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jueves, marzo 18, 2010

Parashat VaIKrá 5770

Espejo de Muchos

Una anécdota para esta época de año...

Hace algunos años, en un barrio ortodoxo de Jerusalem, un Rabino tuvo un inconveniente sanitario bastante habitual en toda casa unos pocos días antes de la festividad de Pesaj: la rajadura de un inodoro.

Viendo que el problema no tenía otra solución, decidió comprar un inodoro nuevo, sacando el inodoro viejo a la calle.

Los vecinos, alumnos del Rabino, al ver a su maestro sacando el inodoro a la calle, pensaron: ‘¡Cuán piadoso es el Rabino!
Se acerca Pesaj, y el se cuida de que no haya Jametz siquiera en el baño’.

A los pocos días, y para regocijo de los comerciantes de sanitarios, medio barrio había ya cambiado sus instalaciones, y una pila de inodoros poblaba ya las calles, esperando al camión recolector de desperdicios.

...

Dos son las conclusiones que extraigo de esta anécdota:

¡Cuán ciega es a menudo la dependencia de un líder, o de un maestro, dependencia que logra inhibir la propia capacidad de pensar y de decidir!

Pero al mismo tiempo...¡Cuán grande es la responsabilidad de un líder o de un maestro! Debe saber el líder, que esta dinámica, podrá gustarle o no, pero lo catapultará a desempeñar el rol de ejemplo, y será el espejo en el que buscará reflejarse su gente.

Parashat Vaikrá, que abre el tercer libro de la Torá, habla de los sacrificios.

En tiempos en que el Templo de Jerusalem, estaba en pie, toda persona que transgredía involuntariamente tenía que ofrendar un animal a Di-s, sacrificio de expiación que recibía el nombre de Jatat.

Hoy día, los mecanismos de expiación no resultan tan claros. ¿Qué puedo hacer yo si involuntariamente cometo una transgresión en Shabat, por ejemplo?

No queda otra opción que entregarse a la gracia de Di-s o bien seguir el camino de Rabí Ishmael ben Elisha que cuando transgredía involuntariamente, sacaba una libretita del bolsillo y escribía: ‘Cuando se reconstruya el Beit HaMikdash habré de traer al Templo un animal relleno a modo de Jatat (Shabat 12b).

Lo cierto es que mientras el común de la gente debía traer como ofrenda una ovejita la Torá nos dice: ‘Si el sacerdote ungido (es el que) pecare para culpa del pueblo, ofrecerá por su pecado que pecó, un novillo si defecto al Eterno, como expiación’ (VaIkrá 3, 3).

La relación existente entre una oveja y un novillo, guarda evidente relación con las responsabilidades del uno y del otro. Cuando un particular se equivoca, los coletazos de su error serán menores, pequeños como una oveja.

Ahora, cuando el que se equivoca es un Rabino, un maestro, un sacerdote, o el presidente de los EEUU, los coletazos de un error traen consecuencias más graves.

Todos, absolutamente todos, somos ejemplo para alguien. Algunos tal vez, para mayor cantidad de gente; otros, tal vez para unos pocos.

Podemos ser modelos, como maestros, padres o hermanos mayores, y lo que es peor, no podemos evaluar a priori los alcances de nuestras conductas en aquellos que nos toman como espejos.

Un padre no puede sentarse delante de su hijo y preguntarle: ¿Cómo repercutirá en ti, hijo mío, el día de mañana, el que me haya quedado con un vuelto en el trabajo? O un líder religioso preguntarle a su feligresía: ¿Cómo repercutirá en ustedes, el que me hayan sorprendido transgrediendo los preceptos en público?

Y ese es justamente el mensaje de la Torá en este pasaje. Cuanto mayor sea tu responsabilidad, mayor repercusión tendrán tus errores y tus faltas.

No es lo mismo una oveja que un novillo...