la hipocresía de Esav con la fisonomía porcina. De la misma forma que el cerdo, cuando se sienta, muestra su pezuña partida como quien dijera "Observen mi pureza", así era Esav: fingía pureza, pero escondía sus oscuras intenciones" (RaSHI a Bereshit 26, 34).

¿Por qué preguntaba Esav acerca del diezmo de la sal?

Ocurre que la sal no tiene ningún valor intrínseco; sólo es valiosa como coservante (o condimento) de otras comidas. Siempre está subordinada a algo. En un mero accesorio.

Esto tiene mucho que ver con la personalidad de Esav. También él privilegió siempre lo inmediato y accesorio a lo principal e imperecedero cuando cambio un guiso de lentejas por su derecho de primogenitura.

Muchos son los que se compadecen del pobre Esav debido a este célebre episodio. Sin embargo, y aun si analizáramos el texto desde su literalidad, veremos que ésto no es del todo equilibrado. De la misma forma en que Iaakov se aprovechó del cansancio y del hambre de su hermano, Esav despreció su derecho de primogenitura. Esav sólo supo escuchar la voz de su estómago sin evaluar las futuras consecuencias de su elección. 

En el momento de la "transacción" (lentejas por primogenitura), Esav sólo responde a su instinto y no comprendió las repercusiones futuras de su erronea decisión.

Podría afirmarse que la actitud de Esav contiene el ADN del consumismo, ese que Eduard Bernays supo tan bien desentrañar.

¿Qué es el consumismo, finalmente?

Es no poder controlarse ante el mínimo estímulo pagando mucho por insignificantes "lentejas".  Es estar dispuesto a pagar "mucho-ya-ahora" por algo que puede esperar o que no se necesita.

¿Cuánto vale un guiso de lentejas?

Por supuesto que tiene un valor, sobre todo si se está con hambre. Pero renunciar a la primogenitura por un plato de lentejas coloradas –convengamos- suena algo impulsivo y exagerado.

Un consumista compulsivo es quien transporma a los principal en accesorio y a lo accesorio en principal y quien se deja llevar por el deseo, más que por la necesidad.

...

Se cuenta que Rabí Alexander Ziskind, sabio lituano del siglo diecinueve, solía romper el ayuno de Iom HaKipurim comiendo pescado con espinas.

Cuando se le preguntaba por la razón de su costumbre, respondía que de esta forma se veía obligado a comer despacio y a no devorar la comida y caer presa de su instinto.

Incluso en un momento de habre supremo –decía Rabí Alexander Ziskind, se le debe poner freno a los impulsos humanos, para que sea el alma quien controle al cuerpo y no al revés.
  

miércoles, noviembre 08, 2017

Parashat Jaiei Sara

Dos vidas en una

La Parashá de esta semana comienza diciendo: "Y fue la vida de Sara, de cien años y veinte años y siete años, los años de la vida de Sara" (Bereshit 23, 1).

Sin embargo, "Shnei Jaiei Sara" (traducido como "Los años de la vida de Sara"), puede leerse como 'Las dos vidas de Sara'.

¿Por qué pensar que Sara tuvo dos vidas?

No estamos hablando aquí de una 'Doble vida' –Di-s nos libre y nos guarde- al modo que solemos entender ‘la doble vida’ en nuestro mundo contemporáneo donde este concepto es sinónimo de marginalidad y engaño...

Ocurre que si bien nuestra vida es una, existen ciertos giros en nuestra existencia que hacen cambiar radicalmente nuestra percepción del mundo.

El nacimiento de un hijo, la llegada del amor. O un traspié financiero, o una pérdida muy querida...

Todos tenemos algo que nos ha cambiado. Todos tenemos algo que nos hizo crecer y madurar, aun cuando haya sido a fuerza de golpes y de dolor...

Muchas vidas conviven en una vida, y es la manera en la que nos confrontamos a estos cambios la que marcará el rumbo de este nuevo capítulo.

Tal vez, la palabra inicial de esta Parashá sea un buen indicio para saber cuáles fueron las dos vidas de Sará: VaIihú.

El autor del libro "Minjá Belulá" nos hace notar que la palabra 'VaIhiú' ('Y fueron', en español) tiene un valor numérico igual a treinta y siete (6, 10, 5, 10, 6).

Si Sará vivió ciento veintisiete años y le restamos treinta y siete, tendremos noventa años. A los noventa años Sará dio a luz a su único hijo, nuestro patriarca Itzjak.

