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lunes, julio 20, 2009

Parashat Devarim 5769

Volver a empezar

Esta semana estamos comenzando con la lectura del quinto libro de la Torá leyendo Parashat Devarim.

La Parashá comienza hablando de aquellos doce hombres –los meraglim- que habían ido a espiar la Tierra Prometida. Al regresar -se nos cuenta- aquellos emisarios difamaron a la tierra y atemorizaron al pueblo sumiéndolo en la desesperanza y en el llanto.

Aquella noche, según el Talmud, era Tisha BeAv. Di-s, viendo al pueblo llorar vanamente, enfureció: condenó a los hijos de Israel a vagar durante cuarenta años en el desierto, y repudió a aquella generación decretando que no iría a ingresar a la Tierra que había prometido a Abraham, Itzjak e Iaakov.

Algunos cientos de años después, en ese mismo día, el Primer Templo de Ierushalaim era destruído, y la ciudad de Jerusalén quedó arrasada, producto -entre otras cosas- de la degeneración social del propio pueblo de Israel.

‘¡Cómo ha quedado solitaria la ciudad que estaba llena de gente!’ (Eijá 1, 1), se lamentaba por entonces el profeta Irmiahu ante tamaña destrucción.

Al abrir el rollo de Eijá, algo nos llama poderosamente la atención. Los versículos del libro van siguiendo el orden del alef bet (el abecedario hebreo), siendo éste el único libro del TaNaJ que respeta este modelo.
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¿¡Cómo es posible que ante semejante catástrofe el profeta decida lamentarse prolijamente siguiendo el orden del alfabeto?!

El contraste entre la magnitud del drama, y la armonía y prolijidad del canto, transforma al cuadro en grotesco.


¿Cómo es posible que el profeta haya tenido la cabeza fresca para lamentarse en rima y según el orden del abecedario?

Tal vez lo que el profeta nos enseña, es que en situaciones de semejante crisis, no queda otra alternativa que empezar nuevamente desde cero, o sea desde el elemental alef bet (no será casual tampoco, el hecho que conmemoremos la destrucción de los Templos de Jerusalén en el mes de Av, mes compuesto por las primeras dos letras del alfabeto hebreo (la alef y la bet).

Hay un ejemplo bien cotidiano que puede describir a la perfección esta idea.

Pensemos en la batería recargable de un teléfono móvil. Para recargar la batería, siempre es preferible que está esté vacía del todo. Si se la recarga reiteradamente, cuando ésta tiene la carga hasta la mitad, la batería se termina estropeando.

Pienso hasta que punto esto es similar al mensaje del profeta Irmiahu en el libro de Eijá.

De la misma manera para optimizar el uso de la batería de un teléfono móvil es preferible que ésta quede en cero y no por la mitad, el profeta nos enseña que muchas veces es más sencillo construir de la nada, a partir de lo elemental del alef bet, que reconstruir algo que está mitad sano y mitad roto, mitad lleno y mitad vacío.

Pensemos en nuestras propias crisis personales.

¿Cuántas son las veces que cometemos un error tras otro en ciertas areas de nuestra vida? Pero seguimos tropezando, metidos dentro de un tornado del cual no podemos salir, hasta que un día decimos: ‘¡Hasta aquí llegué! Repartamos la baraja de nuevo’.

Cuando en el primer capítulo de Sefer Irmiahu Dios se le presenta al profeta, le dice:

‘He aquí que en este día te he puesto sobre las naciones y sobre los reinos, para desarraigar y arrancar, y destruir y derribar, y construir, y plantar’ (Irmiahu 1, 10).

Llama la atención el orden de los verbos. ¡Para construir, primero hubo que derribar! ¡Para plantar, primero hubo que arrancar!

Ciertas veces la única receta es volver a empezar.