Una vida o dos vidas, según cómo se vea. Bien podríamos decir que fue una vida de ciento veintisiete años, o que fue una de noventa y otra de treinta y siete.

Noventa años de sufrimiento y de plegarias por el hijo que la naturaleza le negaba y treinta y siete años de realización y plenitud por ese hijo que Di-s le regaló.

Cuenta una historia que un hombre caminaba por el bosque y se topó con un cementerio. Lápidas viejas y derruídas, que a duras penas dejaban leer las inscripciones en la piedra.

Sin embargo, el hombre alcanzó a leer los nombres y la edad de los fallecidos y notó con sorpresa que la edad de aquellos que yacían allí no pasaba de los once años y lo más extraño era que el tiempo vivido estaba medido en años, meses, semanas y días.

El hombre se sintió conmovido y pensando que se encontraba ante un cementerio de niños se acercó al pueblo vecino a preguntar qué extraño mal aquejaba a esa población que había arrasado con tantos niños.

‘No son niños’, le respondió el anciano del lugar. ‘Y aquí no hay ningún extraño mal que nos acose.


Ocurre que desde hace generaciones conservamos una bella costumbre. Cada niño, al cumplir los quince años, recibe una pequeña libreta como esta que llevo colgada en mi cuello. Y es tradición entre nosotros que a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:

A la izquierda que fue lo disfrutado...A la derecha, cuanto tiempo duró el gozo.


Conoció a su mujer y se enamoró de ella...¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media?


¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?

¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?
¿Días? ¿Semanas?

Así... vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos...cada instante de dicha.
Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre, abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba, porque ESE es para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.
Sará vivió ciento veintisiete años, de fe, coraje y pasión.

Dos vidas en una. En su juventud con la experiencia de la adultez sobreponiéndose al dolor por el hijo que no llegaba, y en la adultez con el empuje de la juventud, criando un hijo cuando debería estar malcriando un nieto....

Valga su ejemplo en esta semana en la que leemos sobre su muerte, para inspirarnos en su fuerza frente a la adversidad y en su fuego para afrontar los cambios a los que nos somete la vida...


jueves, noviembre 02, 2017

Parashat VaIerá

Abriendo los Ojos

‘Y vio Sara el hijo de Hagar, la egipcia, que ella le había dado a Abraham, que se burlaba; dijo, entonces, a Abraham: ‘Echa a esta esclava y a su hijo, pues su hijo no habrá de heredar junto con mi hijo, con Itzjak’ (Bereshit 21).

Abraham, algo dolido es cierto, acata la orden de su mujer (Alguien dijo alguna vez que este fue el primer ‘Sí, querida’ de la historia).

Y Hagar partió con Ishamel con una mínima provisión de agua al implacable desierto de Beer Shevá. A los pocos días, la sed pudo más que ellos. Y cuando Hagar pensaba que su hijo Ishmael estaba por morir, Di-s abrió sus ojos y Hagar avistó un pozo de agua con el cual pudo calmar su sed.

Es interesante observar y analizar la naturaleza de este milagro. El Rabino Harold Kushner señala que Di-s no realizó un milagro para Hagar como solemos entender los milagros. No creó un pozo de la nada que no estuviera allí antes. Di-s le abrió los ojos para que ella pudiera ver el pozo que antes no había notado, y de pronto ese mundo tan cruel, se volvía un sitio apto para la vida.

El pozo había estado allí todo el tiempo. Di-s solo le abrió los ojos para que ella vea aquello que hasta hacía un momento era invisible ante sus ojos.

A menudo rodeados de problemas, también nosotros solemos enceguecernos. Las soluciones parecen lejanas, los problemas abundan y la desesperación crece.

La auténtica paz interior no radica en carecer de problemas. Sino, que radica en la capacidad de poder abrir los ojos y apreciar la luz al final del túnel y el orden en medio del caos.
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Abrir los ojos y entender que el mundo no es tan cruel como a menudo nos parece.

Hagar estaba desesperada. El mundo se había vuelto en contra suya. Di-s la bendijo con la capacidad de hallar belleza en esa jungla, encontrar la armonía y el sosiego en medio de su desconcierto.

Se cuenta de un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera dibujar la paz perfecta. Muchos artistas intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.

La primera mostraba un lago muy tranquilo. Un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y sin verde. Sobre ellas habia un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Bastante poco pacífico, por cierto.

Pero cuando el rey observó cuidadosamente, miró tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allá, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido.

Paz perfecta. El rey escogió la segunda. Y explicó: Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón.